ASCENSIÓN

domingo, 25 de mayo de 2014
1 JUNIO 2014
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
MATEO 28,16-20. Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 mayo, 2014 17:03 dijo...


EL MÁS ALTO PODER (Mt 28,16-20)

En el último domingo de la Pascua -el que precede a Pentecostés- se nos habla del envío misionero de Jesús. Antes de desaparecer, encarga a los suyos recorrer el mundo y hacer discípulos de todos los pueblos. No dice Jesús que formen un solo pueblo, bajo un solo poder, con una sola cultura y regido por las mismas leyes, sino que hagan discípulos sin que importe el pueblo al que pertenezcan. El evangelio encierra dentro de sí una dimensión de universalidad más allá de razas, culturas, lenguas, filosofías... Más allá de todo lo que los hombres utilizamos para establecer diferencias y vallas entre nosotros.

En estos tiempos en que soplan fuerte los vientos nacionalistas y las minorías reclaman -no digo que sin derecho- el respeto a sus características propias, el Evangelio aparece como una propuesta de unidad desde la diversidad. Los hombres de mente y corazón estrecho temen todo lo que es diferente y entienden la unidad como uniformidad, por eso excluyen lo que no es conforme a sus criterios y luchan contra todo lo que no encaja en su visión de la realidad. Cuando logran seducir a los pueblos, los conducen hacia un abismo de soledad y pobreza.

El pensamiento cristiano -aunque haya cristianos que no tengan este pensamiento- entiende que la unidad de los hombres se construye sobre la diversidad de los mismos y, por ello, valora, potencia y asume los elementos que caracterizan a un pueblo o a una cultura. La diversidad es fuente de enriquecimiento muto. La uniformidad conduce al empobrecimiento de todos, como el pensamiento único, a la debilidad de pensamiento. Aparece en la Biblia un pasaje que puede ser considerado -al menos a mí así me lo parece- una de las más antiguas y duras críticas del totalitarismo subyacente en el discurso de quienes, so pretexto de defender lo propio, no dudan en excluir lo diferente: el relato de Babel. El autor sagrado se refiere a Babilonia: un sólo pueblo, una sola lengua (cultura), un solo poder para gloria de sus dirigentes autoerigidos en dioses. Frente a este modo de entender el mundo, la Biblia, con el Evangelio a la cabeza, predica la igualdad esencial de todos los seres humanos -imágenes de Dios por nacimiento e hijos suyos por adopción- y su universal vocación a la unidad.

Jesucristo dice a los suyos: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra”. El suyo es el más alto poder y, por ello, el único poder legítimo y auténtico. Y lo es porque es el único poder justo. En el mundo de los hombres el poder, primero, endiosa -y, dado que un hombre convertido en dios es un tirano, a más poder más injusticia y más crueldad- y, luego, entontece -porque, al creerse divinos, nadie, ni ellos ni sus adoradores, critican sus ideas-. Tal vez por eso no sea voluntad del cielo que todos los hombres formen un solo pueblo, pero sí que todos los corazones sean uno. El más alto poder sólo es el poder de Dios. Los otros poderes sólo son el espejismo de la vanidad de los hombres.

Maite at: 26 mayo, 2014 20:45 dijo...

En la solemnidad de la Ascensión del Señor me gusta dejarme interpelar, de entrada, por esa pregunta del libro de los Hechos:

- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

Y hacerme así consciente de que estoy llamada a ser testigo del Señor hasta los confines del mundo, que empiezan en mi propia casa, con la fuerza del Espíritu. A pasar por esta vida como Jesús, haciendo el bien y proclamando el Evangelio, de modo que sus gestos y palabras sigan siendo visibles e inteligibles para todos.

Por eso necesito al Espíritu, que recree en mí constantemente las palabras y enseñanzas de Jesús, para no olvidar que soy discípula y seguidora suya. Que mi vida gira en torno a su persona y no a una doctrina o unas normas. Que me recuerde constantemente que el Señor está conmigo todos los días, y que merece la pena guardar todo lo que Él ha mandado. Que solo con Él puedo ser luz y sal, tierra fecunda, servidora y hermana.

