CUARESMA 2º-C

domingo, 17 de febrero de 2013

24 FEBRERO 2013
2º DOM. CUARESMA
LUCAS 9,28-36: Mientras oraba el aspecto de su rostro cambió

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 17 febrero, 2013 12:53 dijo...

TRANSFIGURADO (Lc 9,28b-36)

Terminada la etapa de Galilea, Jesús emprende el viaje a Jerusalén para completar allí su obra. Lo acontecido sobre el monte -que luego la tradición identificará con el Tabor- señala el paso de una a otra etapa. El relato está lleno de sugerencias y apunta hacia los acontecimientos que tendrán lugar en la ciudad santa. El monte evoca otros montes importantes de la antigüedad como el Moria -donde Dios se revela a Abrahán- o el Sinaí -donde se reveló a Moisés-, pero con una diferencia cargada de significado: aquí es Jesús quien se revela, no quien recibe la revelación. Los testigos representan los tres tipos de comunidades existentes en la Iglesia primitiva: las de Palestina -Santiago-, las de la diáspora -Pedro- y las joánicas. La transfiguración del rostro y las vestiduras recuerda la transfiguración de Moisés tras contemplar a Dios. Moisés y Elías representan el Antiguo Testamento. La voz es la misma que se oyó en el bautismo, sólo que ahora añade: ¡Escuchadle!

Todos estos elementos configuran un relato cuyo significado es evidente: cuando va a iniciar el camino hacia Jerusalén, donde tendrá lugar su muerte y resurrección, Jesús muestra su identidad oculta. El que había sido presentado en el bautismo como Mesías -Hijo de Dios, poderoso-, ahora es presentado como Maestro, como aquel a quien hay que escuchar y seguir en el camino hacia la cruz y hacia la vida. Él es la revelación plena y definitiva de Dios. Las Escrituras, la Iglesia y el Padre lo atestiguan. La transfiguración marca el comienzo del período del discipulado. El evangelio de Lucas, a partir de este momento está dedicado a mostrar a los seguidores de Jesús cómo se es discípulo.

En este largo proceso, Pedro representa la tentación. Primero propone instalarse en la situación y olvidar Jerusalén, más tarde invitará al Maestro a no entrar en la ciudad y, en el último momento, pondrá sobre la mesa las espadas. Son las tres tentaciones que asaltan al discípulo de Jesús a la hora del seguimiento: ignorar la dimensión sufriente de la vida valorando sólo lo grato de la religión; huir de la dificultad y el compromiso; y recurrir a métodos no evangélicos en la defensa de la fe. Cuando el sentimiento religioso aflora como respuesta a la contemplación de lo maravilloso, el corazón se llena de entusiasmo y aparece la euforia del neófito que suele conducir al fanatismo. Es la ceguera producida por un exceso de luz. En ese caso, es necesario cerrar los ojos y abrir los oídos a la voz susurrante que invita a seguir al Maestro con la cruz cada día. La verdadera transfiguración es la que muestra a Dios con rostro humano. La tentación es disimular lo humano con trazos de divinidad. A los apóstoles se les muestra quién es realmente Jesús para que no sean remisos a la hora de seguirle hasta la cruz.

Pero hay otro aspecto en el asunto que no se debe olvidar y es que la transfiguración sólo es la inversión de la encarnación. No se puede contemplar la grandeza de la divinidad en el Tabor si, primero, no se ha contemplado la pequeñez de la humanidad en Belén. Quien no reconoce a Dios en lo pequeño, tampoco lo encontrará en lo grande.

Francisco Echevarría

Maite at: 17 febrero, 2013 21:27 dijo...

Caminando en pos de Jesús no solo pasamos por el desierto, otros tramos del camino exigen subir y bajar de la montaña.

Como los discípulos necesitamos ser fortalecidos en la fe, contemplar la hermosura del rostro del Señor, gozar de su amor e intimidad. Pero, como ellos, no podemos quedarnos ahí sucumbiendo a la tentación de hacer tres chozas para alargar la estancia en la cima del monte. Todavía no...

La voz del Padre pidiendo que escuchemos a su Hijo nos empuja a bajar con Él del monte y a adentrarnos en el fragor de mil batallas, a seguir adelante camino de la cruz.

Hace falta subir muchas veces a la montaña a orar para vivir una experiencia de Tabor. Hace falta pasar tiempo ahí, a solas, para contemplar el brillo y la hermosura del rostro del Amado. Con ese fuego en el corazón bajar del monte, en pos de Él, será un imperativo del amor que empuja a gritar a todos en donde están el Camino, la Verdad y la Vida.

El Tabor enseña que el rostro del Señor no se contempla solo en la cima, también al bajar del monte. Pero para verlo ahí hace falta llevarlo impreso en el alma. Lo reconoceremos entonces en cada hermano, de modo especial en los que menos brillan.

El Tabor nos recuerda que estamos llamados a contemplar eternamente el rostro de Dios; que quedará saciada, entonces, la sed de nuestro corazón que le busca sin descanso, aun sin saberlo. Nos recuerda que vamos camino de la cruz, no como meta, sino como consecuencia de entregar la vida por Jesús y como Él.

Algún día subiremos a la montaña y ya no tendremos que bajar.