20 OCTUBRE 2013
DOM-29C
LUCAS 18.1-8: Parábola del juez inicuo y la viuda
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
LA PLEGARIA (Lc 18,1-8)
Hay males que tienen su origen en la condición humana y, si bien son fuente de dolor, sufrimiento o incomodidad, su aceptación es signo de humildad y realismo. Ante estos males, la oración de un creyente ha de ser pedir ser liberados de ellos o, al menos, recibir la fuerza necesaria para soportarlos sin desesperación. Ésta es la plegaria, por ejemplo, del enfermo o el desafortunado. Pero hay males que tienen su origen en un corazón perverso e injusto. También estos son causa de grandes sufrimientos para los débiles. De esos habla la parábola de Jesús con la que explica la necesidad de insistir en la plegaria.
Ante situaciones de injusticia, el recurso es exigir que los magistrados obren según su deber, pero ¿qué pasa cuando éstos no lo hacen y el injustamente tratado no puede reclamar su derecho porque está en situación de debilidad? En estos casos el humilde mira al cielo y clama:“¿Hasta cuándo, Señor?”. En esos momentos, la plegaria brota de la conciencia de que sólo el cielo puede poner remedio a nuestros males. Pero el tiempo del hombre es tan corto que resulta difícil esperar a que Dios intervenga. Y surge la pregunta: “Si puede hacerlo ¿por qué no lo hace ya? ¿a qué espera?”. Y, tras ella, viene la impaciencia. Y tras la impaciencia el abandono de la plegaria y la desesperación.
A los oyentes de Lucas –hombres poco expertos en eso de la oración– Jesús les advierte que es necesario perseverar. Y no porque Dios se haga rogar y guste de la insistencia de los hombres para conceder sus dones, sino porque es necesario medir el tiempo con el reloj de Dios. La insistencia en la plegaria es una forma de adecuar el pensamiento y el ánimo al ritmo de Dios. Si los hombres ceden ante la insistencia aunque sólo sea para que les dejen tranquilos, ¿cuánto más Dios oirá la llamada de sus elegidos? Es la confianza lo que sostiene la plegaria.
El final recoge una pregunta inquietante: “Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Corren vientos de increencia y muchos se dejan arrastrar por ellos. El mundo de hoy es tan autosuficiente que ha dejado de mirar a lo alto porque piensa que sobre el cielo no hay nada: “Todo depende de nosotros. Sólo depende de nosotros. Esperar un poder sobrenatural que nos salve es una espera inútil”. Así opinan hoy muchos que se consideran pensadores. El problema es que su respuesta no responde a las grandes preguntas. Si fuera del círculo no hay nada ¿qué valor tiene lo que está dentro de él? Cuando el Hijo del hombre venga a la tierra tal vez no encuentre fe sobre ella. Pero lo más trágico es que tampoco encontrará esperanza. Sólo hombres de corazón vacío y mirada perdida.
La falta de fe es una de las consecuencias del pragmatismo. Pero no nos engañemos. No ha caído la fe porque ésta no cuente. Ha caído la fe porque se están derrumbando los valores que dan sentido a la vida arrasados por el pragmatismo reinante. M. Buber habla del eclipse de Dios –no de ocaso o muerte– y, ya se sabe, cuando hay eclipse no se apaga el sol, simplemente la tierra queda sumida en la oscuridad.
Moisés ora por la victoria sobre Amalec con verdadera tenacidad, constancia y esfuerzo, durante horas interminables, sostenido por Aarón y Jur. No es una oración fácil ni placentera, da su fruto, pero también Josué se ha empleado a fondo en la batalla. Todos, Dios, Moisés, Josué, Aarón y Jur han puesto toda la carne en el asador hasta la puesta del sol. Solo entonces Josué derrota a Amalec y su tropa a filo de espada.
La viuda de la parábola de Jesús tampoco escatima tiempo y coraje. Sus circunstancias no pueden ser más adversas, solo pide la justicia que necesita a un juez que Jesús pinta como impío e inmisericorde. Insiste hasta el fastidio, hasta cansar a semejante personaje que por ninguna consideración humanitaria se deja conmover. La viuda lo tiene todo en contra, pero insiste sin desanimarse. No tiene nada que perder.
Jesús nos dice que el Padre nos mira como a hijos cuando acudimos a Él, pero necesitamos la perseverancia de Moisés y la viuda; necesitamos, sobre todo fe, creer y confiar en que Dios nos da siempre, y a su tiempo, lo que nos conviene.
El salmista, otro orante perseverante, reconoce que el auxilio le viene del Señor, y que el creador de cielo y tierra no permitirá que resbale su pie, e incluso vela su sueño permaneciendo despierto a su derecha. Le guarda de día del sol y de la luna de noche, de todo mal y en todo momento.
También él tiene batallas que librar y necesita justicia y protección. Levanta sus ojos a los montes, sin desfallecer, y encuentra su auxilio en Dios, que no pierde cuidado de él ni se aparta de su lado.
Moisés, el salmista y la viuda, tres patronos para orantes esforzados y en apuros; tres modelos de fe que cree y espera contra toda esperanza y en situaciones límite.
La semana pasada reflexionábamos sobre la oración para llegar a la oración de gratitud, a dar las gracias, como aquel extranjero, entre diez, que vuelve al Señor agradecido, dejando aparte la Ley y sus decretos sobre la curación de la lepra.
Hoy el Evangelio somete a nuestra consideración la constancia en la oración, constancia como si Dios no nos oyera y, con todos los respetos, creo que es a los solos efectos, de que aun en la petición, seamos constantes, pues como dice el propio pasaje, Dios ¿nos dará larga?
Con la oración de petición, acción de gracias, contemplación o meditación, lo que siempre conseguimos es estar con Dios y recibir el Espíritu Santo, como nos dice el propio S. Lucas en 11, 13, aunque el todo ese pasaje citado nos habla de la oración, empezando por el Pedrenuestro y terminando con esa frase, ¡Cuánto más vuestro Padre del Cielo dará Espíritu Santo a los que se lo pidan!
Dios siempre nos da, diría mejor que se da en la oración, se da a cada orante sea en nuestra petición, acción de gracias, alabanza, contemplación…. Dios está con cada uno de nosotros, nos llena aun cuando no veamos, ni sintamos nada, es la comunicación de Dios al alma unida a su Dios.
Decía Santa Teresa, de la que hoy celebramos su memoria, hablando de la oración “”” estábame yo allí con Él….””””, no sé si la transcripción es literal, pues la escuché hace muchos años y la edad ha podido desvirtuarla, pero lo que la santa nos dice es que la oración es también un estar con Dios, simplemente, ya nos hablará si nuestra alma está abierta al dialogo del silencio y la contemplación, pues en la oración, y cito de memoria otra vez, es bueno rezar, meditar, pero sobre todo amar.
Publicar un comentario