La Iglesia insiste estos días en traer a nuestra consideración todas las palabras de Jesús que nos aseguran que no estamos solos, ni huérfanos, que Él sigue a nuestro lado. Y se nos pide asumir la responsabilidad de revestirnos de Cristo, de ser otros cristos, para que todos, hombres y mujeres, pequeños y grandes, se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Para que todos tengan vida en abundancia.

En mi comunidad religiosa solemos cantar el salmo responsorial de este día con un aire de marcha triunfal de ritmo trepidante y música grandiosa que destila poderío. Por lo menos así me suena a mí... Se siente una inmersa en la alabanza a Cristo, nuestra cabeza y señor, poderoso sobre todo. Allí, donde nos ha precedido, estamos llamados a ir nosotros.

Juan Antonio at: 26 mayo, 2014 22:06 dijo...

En esta fiesta de la Ascensión, celebramos la subida, definitiva, de Jesús al Padre, nos deja, pero al igual que nunca se separó del Padre al que siempre estuvo unido en este mundo, al que se abajó para elevar al hombre a lo más alto, nos dejó una identidad, el amor y el discernimiento de la voluntad del Padre.
Jesús ha cumplido en todo y nos deja su presencia viva, su acompañamiento en todo tiempo, circunstancia y lugar: no estamos solos: el Padre, el Hijo y el Espíritu mora en nosotros.
Hay una frase del Evangelio que nos debe interpelar “haced discípulos de todos los pueblos, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”
En definitiva tenemos que ser para otros el mismo Jesús, tenemos que tener la vida de Jesús, tenemos que tener los gestos, la valentía, la compasión, la misericordia, ello en la búsqueda de esas ovejas que no son del rebaño, “haced discípulos”, pero con el estilo de Jesús, con la elegancia, la autoridad de Jesús, como decían la guardia del templo que mandaron en una ocasión a prender a Jesús “ nadie ha hablado como Él”: esta es nuestra misión, nuestra tarea, para la que no tenemos, salvo especial vocación, que salir de nuestro entorno, de nuestro día a día, pues debemos de encarnar el Evangelio donde cada uno estemos.
La primera lectura queda truncada en el versículo once del capítulo primero, pero el doce y siguientes, nos habla de que los discípulos, y enumera a los once, volvieron a Jerusalén, perseveraban firmes en la oración, con las mujeres, además de María, la madre de Jesús y sus parientes: comienza aquí la primera Iglesia, la primera comunidad de los seguidores del camino, de los seguidores de Jesús, después vendrá el fuego abrasador del Espíritu y los lanzarán a las calles y ciudades de todo el mundo a llevar la Buena Noticia.
Hoy, como entonces y en todos los tiempos, la Iglesia está perseguida, pero no solo en los lugares donde la violencia es palpable, sino en soterrado laicismo, en divisiones internas, en desconsuelo para nuestro Papa que no hay día que no reciba disgusto por extorsiones de miembros de esta Comunidad, sea una comida en las terrazas de S. Pedro, un alquiler de piso de lujo: cuando vamos a volver los ojos al Evangelio y hacer realidad lo que tanto nos dice el Papa Francisco, Iglesia pobre para los pobres, donde, digo yo, los cajones de las mesas y las cuentas de los bancos estén vacías porque hay pobres que atender y mientras no sea eso, predicaremos, pero no daremos trigo, como dice el refrán.
“¿Galileos qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?
Empecemos la Iglesia, día a día, empezando por la oración y pidamos por ella, por los pastores que nos guían y nos conducen, no son ángeles, son hombres y necesita de nuestra asistencia y oración, además de la más firme colaboración.
María, Madre de todos los hombres, enséñanos a decir AMEN