8 JULIO 2012
14 DOM-B
MARCOS
6,1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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MIRAR DE OTRA MANERA (Mc 6,1-6)
Cuando se miran las cosas desde muy cerca se pierde el sentido de la realidad. Para ver claro hay que tener la distancia justa: ni muy cerca ni muy lejos. Cuando Jesús llegó a la sinagoga de su pueblo, quienes le habían conocido desde siempre se resistieron a creer en él. Con sus palabras venían a decir: "¡A nosotros no nos engañas: sabemos de sobra quién eres!". La consecuencia fue que se vieron privados de su poder de curar. Tal vez sea ese el problema de los cristianos de siempre y del mundo occidental: sabemos de sobra quién es Jesucristo y por ello no tenemos nada que aprender de él. Hay detrás de esto un mecanismo de defensa frente a la verdad: para no dejarse tocar por el mensaje, se menosprecia al mensajero. Pero en ello está precisamente su debilidad, pues, cuando el mensaje es débil, el mensajero está a salvo.
Viene todo esto al hilo de un pensamiento que -tiempo atrás- algunos divulgaron. "La religión -decían- es una ilusión que desaparecerá con el tiempo; el cristianismo ya no es respuesta a los problemas actuales. Vivimos en una sociedad postcristiana". Yo creo con otros muchos que el Evangelio está por estrenar. Menospreciar su contenido sólo nos lleva a privarnos de sus beneficios. La fe no es sólo mensaje ni sólo vida, sino ambas cosas a la vez y, cuando se renuncia a una, se pierde -tarde o temprano- también la otra.
Jesús fue rechazado por sus familiares -creían que estaba loco- y por sus paisanos -creían que era un carpintero- porque ninguno supo mirarlo de una forma distinta a como lo habían hecho hasta entonces. Cuando uno mira como siempre, sólo ve lo de siempre, es decir, lo que espera ver. Sólo se sorprenden y descubren nuevos mundos los que cambian la mirada. Yo diría que nuestro pecado -ante la fe y ante la vida misma- es haber institucionalizado la rutina, estar de vuelta de todo, ir de sabios. Nada nos sorprende. Por eso la vida ha perdido valor e interés. Para escapar de la insatisfacción que ello conlleva, nos empeñamos en inventar mundos irreales, paraísos artificiales, espejismos de felicidad. Si no, ¿cómo explicar fenómenos tan absurdos y lacerantes como la dependencia de la droga, del juego, del sexo, del poder, del éxito...? ¿Cómo explicar que una persona pague tanto sufrimiento por un poco de felicidad? Creo -estoy convencido- de que sólo superaremos estos males cuando descubramos la dicha que la vida encierra en sí misma. No hablo de renunciar a la felicidad, sino de buscarla donde verdaderamente se la encuentra. Los paisanos de Jesús se privaron de sus milagros -de la vida que él daba a manos llenas- porque se empeñaron en ver en él a un simple carpintero. Y Jesús se sorprendió de su falta de fe como uno se sorprende de que haya tanta gente sedienta de felicidad junto a los manantiales de la dicha.
Francisco Echevarría
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