2º Domingo de Pascua - A

lunes, 25 de abril de 2011
1 Mayo 2011

Hechos: Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común.
1 Pedro: Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo.
Juan: A los ocho días, llegó Jesús.

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Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 abril, 2011 16:36 dijo...

DICHOSOS LOS QUE CREEN (Jn 20,19-31)

Dos son los encuentros que recoge el evangelio del próximo domingo. En el primero está ausente Tomás, el que había dicho a los otros “vayamos a Jerusalén a morir con él”. La aparición de Jesús está descrita con todo detalle, lo que indica que es el relato de un testigo presencial. El resucitado saluda con la paz, una paz que ha conquistado con su muerte -por eso muestra las manos- y que llena de alegría a los que la reciben. Les encomienda una misión -perdonar los pecados- y, para ello, les entrega su Espíritu. La paz, la alegría, una misión que cumplir y el don del Espíritu para llevarla a cabo: estos son los cuatro elementos que dan forma al encuentro.

El segundo encuentro tiene a Tomás como centro. No era creíble el anuncio de la resurrección. El mellizo -que así le llamaban- estaba dispuesto a compartir la muerte, pero no entra en su cabeza compartir la vida. Es el realismo trágico de un hombre convencido al que, de pronto, la realidad le tira sus esquemas y sus expectativas. Tomás, como el hombre de nuestro tiempo, sólo cree en lo que toca y ve. El problema es que la realidad más profunda no puede captarse con los sentidos y quien se limita a un pensamiento o a un saber basado sólo en el imperio de los sentidos elimina muchas posibilidades de conocimiento. Hubo un tiempo en el que se pensaba que el único saber válido era el que se ajustaba a la razón. El tiempo nos ha hecho ver que la tiranía de los sentidos y de la razón puede ser más cruel que la del sentimiento.

La edad moderna ha muerto y su hija -la postmodernidad- está enterrando sus ídolos. Hoy dudamos de todo, no hay certezas; desconfiamos de la razón, criticamos los ideales de la Ilustración, vivimos instalados en el desencanto. Sumidos en la irónica frustración de Sísifo, hemos abandonado el heroico tesón de Prometeo, nos hemos arrojado en los brazos placenteros de Dionisios y nos hemos acicalado con la ilusión seductora de Narciso.


Tomás descubrió que hay una lógica más allá de toda lógica, una lógica de lo divino que permite al hombre adentrarse en un saber diferente pero no menos válido que el saber que llega por los sentidos. Cuando Kant afirmó: “¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!” y añadía que sólo una cosa es necesaria -la libertad de hacer uso público de la razón íntegramente- estaba poniendo las bases de la desconfianza en la misma razón. Hoy -como Pilatos- muchos se preguntan: ¿Qué es la verdad? ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién conoce la verdad? ¿Qué verdad? El problema no es valorar la razón como fuente de conocimiento, sino creer que es la única fuente de la sabiduría. Quien cae en ese error termina siendo o un escéptico o un fanático.

Maite at: 26 abril, 2011 12:33 dijo...

No es precisamente la esperanza lo que late en el corazón de los discípulos al anochecer de aquel día, el primero de la semana, sino el miedo. Un miedo tenso y crudo que les hace permanecer juntos con las puertas cerradas.

Nadie supo por donde, pero el caso es que entró Jesús y se puso en medio de ellos, sencillamente porque Él era, y seguía siendo, el centro, el que los unía y mantenía unidos, la razón de ser de todos y cada uno.

Sus primeras palabras son de paz. Una paz que en aquel momento les inundó por dentro y se apoderó de todos los corazones.

Sí, es Él. Mirad sus manos y el costado. El mismo que murió crucificado. Ved las señales del suplicio. Le reconoceréis también en la alegría que os embarga y que os fue robada cuando se hizo de noche y el día no llegaba.

Pero no podéis quedaros ahí: en la paz y la alegría que sentís. Ni guardarlas para vosotros solos. Él vive, y sois enviados a anunciarlo al mundo entero, para que la paz y la alegría se derramen sobre todos.

Hay uno, Tomás, que no ha visto a Jesús. No estaba con los demás. Y la incredulidad le abraza el alma ahora cuando le dicen: hemos visto al Señor. A Tomás no le basta con ver. Necesita además palpar, comprobar con sus propias manos que esas heridas que han visto los otros son reales y no un espejismo.

Y pasan ocho interminables días más. Y llega Jesús, como lo hace ahora Él, con las puertas cerradas, trayendo su paz. Aquí está Tomás; pobre Tomás, ocho días de agonía oyendo hablar a los otros y sin poder creer porque no ve, ¿por qué él no?

Bendito Tomás y bendita tu incredulidad. Gracias a ti contemplamos su gesto, tan bello... Te habla. Ha cogido tu mano y la ha puesto entre las suyas, y en su costado herido. Tu corazón, al fin rendido, exhala ahora como un gemido: Señor mío y Dios mío. Qué dulce suspiro, confesión soberana.

Desde entonces nosotros creemos sin ver. Y si vacila la fe en que está vivo contigo decimos: no puedo creer; lloramos contigo. Así, cuando Él quiera, que coja mi mano aterida, que pueda ponerla sobre esa su herida, y mi fe cansada recobre su vida.