11 JUNIO 201
SANTISIMA TRINIDAD
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DIOS Y EL HOMBRE (Jn 3,16-18)
Hay un saber, un conocimiento de la realidad, que parte de los datos ofrecidos por los sentidos y sacados de la experiencia. Se le suele llamar saber científico y, para muchos, es el único saber auténtico y fiable. Todo lo demás, según ellos, es o filosofía o fantasía. Sin negar el valor del saber científico, pienso yo, y es una opinión tan legítima como las demás, que hay otras fuentes de conocimiento que no podemos ignorar ni despreciar. La historia de la ciencia es la historia de una continua rectificación. Cuando se niega a rectificar en base a nuevos datos se convierte en dogmática. La astrofísica está revolucionando la idea que teníamos del origen y la estructura del universo; la paleontología nos obliga a revisar la historia de la evolución humana; la arqueología, la genética, etc. con cada nuevo descubrimiento corrigen al saber científico. El cambio es inherente a la ciencia. Hablar de pensamiento científico es hablar necesariamente de la visión de la realidad propia de un tiempo determinado, distinta de lo que fue en el pasado y distinta de lo que nos depara el futuro. Decir que el único saber fiable y legítimo es el saber científico es, en el fondo, una contradicción.
Todo esto me viene al pensamiento al hilo de la idea de Dios. El científico piensa, y no es equivocado, que no puede recurrir a él a la hora de explicar la realidad, por ser eso más propio de la mitología y de la religión. Lo cual no significa que, desde la ciencia, se pueda negar su existencia. La idea de Dios pertenece a otra esfera del saber, tan legítima y necesaria como la del saber científico: la que busca más allá del dato que ofrecen los sentidos. Es cierto que la realidad de Dios siempre será mayor que la idea de Dios que el hombre tiene y que, por tanto, nadie puede pretender conocerlo absolutamente. Por eso es el Innombrable. Y el cristianismo no es una excepción.
Lo cierto es que la Biblia nos dice de Dios, no lo que necesitamos saber de él, sino lo que necesitamos saber de él para conocernos a nosotros mismos. Cuando dice que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza, se establece un principio: el hombre sólo puede comprenderse a sí mismo si se mira en Dios. Y cuando dice que Dios es amor, no está definiendo la esencia de Dios, sino la esencia del hombre: sólo llegará a ser él mismo cuando descubra que su ser más profundo es el amor.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todos los que creen en él tengan vida eterna”. Esta es la clave del pensamiento cristiano sobre Dios y la clave de la antropología cristiana. Dios es amor que ama y, por ello, salva. El hombre sólo se salva siendo amor y amando. La ciencia puede no entender este lenguaje, pero eso no significa que éste sea un lenguaje superfluo.
Las lecturas de hoy no nos desvelarán el misterio de la Trinidad, pero sí expresan lo suficiente como para experimentar y conocer, como dice San Juan de la Cruz, qué gran Dios tenemos.
Jesús intenta hacer comprender a Nicodemo, sincero buscador de Dios, hasta donde llega el amor del Padre: hasta la entrega de su Hijo por la salvación del mundo.
En el libro del Éxodo encontramos la experiencia de otro buscador de Dios, perseverante y esforzado, Moisés. De tanto tratar con Dios como con un amigo, Moisés, orante enamorado, albergaba en su corazón el deseo intenso de contemplar su rostro. Deseo imposible... pero Dios no quiso dejar sin respuesta el anhelo de amante tan fiel y se retrató como compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, para darse a conocer más profundamente.
Para Pablo nuestro Dios es de amor y de paz. Y atribuye a Jesús la gracia, al Padre el amor y al Espíritu Santo la comunión. Por eso lo más deseable para los discípulos del Señor es tener entre nosotros un mismo sentir y vivir en paz, como corresponde a hijos de un mismo Padre, hermanos en Cristo y templos del Espíritu.
Hace unos meses el Papa Francisco canonizó en Roma a una carmelita francesa que murió con 26 años, Isabel de la Trinidad. Amó entrañablemente este misterio y recibió la gracia de vivir y morir como Alabanza de su Gloria, según la expresión de San Pablo. Compuso una hermosa oración, su Elevación a la Trinidad, que comienza así:
Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro,
ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en ti,
inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad.
Que nada sea capaz de turbar mi paz ni de apartarme de ti.
Desde su celda en el convento escribió muchas cartas a familiares y amigos exhortando a todos a vivir, en medio del mundo, la intimidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Murió de un cáncer de estómago convencida de que iba a la Luz, al Amor, a la Vida. Esas fueron sus últimas palabras.
Queridos amigos, en esta fiesta de la Trinidad, que dedicamos también a recordar a nuestras hermanas de vida contemplativa, os pido vuestra oración por nosotras. Enfrentamos importantes desafíos por la falta de vocaciones y la edad avanzada de nuestras mayores. No queremos ser muchas, pero sí que nuestra vida sea cada vez más evangélica y más fiel a la llamada del Señor para ser, en la Iglesia y en el mundo, el amor.
Muchísimas gracias.
AMOR
Esta sería nuestra palabra que resumiría la festividad de hoy, porque ni el ojo vio, ni el oído oyó…., pues qué sabemos del Misterio de Amor hecho Dios Uno y Trino, nada, salvo lo que la Palabra de Dios nos enseña, pues como Jesús nos dijo ”la vida eterna es conocerte a Ti como único Dios y al que enviaste, Jesús, el Cristo” (J17,3).
Por ello nuestra reflexión de hoy debería terminar con el silencio de la adoración ante Dios nuestro Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no tengamos la osadía de lo que se cuenta de S. Agustín, sino al contrario sintamos el amor del Padre, la revelación del Hijo y la fuerza del Espíritu que nos lleva adelante en nuestro caminar.
Pero todo ello nos debe de llevar a la acción de gracias, a la alabanza, a glorificar a Dios en nosotros, por tanto como hemos recibido, por tanto como se nos ha dado y se nos da cada día, la nueva luz de la mañana, el sentirnos rodeado de personas que nos quieren, que nos atienden en casa y fuera de ella, por ejemplo los hospitales, ¿nos acordamos de pedir por el personal sanitario que con mil problemas nos atienden cada día?,
Debemos vivir la comunión que hoy se nos da con la Santísima Trinidad, otro motivo de reflexión y de vivir el Amor, no estamos solos, no vivimos solos, vivimos en comunidad pues desde pequeño hasta la edad madura, necesitamos de la comunidad, hasta la oración, pues nunca oramos solos.
Todo es Regalo de Dios, Don del Espíritu y Vida del Hijo hecha carne en nuestra carne.
No tenemos más que entonar un AMEN desde los hondo de nuestras entrañas y con humildad adorar la Santísima Trinidad, glorificar y dar gracias.
Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN. ¡Aleluya!
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