DOMINGO 2º-C

lunes, 14 de enero de 2013

20 ENERO 2013
2º DOM. ORDINARIO-C

JUAN 2,1-11. En Caná de Galilea. Jesús comenzó sus signos.

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 14 enero, 2013 10:02 dijo...

EL ESPÍRITU Y LA LEY (Jn 2,1-12)

Siete son los milagros que narra Juan en su evangelio, siete signos que ilustran la obra del mesías. El primero de ellos ocurrió en una boda y consistió en convertir el agua en vino. Pobre sería nuestra comprensión del relato si todo se redujera a ver a Jesús como alguien que remedia la imprevisión de unos novios. El evangelista advierte que es un signo. Por tanto, sólo comprendiendo su significado podemos alcanzar su valor.

Se trata de una boda. El matrimonio fue uno de los símbolos preferidos por los profetas para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo. Pablo recurre a él para hablar de las relaciones de Cristo con la Iglesia. Allí está la madre de Jesús, a la que él llama mujer, como a la samaritana y a la Magdalena tras la resurrección. Las tres representan al pueblo de Dios -a la esposa- en tres situaciones diferentes: María es el pueblo fiel que hace posible la venida del mesías y le urge a cumplir su misión sin tardanza; la samaritana es el pueblo infiel, idólatra; la Magdalena representa al nuevo pueblo, al que nace de la resurrección. Se acaba el vino -símbolo del amor en el Cantar de los Cantares-, pero sobra el agua de las purificaciones. El Mesías dice que aún no ha llegado el momento, pero el resto fiel no puede esperar más. Son seis las tinajas -no siete, que indicaría plenitud, sino seis, es decir, imperfección-. Son de piedra -cosa rara en una casa normal-, como las tablas de la Ley entregadas a Moisés. El mayordomo reconoce que, en contra de la lógica y de la costumbre, lo mejor se ha dejado parta el final.

Desde estas claves podemos entender mejor el texto de Juan. No habla él de vino y fiesta, sino de algo más profundo. La antigua alianza -centrada en el cumplimiento de la Ley, incompleta, porque sólo purifica como el agua: por fuera-, gracias al Mesías, es sustituida por la nueva -que transforma al hombre interiormente y le da una vida nueva, centrada en el amor. Son dos modos de entender la religión y la vida misma: uno centrado en el cumplimiento de la ley -que hace al hombre merecedor de premios y castigos-; otro centrado en el amor que le hace hijo de Dios y hermano de los hombres. El primero pone la fuerza del ser humano en algo exterior y, a la larga -como les ocurrió a los fariseos-, endurece el corazón; el segundo recibe su energía de algo interior y hace el corazón más humano. La sociedad -y también la Iglesia- tiene que preguntarse si es una suerte vivir en el mundo como un ser humano o, por el contrario, constituye una desgracia. Jesús de Nazaret cambió el agua en vino, abrió una nueva senda a la humanidad y es triste ver que, cuando estamos estrenando el tercer milenio de su presencia, muchos sigan creyendo que el camino de la ley es mejor que el del amor. El hombre nuevo y el nuevo orden sólo verán la luz si recuperamos nuestro verdadero centro, que está en el interior de nosotros mismos. La luz que viene de fuera es probable que nos ciegue. Sólo ilumina la que irradia desde el corazón.

Francisco Echevarría

Manolo Martín at: 14 enero, 2013 21:35 dijo...

"EL VINO BUENO"

La contemplación diaria del cielo inspiró a Jesús enseñanzas para orientar las conductas de los hombres. Observa que las gentes saben interpretar las señales atmosféricas: "Cuando veis levantarse una nube por poniente, decís: "va a llover". Cuando sentís soplar el viento del sur, decís: "va a hacer calor". Y así sucede. ¿Cómo nos discernís el tiempo presente?" (Lc 12,54-57).

María supo interpretar en las bodas de Caná un suceso, sencillo desde fuera, pero muy importante en el entorno de la fiesta: la embarazosa situación del novio ante la falta de vino.

Y es que el vino tiene en la Biblia y en las costumbres judías un simbolismo de felicidad en los tiempos mesiánicos por lo que su carencia representa siempre la desgracia.

