4 DICIEMBRE 2016
2º DOM-ADVIENTO-A
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
3 comentarios:
CONVERTÍOS (Mt 3,1-11)
No basta con vigilar para reconocer a Dios que llega revestido de humanidad y de humildad. La vigilancia ha de ser activa, es decir, comprometida. La palabra con la que se expresa ese compromiso es “conversión”. Sólo un corazón que se vuelve a Dios soportará la purificación del Espíritu y del fuego. Es un cambio profundo del corazón lo que se pide, un cambio que consiste en una vuelta a Dios. El Adviento es un tiempo para escuchar la llamada a la conversión y hacer sobre nosotros un juicio previo, para no ser aventados cuando llegue el verdadero juicio.
El Dios al que hay que volver es el Padre de la misericordia. Planea en el fondo la figura del hijo pródigo cuando, lejos del hogar, reconoce su error y toma la determinación de volver.
Comprender el sentido del momento presente es cambiar todo lo que entorpece la venida del Señor, remover los obstáculos, allanar, enderezar... Se trata de una invitación urgente a cambiar todo lo que sea necesario en la vida personal y comunitaria. No es un cambio superficial –bautismo de agua–, sino profundo –bautismo de fuego–. Se nos pone en guardia frente a la tentación de Laodicea, una Iglesia que no es ni fría ni caliente y por ello va a ser vomitada (Ap 3,15-16). Es digna de compasión porque se cree rica, pero su riqueza es falsa; está ciega –porque no ve cómo la corrige su Señor– y desnuda –porque están al descubierto sus pecados–. Jesús está a la puerta de esa Iglesia y llama. Sólo hay que oírle y abrirle para que entre a compartir la comida.
El misterio de la Encarnación nos sitúa frente a la llamada del Adviento: la conversión. Oír la voz de Dios en la vida real no puede dejarnos indiferentes. Esa voz es siempre una voz profética que advierte, reclama, exige, acusa, denuncia... Pero no olvidemos nunca que es la voz profética del amor y su intención, por tanto, es conducirnos al corazón mismo de Dios.
La llamada a la conversión, desde el punto de vista de la Encarnación, tiene un matiz muy específico y propio en el cristianismo: volver el corazón a Dios es volverlo al hermano. Sólo hay una manera de estar cerca del padre: poniéndose cerca de sus hijos, sobre todo de los predilectos. La conversión, el cambio que se pide, es ciertamente un cambio de costumbres y un cambio interior, pero sobre todo es un cambio de actitudes ante los hermanos.
El evangelio de este domingo, nos hace oír la voz del precursor que nos advierte de que todo está a punto: la conversión no permite demoras porque tal vez no exista un después en el que sea posible rectificar. Es bueno preguntarse qué hemos de hacer para acercarnos a aquellos que ciertamente están lejos de nosotros, aunque no es tan cierto ni seguro que ellos estén lejos de Dios.
Después de acercarnos a la misericordia de Dios durante este jubileo recién clausurado y contemplar a su luz las palabras y los hechos de Jesús, resulta chocante el discurso fuerte y duro de Juan. Un discurso y una forma de vida que no seguirá Jesús.
Pero el Bautista no deja de ser una de las principales figuras del Adviento a quien mirar y escuchar. Juan nos lleva al desierto, sinónimo de silencio y soledad; espacio y lugar para la preparación, la conversión.
Con Juan se aprende a esperar con una esperanza activa, comprometida y coherente, perseverante y fiel. Juan es quien desvía la atención de sí para fijarla en quien bautiza con Espíritu Santo y fuego.
En nuestra espera fecunda San Pablo nos invita a gustar las enseñanzas de la Palabra de Dios para hallar consuelo en ellas: a Cristo, que se hizo servidor de los judíos para cumplir las promesas hechas a los patriarcas y que acoge también a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia.
Esperamos al Señor con el sueño del salmista: "Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente". Con el sueño del profeta: "Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito... un muchacho pequeño los pastoreará".
San Gregorio Nacianceno escribe sobre el Bautista:
"A aquella primera lámpara, que fue el Precursor, sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara para el Señor un pueblo bien dispuesto".
Esperamos la luz clarísima, la Palabra, al esposo; y nos dejamos guiar por la lámpara, la voz, el amigo del esposo, sin confundirlo con él. Porque Juan es el mayor de los nacidos de mujer, pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
La semana pasada la Palabra de Dios nos presentaba nuestra actitud de estar en vela, ahora en Adviento y siempre y esta semana nos presenta la conversión.
Aparece la figura de Juan el Bautista conforme a la profecía de Isaías, “una voz grita en el desierto” y grita la conversión y la venida del Reino, grita para que como decía S. Pablo la semana pasada, nos despertemos del sueño del letargo de la rutina y de la monotonía.
Cuantas cosas en nuestra vida de cristiano la hacemos, así, porque toca hacerlo, sin vida, sin corazón, con actitudes manidas y celo perdido, porque pasa el tiempo y como nos decimos cristianos, pues hacemos cosas de cristianos, pero como nos dice Jesús en el Evangelio, algunos me dicen Señor, Señor, si hemos estado contigo, hemos comido….. pero su corazón está lejos.
Esta es nuestra conversión, mirar qué rutina y monotonía llena nuestra vida para reparar los senderos que nos llevan cerca del Dios de Jesús, del Reino, que no es más que su venida, su presencia entre nosotros, en mirarnos y tratarnos como hermanos, en definitiva como nos dirá al final del trayecto, que nos amemos como Él nos amó.
Mantengamos, como nos dice el Apóstol Pablo, la esperanza que dan las Escrituras, acogiéndonos mutuamente, leamos y vivamos la Palabra de Dios.
En estas fiestas se vende de todo, y por vender, se vende la Navidad, el dar “bolsas de comida o ropa” en los grandes almacenes, en regalarnos “cosas”, en comprarnos “cosas”, pero que pocas veces nos damos, nos entregamos, que pocos ratos echamos con ese vecino que está solo, como olvidamos el dolor de los que sufren por mil dolores de nuestra fragilidad humana, como pasamos sin ver la desesperanza de los sentados en las aceras con sus manos tendidas, como pasamos sin ver la Navidad, pues para TODOS viene Dios a la tierra.
Recemos con el salmista, “Que él sea la bendición de todos los pueblos”
Santa María, Madre de toda Esperanza, ruega por nosotros AMEN.
Publicar un comentario