4º DOM-CUARESMA

domingo, 28 de febrero de 2016
6 MARZO 2016

4º CUARESMA-C

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 28 febrero, 2016 09:07 dijo...

EL RETORNO DE HIJO PERDIDO (Lc 15,11-32)
La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a dudas, uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento y una de las claves interpretativas del mismo. El relato gira en torno a tres personajes, los mismos que aparecen al comienzo de la sección. El triángulo formado por Jesús, los pecadores y los fariseos es reproducido por el padre, el hijo menor y el primogénito.

El padre encarna los sentimientos de Dios -de Jesús- hacia el pecador: lo mira como a un hijo equivocado que, buscando libertad y dicha, abandona la casa paterna. Es el dolor contenido, que no hace nada para ser evitado porque hacer algo sería ir contra la libertad, es decir, contra el amor. La postura del padre refleja que sólo se ama desde la libertad y sólo se es libre desde el amor. Esto explica la explosión de gozo cuando el hijo retorna. Ha sido necesario el error para comprender el alcance de la verdad. En el pensamiento cristiano, Dios no ve la culpa, sino el error y está dispuesto a la misericordia tan pronto como el hombre lo reconoce.

El hijo menor -los pecadores con los que Jesús come-, más que malo, es inconsciente. No hay maldad en su corazón. Sólo quiere emanciparse. Su error no es irse de casa, sino disfrutar de la herencia en vida del padre, cosa que la ley no admitía. Es decir: actúa como si el padre ya hubiera muerto. Freud diría que la desaparición del padre es necesaria para el desarrollo del hijo. El Evangelio afirma que sólo se crece desde el amor. Es un espejismo en el que suelen caer nuestros contemporáneos: creer que o el amor sacrifica la libertad o la libertad sacrifica el amor. Lo vemos como si se tratase de dos necesidades excluyentes. La verdad es que el amor representa la plenitud de la libertad y la libertad, la plenitud del amor. Se necesitan mutuamente como las dos manos.

El hijo mayor -los fariseos- representa a los que han hecho de la fidelidad un ídolo. Había obedecido en silencio durante años, se considera leal y cumplidor. La acogida que se tributa al pecador la interpreta como una injusticia contra sí mismo y por eso se niega a participar de la fiesta. Es la autosuficiencia de los justos, que creen más en la obediencia que en el amor. En el fondo de su corazón sólo hay miedo a ser reprochados, a ser cogidos en falta, a fallar. Son los que han hecho de la vida una tarea de cumplimiento de normas y leyes. Olvidan que el verdadero error es no arriesgar, dejando que los miedos gobiernen sus días.

Estamos ante dos posturas igualmente equivocadas: la de aquellos que sacrifican el amor a la libertad y la de aquellos que lo sacrifican a la lealtad. Ninguno de ellos ha descubierto que la vida -la dicha- sólo es posible si se edifica sobre la libertad y el amor y que ambas cosas se necesitan mutuamente.

Maite at: 01 marzo, 2016 21:32 dijo...

Muchas veces he encontrado un gran consuelo en esta parábola de Lucas cuando seres queridos, prójimos muy próximos, se han marchado fuera de la casa del Padre. Es duro saber que dilapidan sus bienes en lo que no da la vida, más bien la quita, y que acaban pasando hambre cuando en su propia casa abunda el pan.

He encontrado gran consuelo al contemplar al padre que Jesús retrata, profundamente respetuoso con las decisiones de sus hijos, aun las equivocadas; que espera contra toda esperanza su regreso y que, cuando llega ese momento, sale a su encuentro, se anticipa a todos los discursos y excusas y tira la casa por la ventana. Ese padre que echa a correr al ver de lejos al hijo que vuelve, que se le echa al cuello y se pone a besarle sin exigir nada a cambio, como un chiquillo o una madre.

He sentido una paz profunda al saber que a los hijos pródigos les aguarda un padre así, en quien poder descansar sus vidas deshechas, sus cuerpos rotos, sus culpas y heridas. Ellos recibirán de sus manos la dignidad perdida. Nunca es tarde para volver al padre y a su casa.

Una buena amiga mía tenía un hermano, ex drogadicto, que murió joven de un cáncer de garganta. En su funeral, durante la homilía, el sacerdote evocó la figura de este padre que salía al encuentro de su hijo que, por fin, volvía a casa.

Años después mi propio hermano, también joven aún, murió en un accidente de carretera después de muchos años lejos de la casa del padre. Volví a recordar la parábola y creí que también esta vez el padre salió al encuentro de su hijo que llegaba confundido y hambriento.

Tanto los hijos pródigos como los que se quedan en casa sin apreciar su condición de hijos, están, estamos invitados a gustar y ver qué bueno es el Señor; su alabanza y su bendición no se caerán de nuestra boca y, al contemplarlo, quedaremos radiantes.

{ ALBERTO } at: 03 marzo, 2016 10:59 dijo...

No tendría nada que aportar a lo dicho en los anteriores comentarios. GRACIAS A AMBOS porque hoy me es suficiente para tener un mejor encuentro con Jesús.
Alberto Roa

juan antonio at: 04 marzo, 2016 20:59 dijo...


Al encuentro con Dios en el desierto, a la escucha de la Palabra, a la conversión, hoy se nos presenta la misericordia del Padre Bueno que acoge la conversión del hijo.
Para esto tenemos que repetir el salmo responsorial de esta semana, “gustad y vez qué bueno es el Señor”.
Este pasaje evangélico de Lucas, nos deja sin ánimo de hacer reflexión alguna, ¿pues qué hemos de considerar si todo está tan claro?
Analicemos las personas que aparecen en la parábola:
Los pecadores que acuden a escuchar a Jesús
Los fariseos que están presentes para murmurar y criticarle
El Padre Bueno
Los dos hijos
El criado que da la noticia
Menos en el Padre que se ve interpelado por el hijo menor reclamándole la herencia que le corresponde, es decir, lo quiere muerto, pues la herencia es lo que se recibe cuando fallecen nuestros padres, nos podemos ver reflejado en cualquiera del resto de las personas, los fariseos, los pecadores, el hijo menor, el hijo mayor o el criado: cada uno tienen su cometido.
Resaltar la figura del Padre Bueno que desde lejos sabe que es su hijo menor que vuelve, es para llenarnos de compasión de nosotros mismos, al contemplar cómo Dios nos espera, una y mil veces.
Como hijo menor en cuanto dilapidamos la vida, pero pidamos tener ese “entrar en uno mismo” para hacer realidad nuestra conversión.
El hijo mayor, en cuantas veces recelamos de otros hermanos porque nos creemos algo en la comunidad de la vida sobre los demás
O, por último, el criado en dar la noticia de la vuelta de hijo menor. Cuantas formas hay de dar las noticias, cuantas maneras de ponernos en la empatía del otro, cuantos tonos podemos dar a nuestras palabras, diciendo lo mismo, sin cargar las tintas sobre nada, sin
quitar pero sin poner acentos donde no debemos.
En fin, esta parábola es para que la meditemos muchas veces a lo largo del año, porque es nuestra vida misma anunciada por Jesús en su misión profética: todos somos todos y aun podemos tener esa sed de escuchar a Jesús como pecadores que somos.
Repitamos con el salmista “Gustad y ved cuan bueno es el Señor”
María, Madre de todos los hombres, ayúdanos a levantarnos e ir al Padre cuantas veces nos hayamos apartados de Él. AMEN