Hechos: Galileos ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?.
Hebreos: Mantengámonos firme en la esperanza.
Lucas: Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido: quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Hebreos: Mantengámonos firme en la esperanza.
Lucas: Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido: quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
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Juan García Muñoz.
4 comentarios:
A LO MÁS ALTO (Lc 24,46-53)
San Pablo, explicando el misterio de Cristo a los filipenses, lo presenta como un movimiento de humillación, una especie de descendimiento desde lo más alto -la condición divina- hasta lo más profundo -la muerte en la cruz-, seguido de un movimiento inverso, ascendente, hasta alcanzar de nuevo la cumbre. Responde esto a una experiencia humana fundamental según la cual sólo cuando se toca fondo se comprende que el único camino es hacia arriba. Esta ley de vida tiene su complemento en la contraria: todo lo que alcanza el cenit inicia su propio ocaso. Esto es algo que no deberían olvidar los grandes de este mundo, pues la historia llena de hombres que lograron grandes imperios de los que sólo quedan restos arqueológicos. No hay grandeza humana que resista el tiempo.
El descendimiento de Cristo de lo divino a lo humano fue visto como un acto de humildad y su ascensión como un triunfo. No suele ocurrir así en el mundo de los hombres, donde el descendimiento es -habitualmente- un proceso de perversión y autodestrucción. Tocar fondo significa -las más de las veces- sentir que se ha desdibujado casi por completo lo divino en nosotros. Por eso la subida sólo es posible de la mano de uno más fuerte y no es mérito ni triunfo personal, sino gracia y salvación.
La ascensión de Cristo significa, para los cristianos, que Dios ha descendido a lo más profundo para tomar en sus brazos todos los espíritus y elevarlos consigo hasta el lugar previsto en su designio. Éste es el concepto cristiano de salvación frente a otras religiones que lo entienden como resultado del esfuerzo humano. Para ellas, la salvación consiste en conquistar el mundo de los dioses y llegar a ser uno de ellos. Las más elevadas proponen la verdad y la rectitud moral como el camino más adecuado para lograrlo. En el cristianismo, por el contrario, la salvación es un don que Dios concede a todo el que lo acepta. El camino es la fe y la confianza en él. La verdad y la rectitud moral sólo son una indicación de que se avanza por la senda verdadera.
Había sido anunciado en la Escrituras que el Mesías iba a morir y resucitar y que se predicaría en su nombre la salvación y el perdón de los pecados a todos los hombres. Perdón y salvación van siempre unidos. Gracias a ello, se asientan los cimientos de la esperanza cristiana. La resurrección de Cristo significa que estamos llamados a la plenitud. Su ascensión al cielo completa la idea afirmando que esa plenitud es para siempre. Por ellos nos hace sentir una serena nostalgia de la patria definitiva y alimenta en nosotros el deseo de alcanzar la gloria de nuestro único y verdadero Señor. La seguridad de la meta hacia la que caminamos da sentido al camino que recorremos y da ánimo en la lucha sobre todo en los momentos de mayor oscuridad. Sólo quien sabe a donde va acierta en la elección del camino. Y sólo quien tiene una razón lo recorre completo.
Señor Jesús, que te vas y no nos dejas, que vuelves al Padre y te quedas; míranos a nosotros, que aquí estamos, y te vemos ascender y suspiramos anhelando estar contigo, y nos quedamos plantados.
Envíanos mensajeros que sacudan con su voz nuestra tristeza, y nos hagan recordar que allí donde Tú vas te seguiremos nosotros, pues vas como nuestra Cabeza.
Porque ahora lo nuestro es prolongar aquí tu misión de salvación, tu palabra, tu bautismo y sanación, tu presencia entre nosotros, tu amor y tu bendición...
Tú que nos encomiendas la misión de ser testigos en el mundo de tu muerte y tu resurrección, del perdón y la conversión, envíanos desde el Padre tu promesa, el Espíritu de la Verdad, que nos llene de tu fuerza y nos lleve a los confines de la tierra, a toda la humanidad.
Enséñanos a permanecer unidos esperándole, perseverando juntos en la oración con María, tu Madre.
Y danos tu bendición, para que todo el Bien penetre en nuestro interior y, llenos de alegría, allí donde nos encontremos, pasemos todo el tiempo, con nuestras palabras y con hechos, bendiciendo a Dios.
Una mirada superficial a "los tres días" previos a la resurrección, al tiempo de las apariciones (los cuarenta días en Lucas) o la ascensión, podría dar la impresión de que la resurrección fue algo "fácil", y la muerte de Jesús un acontecimiento leve y pasajero, como en esas películas en las que el superhéroe sobrevive de manera casi mágica, una y otra vez, porque no puede morir...
Pero Jesús estuvo muerto, muerto. Él conoció la muerte desde dentro y fue un cadáver. Comulgó con nuestro cementerio, "descendió a los infiernos". Y fue necesario el poder perfecto del Padre sobre todas las cosas, su "diestra excelsa", para liberarlo, para vencer al mal "en su propia casa".
Señor Jesús, qué hermosos esos iconos orientales que te representan ascendiendo del abismo, agarrando por las muñecas estrechamente a Adán y Eva (para tener la seguridad de que no se te van a "resbalar"...)
Así nos llevas a todos contigo. En tu ascensión, de alguna manera, todos ascendemos contigo. La muerte ha sido vencida en sus raíces. "¡Pueblos todos, batid palmas!"
Ascendidos contigo, y enviados por ti. A la espera siempre de ser fortalecidos por tu Espíritu. Pero nunca "plantados".
Danos, sí, "espíritu de sabiduría y revelación", para encontrarte en nuestros "descensos" ¡tú llegaste más lejos y más hondo!, y para saberte en nuestras esperanzas, que tú llevas más allá, todavía más allá... donde vives y reinas con el Padre, ¡y eres Dios! por los siglos de los siglos. Amén.
Has triunfado Señor, has triunfado sobre el pecado y la muerte. El hombre yacía en tinieblas dominado por las consecuencias de sus propias culpas. Y Tú, compadecido de nosotros vienes a salvarnos enviado por el Padre, a través de tu Vida, Muerte, Pasión y Resurrección. Y en este gozoso Misterio de tu Ascensión te vas y nos llevas…y a la vez te quedas por tu Espíritu.
Y ya ves: Tú nos hablas del gran Don del Espíritu y nosotros seguimos con lo nuestro: “Es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Cuando vamos a ser libres de la opresión de Roma…etc.
Necesitamos Señor toda la vida y mil vidas de las nuestras para aprender a seguirte, para gustar un poquito siquiera de la sabiduría de tu Palabra que eres Tú mismo. Qué gran gozo conocerte …qué luz potentísima en medio de las tinieblas de este mundo y de las de nuestro corazón….Encontrarte Señor, creer en Ti es la mejor Lotería que nos puede tocar…Con toda razón y justicia los Mártires de todos los tiempos han derramado su sangre por Ti, el más hermoso , el más amado de los hijos de los hombres.
Por eso con toda la Iglesia extendida por la redondez de la tierra te decimos: “Concédenos exultar de gozo y darte gracias en esta Liturgia de alabanza que es nuestra vida entera; porque tu Ascensión es ya nuestra victoria y nos has precedido a la gloria a la que somos llamados como miembros de tu Cuerpo. Amén, aleluya.
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