"No tienen vino" alude a la fiesta y también a la situación de Israel y la humanidad y María aparece como portavoz ante Dios de una fiesta en apuros y una humanidad que espera el vino nuevo del evangelio.

María viene al encuentro de la sed de los hombres y un hacer de mediadora de la indigencia humana no como una persona extraña sino ofreciéndonos su maternidad.

María ha sabido escuchar como Dios nos habla con los acontecimientos de la vida diaria y con sus gestos nos invita a ser también mediadores en las necesidades de los hermanos.

Manolo Martín de Vargas.

Maite at: 15 enero, 2013 21:58 dijo...

Sería bueno llevar escrito en el corazón (y en la cara) eso de "hubo una boda en Caná de Galilea", para no olvidar, y reflejar, que también la fiesta y la alegría forman parte de la vida del que sigue a Jesús.

Ya escribía Isaías: como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo. Y los místicos, los grandes amantes de Dios de todos los tiempos, se han referido a la Encarnación del Verbo como los desposorios de Dios con la humanidad, su esposa.

Las bodas son mucho más que un paréntesis para tomar aliento o un opio para olvidar las penas antes de volver a ellas. Son mucho más, y algo distinto, que una distracción. Dios nos mira y escribe la historia en un contexto de bodas, de unión profunda con cada uno de nosotros, en un clima de júbilo y alegría.

Hubo una boda en Caná y faltó el vino. Según las palabras de María les faltó a los novios, y en una boda no puede no haber vino. Sí había, en cambio, seis tinajas de piedra para las purificaciones, de unos cien litros cada una. Qué pasada... Había una Ley que cumplir y respetar, con el peso de una tradición de siglos, pero un peso opresor y asfixiante. Así no puede haber boda. Hay un camino al cementerio.

Se puede estar en una fiesta y ser sensible a las necesidades de los demás, y abierto y disponible para cubrirlas, como María. Ella, la primera seguidora de Jesús, comprende la gravedad de la situación y acude a Jesús. Sin explicaciones ni razones, sin argumentos ni discursos, presenta simplemente la necesidad: no tienen vino. Y a pesar del aparente desaire de Jesús (Dios tiene sus horas, sus momentos) se dirige a los sirvientes, los encargados de repartir el vino a todos: haced lo que Él os diga. Y nos enseña que, cuando hace falta, cuando apremia que llegue la hora de Dios, un corazón que late para que todos vivan en plenitud, puede adelantarla confiando en Él y dejando todo en sus manos.

Nos enseña, con sus palabras, que en verdad es bueno y necesario obedecer a Dios que cuenta con nosotros, nuestro trabajo y esfuerzo, para cambiar el agua en el vino que necesitamos para la boda. Y hace falta, para ello, llenar de agua, hasta arriba, con unos seiscientos litros de agua, las tinajas. Solo después habrá vino en abundancia, y vino bueno, del mejor.

Gracias a eso hubo una boda en Caná de Galilea.

Juan Antonio at: 20 enero, 2013 14:18 dijo...

El milagro que se nos narra en el Evangelio de hoy, milagro que S. Juan llama signo, es, como todos sus actos, bastante aleccionador.
Si reparamos, aquellas tinajas estaban vacias y hubo de llenarse de agua para que Jesús la convirtiera en buen vino.
Nuestra vida, nostros, tenemos que llenarnos de agua, de buenas cosas para que Jesús pueda realizar en nostros el signo de vivir Él en nostros, como nos dice S. Pablo "no vivo yo, es Cristo quien vive en mi" y de esta forma transformado por Cristo seremos signos suyos en el ambiente en que vivimos, signos de amor, de justicia y de paz, buscando el bien de todos, como hizo Jesus -paso haciendo el bien- y para eso tenemos que vaciarnos, transformados, en obras en beneficiio de todos, como el buen vino en aquellas bodas de Caná que alegró a todos.
Seamos alegres en nuestro don y en nuestro actuar, siendo instrumentos dóciles de Dios en la realización de sus signos, en definitiva del bien.