DOM-34 C

domingo, 13 de noviembre de 2016
20 NOVIEMBRE 2016

DOM-34C

3 comentarios:

Paco Echevarría at: 13 noviembre, 2016 19:42 dijo...

LA UTOPÍA DEL REINO (Lc 23,35-43)

La predicación de Jesús se reducía a una sola cosa: “El reino de Dios está cerca”. No se refería, evidentemente, a que Dios iba a instaurar una teocracia sobre la tierra –“Mi reino no es de este mundo” dice en otro momento–, sino al cumplimiento de su voluntad, que no es otra que el bien del ser humano, su mejor creación, su obra más perfecta. Y habla así porque, en su tiempo –y en el nuestro– las cosas no eran de esa manera. La vida social estaba organizada de manera que entre los humanos no existía la armonía que el Creador había previsto: mal uso del poder por parte de las autoridades que, en vez de ocuparse de la defensa de los débiles, servían a sus intereses personales o de grupo; profundas diferencias sociales debido a que, mientras unos nadaban en la abundancia, otros se ahogaban en la miseria; marginación social y religiosa de quienes eran considerados indignos; desprecio del pobre o del enfermo como un ser olvidado de Dios; etc.

Él propone un modo de vivir alternativo en el que los que manden se dediquen al pueblo; en el que los fuertes empleen su fuerza en servir a los débiles; en el que nadie carezca de lo necesario porque los que poseen bienes no se dejan atrapar el corazón por ellos, sino que prefieren compartir; en el que nadie se sienta extraño porque todos tienen conciencia de que son hermanos, hijos del mismo Padre... Un mundo así es –a su juicio– un mundo feliz. Y no duda en decirlo abiertamente: “Dichosos los pobres de espíritu, dichosos los pacíficos, los misericordiosos...”.

Las bienaventuranzas constituyen el programa de vida de los ciudadanos de ese reino. La primera de ellas señala la actitud básica: la del pobre de espíritu, que no es sino aquel que sólo tiene un absoluto: Dios. Todo lo que el mundo busca y adora –riqueza, poder, fama, éxito...– no tiene para él ningún valor. Sólo es importante el amor, la verdad y la paz.

Evidentemente estamos ante la utopía. Nunca han sido así las cosas y dos mil años parecen un tiempo razonable para comprobar la eficacia y el realismo de su doctrina. Pero no se olvide que la utopía no es un imposible, sino un ideal –aún lejano– hacia el que se camina. Necesitamos la utopía para no ahogarnos en la desesperación. Esa es la fuerza de las palabras que el crucificado dirige a quien –crucificado con é– le suplica que no lo olvide: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Quien lucha por el ideal de un mundo más fraterno, más justo y más feliz puede ciertamente decir: “Estoy a las puertas del paraíso”. Porque cada esfuerzo que hace por el Reino es un paso hacia la utopía.

Tal vez sea éste el principal reto que se nos plantea a los creyentes en Jesucristo en los –todavía– umbrales del tercer milenio: creer en la utopía, construirla convencidos de que es posible, caminar hacia ella. En definitiva: darle una oportunidad real al Evangelio.

juan antonio at: 14 noviembre, 2016 18:08 dijo...

Es una fiesta grande la que cierra el ciclo litúrgico cada año, la de Jesucristo, Rey del Universo
Es un reinado especial, tan especial que ha requerido tres años de predicación y los discípulos no lo entendieron y estando ya en el día de la Ascensión, aún se estaban repartiendo los ministerios, como aquel que dice.
No habían comprendido nada de nada, cosa que sí entendieron el día de Pentecostés al recibir el Espíritu Santo que le hizo comprender todo lo que Jesús le había explicado.
Hablar del Reino de Jesucristo, hay que hablar de todo el Evangelio, pues nos fue enseñando que era lo más importante, la perla, el tesoro; que era lo más pequeño, el grano de mostaza, que estaba dentro de nosotros, era un banquete, era una viña, era……. Y así nos desgrana qué entendía por su Reino, que no es otra cosa que lo que resume el contexto al final, ….como vida, como libertad, como gozo y alegría, como dignidad, en definitiva lo que Jesús hizo en esos tres años, enseñarnos que el Reino está cerca de nosotros, entre nosotros, dentro de nosotros , es el amor de Dios para que lo hagamos vida con Él y con los hermanos.
Y un Reino con un trono que por mucho que lo paseemos, lo llevemos al cuello, lo tengamos en las manos, lo exhibamos, la CRUZ, no lo entendemos, nos pasa como cuando vamos a un duelo, siempre es de un tercero y que nosotros estamos exentos de ellos, pues no, de la Cruz no estuvo exento Jesús ni ninguno de los que le seguimos o decimos seguirle, otra cosa es que esa Cruz la sintamos como nuestra, la abracemos cada día, la llevemos de la mañana a la noche o la obviemos dejándola de lado sin hacerla nuestra y así somos doblemente desdichado, no disfrutamos de las bienaventuranzas que nos dejó, por lo queseamos coherente, vivíamos la vida desde la Cruz porque desde la Cruz se nos dio la VIDA.
María, Esposa del Espíritu Santo, haznos comprender el reino de tu Hijo desde ya y para siempre, AMEN

Maite at: 16 noviembre, 2016 16:01 dijo...

Nuestro rey, el Rey del Universo, es un hombre clavado en la cruz, objeto de las burlas de las autoridades, el pueblo y los soldados, colgado entre dos malhechores. Para nosotros un despojo, un fracaso, pero en la lógica de Dios aquel que nos ha sacado, por su muerte, del dominio de las tinieblas y por su sangre nos alcanza la redención, el perdón de los pecados: Jesús, hueso y carne nuestra.

Los que crucificaron a Jesús le llamaban "rey de los judíos" en el colmo de la ironía, tan opuesta era la imagen que ofrecía, colgado en la cruz, insultado y despreciado, a la de los poderosos de la tierra. Ni siquiera podía, a sus ojos, salvarse a sí mismo. ¿Acaso lo pretendía?

Pero hay dos malhechores crucificados con Jesús. Ambos padecen el mismo suplicio y sus ojos, a punto de cerrarse para siempre, contemplan al mismo hombre. Uno se suma a los insultos de los que pasan y el otro presta su adhesión a un reino que nada tiene que ver con el poder y la fuerza de los de la tierra. Y se dirige a Jesús para hacerle una de las peticiones más hermosas del Evangelio: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" Ese reino tan distinto, tan peculiar, cuyo rey entrega la vida hasta exhalar el último aliento entre otros dos malditos, sin haber faltado en nada. Y a esa fe recién estrenada Jesús responde: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso"

A ese que conocemos como el buen ladrón, sin saber qué le hizo acabar en la cruz, pedimos que abra nuestros ojos y corazones para reconocer en Jesús Crucificado al Rey del Universo, y el reino en el servicio a los hermanos, en la entrega de la propia vida por amor a todos.