28 SEPTIEMBRE 2014
DOMINGO 26-A
MATEO 21,28-32. Recapacitó
y fue.
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DECIR Y HACER
La entrada de Jesús en Jerusalén y la purificación del templo fue el comienzo de una confrontación abierta con las autoridades religiosas de Israel. Mt 21-23 explica el alcance de la misma y, de alguna manera, prepara el desenlace final de Jesús. La parábola que se lee este domingo está dirigida contra los sacerdotes y los escribas y pone al descubierto la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace. Jesús, siguiendo la tradición de los grandes maestros, enseña que, en los asuntos de Dios, no deciden las palabras, sino las acciones. Ya anteriormente había dicho que no entra en el reino el que invoca a Dios, sino el que cumple su voluntad (Mt 7,21).
La palabra es importante, pero se convierte en una trampa para aquellos que se limitan a ella. Simeón, un discípulo del gran rabino Gamaliel, decía: “Me he pasado la vida entre los sabios y no he encontrado nada mejor que el silencio. Lo importante no es hablar, sino actuar, pues, el mucho hablar conduce al pecado”. La aplicación que hace Jesús de la parábola resulta realmente dura: dice a los personajes religiosos de su tiempo que los pecadores y las prostitutas -los que al oír a Juan preguntaban: ¿Qué tenemos que hacer? (Lc 3,10)- entrarán antes que ellos en el reino de los cielos.
Pero la cosa no queda ahí. Jesús intercala la parábola entre dos preguntas. La primera -¿Qué opináis de este caso?- es una invitación a juzgar el hecho según los principios de la época. En este sentido el juicio no daba lugar a dudas: el hijo mejor es el segundo porque, aunque no cumple su palabra, reconoce la autoridad del padre, no le falta al respeto. El otro, si bien es verdad que al final cumple, sin embargo ha faltado al respeto a su padre por negarse a obedecerle. Éste ha puesto en entredicho la honorabilidad de su padre, mientras que el otro sólo pone en entredicho su propia honorabilidad. La segunda -¿Quién cumplió la voluntad del padre?- les obliga a ver las cosas de otra manera: lo importante no es actuar de acuerdo con las costumbres, sino obrar según la voluntad de Dios. La perspectiva evangélica es bien clara: ¿De qué sirven las palabras, si después la vida no responde a ellas? A Jesús se le acusó de relacionarse con gente de mala vida y él se defendió proponiendo un modo nuevo de afrontar la vida: lo que realmente importa no son las convenciones externas, sino la actitud interior; lo que cuenta no es lo que un hombre dice, sino lo que hace. Es su vida la que da legitimidad a sus palabras y no al revés.
El texto tiene un profundo sentido cuando se trata de la vida religiosa, pero tiene aplicaciones a la vida social, política y económica. Hoy sufrimos una inflación de palabras y de promesas en muchos campos y esto hace que la palabra haya perdido valor. Por eso para ver lo que un hombre guarda en su interior miramos su vida. La palabra fácilmente encierra mentira; la vida, difícilmente. Lo triste es que muchos no lo ven y se dejan seducir por cantos de sirenas que les llevan a estrellarse contra las rocas.
Este Domingo la lectura de la Palabra nos plantea el cumplimiento de la voluntad de Dios y aquí viene el conflicto, la cuestión, como saber, discernir cuál es la voluntad de Dios.
Discernimiento no es más que “un don del Espíritu que nos permite distinguir entre lo que nos mueva en la dirección del Evangelio y lo que nos encamina en otras direcciones.(1)
Por ello nuestra vida tiene esa tarea que nos llevará a una mayor unión con el Señor en tanto en cuanto nuestra vida sea tamizada por el Evangelio y así nuestro ver, juzgar y actuar estará en consonancia con las enseñanzas de Jesús y desde ahí vaciarnos nosotros de tantas cosas acumuladas en nuestro corazón, inútiles sino perniciosas, para dar cabida a Dios y a nuestros hermanos, que es en lo que consiste la santidad en el pensamiento de S. Francisco de Asís.
