Hechos: Se llenaron todos de E. Santo y empezaron a hablar.
1 Corintios: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
1 Corintios: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Juan: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
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Juan García Muñoz.
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HOMBRES DEL ESPÍRITU (Jn 20,19-23)
Con la venida del Espíritu sobre María y los Apóstoles empezó el tiempo de la Iglesia. El evangelio de Juan que se lee el domingo de Pentecostés recoge las claves de este tiempo resumidas en cuatro palabras: paz, misión, espíritu y perdón.
La paz es el saludo del Resucitado y el rasgo más importante de los nuevos tiempos. Paz en el corazón de cada hombre, paz en los pueblos, paz en el mundo. Duele que un deseo tan humano y sincero no encuentre eco ni respuesta en quienes hoy deciden el destino de los hombres porque siguen creyendo más en el ruido de las armas que en la melodía de las palabras, más en el enfrentamiento que en el entendimiento, más en el odio que en el amor. La guerra que sufren los pueblos -lejos y cerca de nosotros- es una herida abierta en nuestra propia carne -aunque ya nos estemos acostumbrando- porque, como decía Terencio, nada humano nos es ajeno y, como dice la Gaudium et Spes, los gozos y las tristezas de los hombres son gozos y tristezas de los hijos de la Iglesia. Jesús de Nazaret sigue predicando incansable su mensaje de paz, aunque los hombres -después de veinte siglos- sigan ignorando su voz.
La misión de los cristianos es transmitir a todos los hombres esa paz; el modo de hacerlo es por medio de la reconciliación. Por eso les encarga la tarea de perdonar los pecados: porque el peor de los conflictos, el origen de todos ellos y de todos los males que turban la paz, es el pecado -la cerrazón aislante y segregadora del hombre tanto frente a Dios, su fundamento existencial, como frente a sus semejantes-. La victoria de Cristo sobre el mundo apunta a la definitiva y radical superación del origen de los conflictos. Si el resucitado habla de paz es porque la reconciliación es ya un hecho. En estos tiempos -en los que el pensamiento político de algunos grupos siembra división y segregación entre los hombres por razones de nacimiento en una determinada tierra, de lengua, religión o cultura- necesitamos atender la voz de quienes prefieren hablar de perdón y de reconciliación. Sólo así construiremos el mundo nuevo en que los hijos no tengan que sufrir el castigo del pecado de sus padres.
Para que cumplan eficazmente la misión, Jesús entrega a los suyos el Espíritu. Sopla sobre ellos -como el Creador sobre la figura de barro que había formado- para indicar que son los hombres nuevos, la semilla de una nueva humanidad. La fuerza de lo alto viene a suplir la debilidad de lo humano porque es tarea difícil y muy costosa convencer a los hombres -atrapados en el miedo- del mensaje de vida que brota del sepulcro del resucitado.
No creo que los indignados de las plazas españolas reclamen el don del Espíritu Santo. Creo que no saben que es el Gran Indignado. Claro que no son los políticos quienes pueden darlo, ellos lo conocen aún menos. Los sentados y acampados deberían hacer sitio, entre ellos, a una pequeña mujer, y con Ella perseverar unidos en la oración y en el clamor por la venida del Espíritu Santo.
¿No piden (pedimos) justicia, verdad y tranparencia; oportunidades para todos; saneamiento de las estructuras? ¿No se trata de salir a la calle y montar una revolución? ¿No hace falta ser audaces y valientes, más que nunca, e implicarnos en un cambio que renueve los cimientos del sistema? Pues necesitamos esa fuerza de lo alto para distinguir entre lo caduco y lo perenne, lo viejo y lo nuevo, la carne y el espíritu... Para ser capaces de extirpar de raíz en nuestro interior lo mismo que exigimos a los poderosos de turno. Para hacer entre todos una cultura nueva donde la paz, el desarrollo, el reparto de bienes, la solidaridad sean globales de verdad. Donde se respete y cuide esta tierra que tenemos, y la diversidad entre nosotros.
Hay un proyecto divino que colma todas las exigencias del corazón. Uno que haría felices a todos los hombres de la tierra si se pusiera en práctica: el proyecto del Reino de Dios entre nosotros. Pero hay que desearlo tanto que se esté dispuesto a dar la vida por él, a jirones o gota a gota. Y para eso hace falta mojarse, implicarse y complicarse durante el tiempo que dura toda una vida.
Ven Espíritu Santo, ven. Tú que estabas presente desde la creación del mundo y de todos los seres vivientes. Tú que empujaste a los profetas y hablaste por ellos; que transformaste a los discípulos miedosos en apóstoles de Cristo, Camino, Verdad y Vida. Ven, agua que limpias y todo saneas y purificas. Ven, fuego que inflamas y cauterizas. Ven, soplo de aire que empujas y pacificas. Ven, unción que suavizas y que acaricias. Ven y canta en nosotros las maravillas de Dios.
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