DOMINGO ADVIENTO 3-C

domingo, 9 de diciembre de 2012

16 DICIEMBRE 2012
3º DOM. ADVIENTO-C

LUCAS 3,10-18. ¿Qué hemos de hacer?

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 09 diciembre, 2012 21:06 dijo...

¿QUÉ HACER? (Lc 3,10-18)

El pueblo que siguió a Juan Bautista no se limitó a escuchar, sino que se dejó impactar por sus palabras. De ahí que le pregunten: “¿Qué tenemos que hacer?”. Hoy padecemos de “incontinencia verbal” -como alguien ha dicho-. No hay más que asomarse a los medios para ver a indocumentados opinar y discutir, sin rubor, de todo lo divino y humano con el único propósito que aumentar la audiencia. Y no es que neguemos a nadie el derecho de opinar; sólo reclamamos el deber de reflexionar antes de hacerlo porque, no se trata de decir lo que uno piensa sino de pensar lo que uno dice. Todo esto viene a propósito de la pregunta que la gente le hizo a Juan: no le pidieron ideas sino líneas de acción. Buena lección para un mundo como el nuestro donde sobran opiniones sobre los problemas -palabras- y faltan manos que remedien esos problemas -hechos-.

Pero, del mismo modo que no vale cualquier palabra, tampoco vale cualquier obra. Juan Bautista apunta por dónde tienen que ir las cosas. Tres son las preguntas que formulan otros tantos colectivos: al pueblo le dice que sean solidarios, es decir, que cada uno ame al prójimo como a sí mismo; a los publicanos -a los funcionarios encargados de la hacienda pública- les dice que sean justos y no se aprovechen del cargo para enriquecerse a costa de los demás; y a los soldados -a los militares-, que no abusen del poder y de la fuerza para satisfacer su avaricia. Como puede verse, a ninguno le dice que cambie de profesión o de vida. Cada uno ha de responder desde la situación y profesión en que está. No se trata, por tanto, de hacer grandes actos de heroísmo, ni de llevar una vida ascética. Se trata simplemente de vivir el "ama a tu prójimo como a ti mismo".

Al oír su mensaje, la gente empezó a preguntarse si no sería Juan el mesías esperado. Con una gran humildad el Bautista aclara las cosas: él no era más que un heraldo. Su misión era preparar el terreno al que venía detrás. El suyo era un bautismo de agua -un cambio exterior, de costumbres-; el Mesías, por el contrario, bautizará con Espíritu Santo y fuego, es decir, purificará el corazón y transformará interiormente al hombre. Juan se conforma con que los hombres cambien sus costumbres; Jesús exigirá que cambien los hombres. Es porque las cosas bien hechas se hacen con las manos pero se cuecen en el corazón, pues, la bondad de las obras depende de la bondad de los sentimientos. En otras palabras: es bueno hacer grandes obras, pero es mejor hacer grandes hombres y mujeres. Lo cual sólo es posible trabajando el corazón porque las personas, como los árboles, crecen desde dentro.

Esto es lo único que divide a los hombres. Lo que los hace diferentes no es el color de la piel, la cultura, la lengua..., sino el corazón. Sólo hay dos formas de vivir: una humana y otra inhumana. La primera es la de aquellos que tienen un corazón de carne; cuando aparece la segunda es que los hombres tienen el corazón de piedra.

Francisco Echevarría.

Maite at: 10 diciembre, 2012 12:15 dijo...

Juan convencía a personas de todo tipo y condición, y a todos se dirigía: gente del montón, publicanos, militares... Todos se daban cita a orillas del Jordán para escuchar a Juan y preguntarle: ¿qué hacemos? Todos sucumbían al magnetismo de Juan, que era el propio de quien se juega la vida a una sola carta, del que conoce quién es, de quien se sabe llamado a una misión, de quien tiene un camino que recorrer y lo hace sin mirar a los lados. Juan es el hombre de una sola pieza, de un ideal, de una pasión.

Alguien así tiene autoridad cuando habla y hace que los demás se pregunten: ¿qué hacemos?, que es la pregunta que surge cuando algo se mueve en nuestro interior herido, golpeado e interpelado de tal forma que solo es posible el cambio de rumbo para seguir caminando. Es la llamada a la conversión que nace de dentro.

Lo que Juan propone está al alcance de todos. No depende de lo que uno es ni de lo que tiene. Se trata de compartir lo poco o mucho que se posee con los más desfavorecidos, de renunciar a la ambición que lleva al abuso y opresión de los demás. Se trata, en fin, de crear entre todos relaciones de igualdad y ayuda mutua porque ese es el mejor modo de allanar y preparar el camino al que viene.

Juan es un líder religioso para todos hasta el punto de ver en él al Mesías esperado. Ante las expectativas que suscita adopta, como en todo, una postura clara y directa: él es sólo un mensajero, el que dispone todo para la llegada del otro, que es quien tiene en su mano y poder la salvación de todos, a quien corresponde juzgar y actuar en consecuencia.

En este tiempo de Adviento la figura de Juan surge de nuevo con toda su fuerza. El hombre que arrastra y mueve a las masas adonde va no suplanta al Mesías. Todo su ser está orientado a Él, al que viene, y toda su vida a abrirle camino, a disponer los corazones para acogerle. Juan es un hombre libre, sin ataduras ni miedos, sin componendas ni artificios, sin complejos. Penetrado por la Palabra de Dios que recibió se entrega a su misión: anunciar la Buena Noticia, su pasión. Juan no necesita ser el Mesías ni que le confundan con Él, ser la voz de la Palabra, su mensajero, le basta.

J.A. at: 16 diciembre, 2012 10:24 dijo...

Dos vocablos sintetizan la Palabra de Dios en este día: alegrate y qué hacemos.
El comentario que podría hacerse es que desde el interior, llenos de gozo my esperanza, cada uno vea qué tiene que hacer.
Por una parte llenarnos de Dios por ser sus hijos y por otra hacer que ostros hijos sean hijos dignos de su Padre, porque en una solidaridad fraternal, cumpliendo ese sueño de Dios, como decía un misionero a la pregunta de si iba a hacer una llamada a la generosidad, dijo no, una llamada a que se cumpla el sueño de Dios, de la fraternidad entre los hombres.
¿Qué hacemos?
San Juan da dos pautas: compartir lom que tengamos demás y llevar una vida intachable en nuestro estado y profesión.
Para ello, siendo Iglesia y miembro de una Iglesia pobre de los pobres, desprendiendonos, Iglesia y todo cristiano de todas esas cosas demás que tengamos, ser podbre entre los pobres, cumpliendo el sueño de Dios de la fraternidad humana y así no habría podres pues aún los no creyentes que integran esa fraternidad, si de verdad nos ven pobres con los pobres, pues como dice el dicho, en la casa del pobre siempre sobra algo para alguien más.
Así podíamos gritar con el Apostol "estad alegres" porqiue Duios que nace en y para todos, encuentra una cuna y no un pesebre, un techo y no un establo, comida y no hanbre y sed, atención y medicamentos y no soledad y enfermedad, asistencia y no desesperación de una solitaria celda, en definitiva ser pobre con nuestro hermanos los pobres que no solo son pobres de dinero, pues , como todos sabemos, la pobreza tiene muchas caras.
Pero siempre con la alegría que nos salga del amor. ¡Alegraos, estad siempre alegres!