En los Evangelios hay pasajes donde se nos dice cuál es la voluntad de Dios, y así en el discurso del Pan de Vida (cp. 6 de S. Juan), Jesús dice que la voluntad del Padre es que no se pierda ninguno de los que le han sido dado y podemos preguntarnos ¿Cuántos son los que el Padre dio al Hijo? Y Éste es quien nos lo dice en el final del Evangelio de S. Mateo, id por todas las naciones...., es decir la humanidad entera.
Otra muestra de la voluntad de Dios es los mandamientos –ver S. Mateo 23,34-40, al preguntársele a Jesús cual es el mandamiento principal, contesta amar a Dios........y al prójimo como a ti mismo: aquí está toda la Ley y los profetas
Pero Jesús va más allá, y así solemos ver en los Evangelios “se dijo, pero yo os digo” y así en la última cena nos dejó su UNICO MANDAMIENTO, yendo más allá de lo que estaba mandado, quería y quiere que nos amemos como Él nos amó y nos ama.
Los mandamientos, más que imposiciones, son respuestas de amor a Dios, y si amamos a Dios tenemos que amar al hermano que vemos y está a nuestro lado, que es, como yo, semejanza de Dios, igual en dignidad y grandeza a los ojos de Dios, ahí tenemos la voluntad de Dios.
Podíamos resumir con una máxima de derecho natural, haz el bien y evita el mal, si lo queremos ver desde otra perspectiva, pero en todo está el amor y este es el que tenemos que vivir, lo contrario sería hacer mi voluntad.
Termino con S. Pablo en la lectura de este Domingo que viene a ser colofón de todo lo dicho “tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo”, ¡qué revolución llevaríamos al mundo!
Señor enséñame tus caminos, enséñame tus sentimientos y sin duda cumpliré la voluntad del Padre en cada momento.
(1) Tomado del Tema de Estudio de los Equipos de Nuestra Señora 2014-2015
En el evangelio, Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Ellos, los más sabios y religiosos, son los que se apresuran a decir "voy, Señor" y no cumplen la voluntad de Dios haciendo lo que Él quiere, a pesar de sus buenas palabras iniciales.
Luego están los publicanos y prostitutas, los últimos, los que no cumplen la Ley, los dejados, según los demás, de la mano de Dios. Estos son los que, en principio, han dicho "no quiero". Pero después, tocados por la gracia, sanados y perdonados, creen en Jesús y cumplen su voluntad. Por eso llevan la delantera a los otros en el camino del Reino de Dios.
En el seguimiento de Jesús no valen las fachadas espléndidas, las actitudes irreprochables, el conocimiento excelso de lo que hay que hacer. Valen el arrepentimiento y la fe, la conversión y la vuelta a la casa del padre, cumplir su voluntad, lo que Él quiere y pide, a pesar de negativas o rebeliones en el primer momento, el segundo o el tercero.
¿En qué hijo se reconocerían los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo? ¿Cómo les sonarían las palabras de Jesús sobre los publicanos y las prostitutas, pecadores oficiales del pueblo? Para Jesús la cuestión fundamental es hacer lo que quiere el Padre.
El profeta Ezequiel ya había hablado del justo que se aparta de su justicia, eligiendo la muerte, y el malvado que recapacita y se convierte encontrando así la vida. Cada cual se define por sus hechos y opciones. También esta vez se nos recuerda que no somos jueces de Dios.
La oración del salmista podría ser la del hijo que muchas veces dice "no", pero luego se arrepiente y va a trabajar a la viña de su padre como él quiere. Por eso pide a Dios su auxilio y misericordia, su ternura y perdón. Conoce su fragilidad y lo voluble de su carácter, pero desea cumplir la voluntad de Dios y confía en Él más, mucho más, que en sí mismo.
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