Génesis: La hospitalidad de Abrahán.
Colosenses: Nosotros anunciamos a ese Cristo... para que todos lleguen a la madurez en su vida.
Lucas: Marta y María.
Colosenses: Nosotros anunciamos a ese Cristo... para que todos lleguen a la madurez en su vida.
Lucas: Marta y María.
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Juan García Muñoz.
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SERVIR Y ESCUCHAR (Lc 10,38-42)
La hospitalidad era un deber sagrado en la antigüedad. Así estaba escrito en la Biblia: “Cuando un emigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Lo amarás como a ti mismo porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Lv 19,33-34). El texto es antiguo, pero conserva toda su lozanía y es de plena actualidad. Nosotros fuimos en otro tiempo un pueblo de emigrantes. Hoy somos un pueblo que recibe emigrantes. Debido a ello empiezan a aparecer en algunos posturas o ideas que creíamos ajenas a nuestra cultura o pertenecientes a un tiempo ya pasado. Por desgracia, la hospitalidad, como tantos valores, ha caído y quedado reducida a un deber de cortesía que sólo obliga con los familiares más allegados y los amigos.
La estancia de Jesús en casa de Lázaro –al margen del sentido teológico del relato– es una lección de hospitalidad y de buenas maneras. Marta y María representan dos posturas ante el Maestro y dos actitudes ante el huésped –y el extranjero–: la escucha y el servicio.
Escuchar al huésped para conocer su mundo –el mundo del que viene y el mundo que encierra en su interior– es la primera característica de un buen anfitrión. En esa escucha atenta y abierta está el mejor medio para el enriquecimiento mutuo entre los individuos y los pueblos. El miedo, la desconfianza y el menosprecio constituyen su mayor impedimento. El complemento de la escucha es el servicio que no es sino la acogida activa, eficaz, comprometida. Lo contrario de la misma es el rechazo o el desinterés. Jesús defendió y predicó el valor de la hospitalidad y lo consideró un criterio para juzgar la rectitud de corazón humano: “Fuí extranjero y me recogisteis” (Mt 25,36).
Es sorprendente –aunque tiene su lógica– que, en unos aspectos, vayamos hacia la planetización de la vida y a la convergencia de intereses, mientras que, en otros, nos movemos, con paso apresurado, hacia el particularismo. Ahí está –por ejemplo– el proceso de unificación de Europa y el auge de los movimientos nacionalistas. Sociólogos y antropólogos tendrán que explicarnos por qué. El problema –según creo– es ver las cosas como oposición, porque esto lleva a la lucha y al enfrentamiento. La solución está en verlas como polos complementarios: sólo se puede construir la unidad desde la diversidad y el pluralismo. Sólo respetando las diferencias se puede construir un mundo solidario y unido. Lo contrario es totalitarismo.
Ante el fenómeno de la inmigración y el resurgir de los nacionalismos sería bueno aprender la lección que se nos da en casa de Marta y María. Necesitamos escucharnos tanto como ayudarnos. Si cada uno permanece encerrado en su castillo, con los cañones apuntando al castillo vecino, nunca viviremos en paz.
Señor Jesús, hoy te quiero agradecer que necesitaras tener una aldea pequeñita y una casa donde descansar, y tres amigos entrañables con quienes poder conversar. Cuánto envidio a la fiel Marta que te recibió en su casa, y que siempre laboriosa te agasajaba sin tasa.
Oye, Marta, yo quisiera que me ayudes a hospedar a Jesús siempre que pasa, y a ofrecerle un sitio de descanso en mi pobre y pequeña casa. Y que se pueda quedar, sin preocuparse por nada, en el calor de un hogar donde tanto se le ama.
Tú que sabes acoger, y hospedar, y organizar tantas cosas necesarias para atenderle bien, ven conmigo, Marta, te lo pido, ven. Pero no te pongas tan nerviosa, Marta, Marta, o el Señor lo notará, y no te metas con tu hermana, que la parte que ha elegido nadie se la quitará.
A María no me atrevo a dirigirle la palabra, no quiero pedirle nada, está tan embelesada... Todo un mundo se le abre escuchando a su Señor; ahí, sentada a sus pies, no se daría ni cuenta aunque a su lado todo se volviera del revés. Escuchando su Palabra se le llena el corazón, y en su pecho ya le estalla un hermoso surtidor; y contempla con sus ojos, con su ser, a su Señor, y se bebe sus palabras, y sus gestos, y su voz... No necesita alimento, pues Jesús ya la sació, y sus deseos más hondos, el Maestro los colmó.
Y el Señor, que está cansado, ya encontró reposo y paz en los afanes de Marta, que le aprecia de verdad, y que a tanto ha renunciado para poder contentar. Y en el amor de María, que le permite volcar su corazón y su alma en los de ella, sin hacerse notar.
Yo, Señor, cómo quisiera cada día retratar a Marta y a María, y poderte convidar a que vengas a mi casa a menudo a descansar, y servirte en mis hermanos, y no dejar de escuchar la Palabra de la Vida y guardarla de verdad.
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