23º Domingo Ordinario - A

domingo, 28 de agosto de 2011
4 Septiembre 2011

Ezequiel: A ti hijo de Adán, te he puesto de atalaya.
Romanos: A nadie le debáis nada más que amor.
Mateo: La corrección fraterna.

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Juan García Muñoz.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 28 agosto, 2011 19:58 dijo...

SI TU HERMANO PECA (Mt 18,15-20)

La condición histórica del ser humano hace que éste, aún estando llamado a realizarse plenamente y, por tanto, a alcanzar la perfección, con frecuencia deje que desear en su conducta y se enrede en las trampas del mal. Vivir es caminar y caminar supone cansancio, suciedad, equivocaciones y tropiezos. Jesucristo, cuando crea el grupo de los discípulos, les pone como ideal la perfección, pero sabe que la imperfección les rondará en todo momento. Por eso establece un modo de actuar con el pecador según criterios bien precisos.

En primer lugar -dice- hay que acercarse a él. El libro del Levítico estableció que no se debe aborrecer a nadie, sino que hay que corregirle para no ser cómplice de su pecado. Muchos, ante la falta ajena, optan por el desprecio y la murmuración -que es cosa más propia de espíritus mezquinos que de corazones nobles-. Jesús establece una norma que brota de la fraternidad: quien conoce la falta y no hace nada, incurre en culpa y es responsable, en cierta medida, del pecado del otro. La corrección ha de hacerse a solas y en privado porque el objetivo no es humillar a nadie sino salvar al hermano y hacerle retornar al buen camino. El primer paso, por tanto, lo da la caridad.

Pero puede ocurrir que el otro no atienda razones ni advertencias y se empecine en su pecado. En ese caso hay que darle una nueva oportunidad. Según la ley, sólo era válido el testimonio coincidente de dos testigos. Si la llamada del amor no ha sido oída, entonces hay que recurrir a la razón jurídica. La corrección se hace por exigencia de la justicia. Es así como se estrecha el cerco en torno al pecador.

Si la anterior medida no surte efecto y el pecador no se corrige, entonces ya es un asunto público y debe ser la comunidad en pleno, reunida en asamblea, la que trate el asunto y haga una amonestación abierta y firme. Si tampoco atiende esa voz, debe ser considerado un extraño porque quien rechaza la mano que ofrece ayuda se sitúa fuera de la comunión y de la fraternidad. Resulta dura la medida con el pecador impenitente, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que ha ido precedida por acciones emanadas del amor y de la justicia y que, a la postre, sólo es reconocer y hacer pública una decisión personal.


De todas formas -y esta es la segunda norma- la decisión no es definitiva. Las palabras que siguen reconocen a la Iglesia el poder de atar y desatar indicando con ello que las puertas -las de la Iglesia y las del cielo- siempre están abiertas al pecador arrepentido. En el curso de la vida nada es definitivo. Mientras es de día, las puertas permanecen abiertas -para entrar y para salir-. Sólo se cierran cuando llega la noche. La última norma recoge el espíritu de donde brota lo anterior: la unidad de los hombres es garantía de la presencia de Dios en medio de ellos.

Maite at: 31 agosto, 2011 23:06 dijo...

La corrección ha de brotar del amor por el otro, de otro modo es venganza pura y dura, o factura que se le pasa o envidia puñetera; sobre todo si se practica sin tener en cuenta lo que enseña Jesús: que hay que hacerla a solas. Y el otro ha de ser consciente de ese amor que se le tiene, ha de palparlo, tiene que sentir que quien le corrige lo hace a su pesar y solo por su bien, solo por amor. Por eso la corrección ha de darse en un clima de amistad, como una exigencia de ella, porque quien nos quiere no puede vernos caer y dejarnos caídos sin decir nada. No puede permitir que hagamos y nos hagamos daño sin intervenir.

Jesús no quiere que la corrección humille a nadie delante de otros, porque la humillación provoca resentimiento y destila amargura en el alma. Pero si a esa corrección, así practicada no hace caso el culpable, entonces sí hay que acudir a uno o dos miembros más de la comunidad, para darle otra oportunidad de recapacitar. Si no es así hay que llevar el asunto a toda la comunidad y lavarse las manos si ni siquiera esto es solución.

Todo amigo está puesto como atalaya junto a su amigo. Santa Teresa, que sabía mucho de amistad, por vivirla intensamente con Dios y con los hombres y mujeres de su tiempo, decía que es terrible cosa tener un buen amigo, porque no hay motita en el amigo que pueda ver sin ponerla en evidencia, tanto quiere que aproveche en todo lo bueno, y porque no soporta un amigo ver caído a su amigo.

Hablar cara a cara con el que falta no es fácil. Lo fácil es ir con el cuento a otro, y si es a varios mejor. Corregir tiene que costar, pero es necesario sentirse movido y empujado a ello sin remedio. Siempre por cariño. Si no hay amistad, pero sí obligación de corregir, a veces es bueno encomendar la tarea a alguien que quiere al que cayó y por el que éste se siente querido.

Para corregir hay que ser padre, madre, amante, hermano, amigo... y si no, es mejor abstenerse, porque entonces las palabras estarán dictadas por la cólera, el resentimiento, la ignorancia, la incomprensión, el miedo o la frustración, y solo provocarán heridas.

Es bueno experimentar la corrección de Dios. Nadie saca a la luz nuestras miserias como Él. Nadie pone el dedo en la llaga que supura como Él. Y al hacerlo saca del barro una criatura nueva, transparente y luminosa, fuerte y libre. Suframos la corrección. Sin ella vivimos en la falsedad y el desconocimiento de nosotros mismos. Sufrámosla aunque nos duela la poca delicadeza y el poco cariño del que la practicó. Pero al corregir a otro hagámoslo con los ojos, la voz y las manos del Señor. Incluso al corregir, y sobre todo al corregir, a nadie le dabamos más que amor.

Flora León at: 02 septiembre, 2011 21:12 dijo...

“Amar es cumplir la ley entera” nos dice hoy S. Pablo. También la ley de la corrección fraterna. Porque si no lo hacemos oportunamente cuando vemos el mal en nuestro hermano, por las consecuencias negativas que para nuestro amor propio nos puedan venir, entonces faltamos, pecamos de omisión , aprobamos la injusticia.

Jesús nos enseña, nos manda hoy corregirnos con amor. Y si lo hacemos desde Él y con Él, si el hermano no nos escucha, si lo lleva a mal....el testimonio y la paz de nuestra conciencia es nuestra paga, esa paz que proviene del Espíritu, a quien el mundo no puede conocer ni amar.

Señor Jesús: Danos la “parresía”, la valentía de decir la verdad con amor. Y a la vez, danos la gracia de acoger con nobleza la corrección de los hermanos...abre nuestros oídos y nuestro corazón , libéranos de tantas defensas como surgen de nuestro interior para justificar nuestros errores, nuestros vicios, nuestros pecados....

Concédenos escuchar hoy tu voz, no endurecer nuestro corazón. Amén