17 JUNIO 2012
DOMINGO 11-B
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Jesús intenta hacernos comprender como es el Reino de Dios de muchas maneras. Pero después de tanto tiempo nuestras ideas sobre él siguen siendo a nuestra imagen y semejanza, y seguimos sin ver que no lo ganamos a fuerza de brazos y a base de esfuerzo.
Nada ni nadie dispensa al sembrador de hacer lo que debe: echar la simiente en la tierra, buena simiente en tierra buena. Y está sujeto al ritmo de la noche y el día que marca el tiempo de descanso y trabajo para él, en sabia armonía. No por mucho madrugar amanece más temprano, y una vez realizada la siembra el buen sembrador sabe que la semilla germina y crece sin su intervención y control. El fruto no depende de él, pero cuando el grano está a punto toca recoger.
El Reino de Dios no nace, ni crece y se desarrolla en el humus de la fuerza, la influencia y el poder, el éxito y la notoriedad, el triunfo y la aclamación. Brota, surge y aparece a la manera de un grano de mostaza, pequeño y oscuro, indigno de la atención de nadie. Pero sin que nadie sepa como y contra todo pronóstico lógico y realista brota con fuerza y se desarrolla con más vigor que el resto de las hortalizas.
El Reino de Dios pide nuestro esfuerzo, pero no depende de él. Exige nuestro trabajo y diligencia, pero su desarrollo no guarda proporción con ellos. Si estuviera bajo nuestro dominio y de nosotros dependiera sería así de pequeño y mezquino. El Reino de Dios no guarda relación con nuestra escala de valores. Para entrar en él hay que hacerse como niños.
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