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SEPTIEMBRE 2018
DOM-26B
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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NO ES DE LOS NUESTROS (Mc 9,37-47)
La psicología de grupos dice que uno de los factores de cohesión interna es marcar diferencias con otros grupos, sobre todo con los afines. La reacción de los discípulos ante alguien que libera a los hombres en nombre de Jesús, sin ser uno de su grupo, es indicativa de este fenómeno. Lo que esta postura esconde es la pretensión de apropiarse de Jesús y hacer de su figura, de su mensaje o de su obra un patrimonio grupal. Él sale al frente y afirma que tiene otros muchos seguidores a los que no se debe entorpecer su tarea en favor de los hombres.
La cosa se complica cuando se trata de la Iglesia o la comunidad cristiana de un lugar. Es cierto que la unidad sólo se puede construir a partir de la diversidad, es decir, que sólo se puede unir lo diferente y que -según las enseñanzas de Pablo- el pluralismo de dones y tareas es una manifestación del Espíritu. El problema surge cuando alguien -sea persona o grupo- absolutiza lo que le es propio y desautoriza todo lo demás. Cuando esto ocurre, se está atacando uno de los rasgos de la Iglesia, aquel que engendra la fe en los extraños: la unidad. Es bueno reconocer lo que nos diferencia, pero no es menos bueno valorar lo que nos iguala y une.
El verdadero enemigo no es el otro o los otros, sino el escándalo -seducir al débil para que se entregue al mal-. Ése es el verdadero enemigo al que hay que temer y contra el que hay que luchar. Si una persona tiene buen corazón y sus obras son buenas -aunque parezcan insignificantes, como dar un vaso de agua-, ¿qué importa lo que piensen los hombres? El cristiano sabe que, cuando llegue la hora de la verdad, muchos se sorprenderán al ser recompensados porque ayudaron al juez del mundo sin saberlo.
Y este enemigo no es ajeno a cada uno. Es tan propio como la mano, el pie o el ojo. La verdadera lucha del creyente -y de cada ser humano- no es contra los demás, sino contra sí mismo. La maldad es una semilla que alguien, en algún momento de la existencia, sembró en nuestro corazón. La mejor tarea es arrancarla para que la semilla de la bondad -que nació con nosotros- brote, se desarrolle y madure. Dios -que es amor- nos ha creado a su imagen, pero la serpiente nos ha mordido y su veneno amenaza con destruirnos. El antídoto es el perdón. Pero éste sólo es posible cuando uno está dispuesto a la renuncia del amor propio y del orgullo. Y eso duele porque está muy dentro de nosotros. Pero así es la cosa. Quien no se adentre por este camino de vida, se sumergirá en el abismo donde la destrucción es completa -el fuego no se apaga- y la putrefacción, total -el gusano no muere-. Se trata por tanto de ser uno mismo, unido a los demás y luchando contra el enemigo interior que pretende convertirnos en apóstoles de nuestra propia maldad.
Francisco Echevarría
Un buen líder, como Moisés, como Jesús, no siente como una afrenta personal que otros lleven a cabo acciones que promocionan a los demás. Al contrario, saludan con gozo todo lo que persigue el bien de todos.
Nuestra forma de estar y actuar, como seguidores de Jesús, nos lleva a integrar a todos los que trabajan por la justicia y la paz, los que promueven la solidaridad y el compromiso con los más pequeños y desfavorecidos, o a colaborar con ellos como con iguales.
Ser de los discípulos, de los amigos de Jesús, no nos hace mejores ni más que nadie, nos pone, más bien, al servicio de todos. Cuando en la Iglesia y en nuestras comunidades hemos olvidado esto solo hemos conseguido escandalizar a pobres y pequeños, a gente que de buena fe quería unirse a nosotros para trabajar juntos por el Reino de Dios aunque ellos le dieran otro nombre.
¿Hasta dónde llevas tu coherencia con el Evangelio y sus exigencias? ¿A qué estás dispuesto a renunciar si entra en conflicto con él? Eso dará la medida de tu compromiso real, de tu ser cristiano, en definitiva.
EXCLUSIÓN Y ESCANDALO
Hoy estas aptitudes llenan nuestra sociedad, y porque no decirlo, nuestra Iglesia.
Queremos nuestro grupo, nuestros amigos, aquello que hemos creado, y admitimos a los que son de los nuestros, aquellos que creemos que van a cumplir las normas y reglas del grupo, que han quedado establecidas y los demás quedan excluidos porque las murallas de nuestro egoísmo, los reglamentos de la comodidad, las leyes de la protección, lo impide, ¡fuera!
Qué cortedad de miras, nos enrocamos en nosotros mismos sin salir fuera, sin mirar los ojos de aquellos con los que nos encontramos y de los que no queremos saber nada, porque no son de los nuestros: qué pena cuando Jesús nos dice que “si no está contra nosotros, está a favor nuestro” pero aún así, miremos el panorama y veremos las intrigas, los empellones por llegar primero, por ser “alguien”, ¡desgraciado! ¿A dónde vas solo?, cuando Jesús te dice que ames a los enemigos, que pida por los que te hacen daños, que…… y aquí venimos a ampararnos en el grupo y excluir a los demás o lo que es lo mismo, para mí no existen.
Si estoy equivocado, me despido de esta empresa
La segunda parte y como continuación del pasaje de la semana pasada, cuando Jesús puso a un niño en medio de aquellos que querían escalar los primeros puestos, hoy nos enseña que lo peor de todo es el escándalo y de esto tenemos para dar y sobra, la corrupción ha entrado en todos los estratos de la sociedad y ha llegado a los más altos escalones de nuestros pastores y aún se colea como si dijéramos, no puede ser, pues lo es.
Qué estilo de vida vamos a enseñar a los más débiles que están en la formación de su fe, qué le vamos a decir a los pocos o muchos alejados, qué le vamos a decir a los que nos escupen nuestras faltas y no tenemos con qué limpiarnos.
Cumplamos ese único mandamiento del Señor, “amaos unos a otros como yo os he amados”, haciendo del amor nuestra única regla de vida en lo poco y en lo mucho, siempre amor, sin fronteras, sin exclusiones, con amplitud de horizonte y humillados hasta el fondo de nuestra alma, recemos con el salmista “preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine, así quedaré libre e inocente del gran pecado” siguiendo al Señor con todo nuestro ser.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN
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