4 NOVIEMBRE
2018
DOM-31B
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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En el judaísmo había 248 mandamientos y 365 prohibiciones, es decir, 613 preceptos. Era imposible obedecerlos todos. Por eso los rabinos trataba de resumirlos lo más posibles. Había una regla que era conocida en aquel tiempo: "No hagas a tu prójimo lo que no te agrada a ti". El rabino que hace la pregunta sigue otra regla: "Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo". Hace la pregunta porque quiere saber si Jesús ha encontrado un modo mejor de resumirlo todo. Jesús está de acuerdo con él, pero añade: "Haz esto y vivirás". El amor es el secreto de la ley. Pero no es suficiente con saberlo. Es necesario vivirlo en la cada instante.
Dos son las dimensiones de la vida humana que pueden hacer de ella algo con pleno sentido: la primera se refiere a la relación del hombre con Dios. Es la línea de la eternidad. La segunda se refiere a la relación con los demás. Es la línea del tiempo. Ambas se cruzan en el corazón, como los travesaños de una cruz, y por eso, en lo más íntimo, en lo más profundo, son una sola. En ese punto de encuentro lo divino se hace humano, lo eterno se hace historia y lo infinito, pequeño. Dios se acerca al hombre. En ese punto de encuentro lo pequeño se hace inmenso, lo humano es divinizado y lo temporal adquiere un valor eterno. El hombre encuentra a Dios. El corazón es, pues, un lugar de encuentro.
Así lo entendió Jesús y así lo entendemos los cristianos desde el principio: El amor a Dios y el amor a los demás son la misma cosa. No se puede amar a Dios de verdad sin amar al prójimo. No se puede amar al prójimo de verdad sin amar a Dios. Y sin amor ¿para qué sirve la vida?
AMOR
Las lecturas de hoy, nos hablan del amor, amor a Dios, como único Dios y Señor, al que debemos amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, en una palabra, digo yo, con todo nuestro ser.
El Evangelio nos muestra la pregunta del escriba sobre el mandamiento principal, dentro del follón de normas, no divinas, en que se veían envueltos y Jesús contesta con la Semá, añadiendo el amor al prójimo, como a nosotros mismos.
Tenemos que decir que el amor procede de Dios (1ª J. 4,7) y en las lecturas de hoy podemos ver el mismo principio, pues este amor nace de la escucha y del reconocimiento de que Dios es el único Señor.
Como nos dice S. Juan no podemos amar a Dios si no amamos a nuestros hermanos, que es el reflejo, la proyección de ese amor a Dios.
Pero este amor a Dios y al hermano, qué es, en que se concreta, porque hablar y hablar de amor, es muy fácil pero ¿qué es este amor?
En mi pobre opinión este amor es un abandono total en Dios, una entrega a los hermanos, olvidándonos de nosotros mismos y ello en las cosas pequeñas y en las cosas grandes, en hacer o en dejar de hacer, en dejar que Dios sea Dios y en respetar a aquellos de los que nos hacemos prójimos.
Amar es desaparecer y dejar que Dios sea lo principal de nuestra vida por ese abandono total en sus manos y en esa puesta a disposición para los que nos necesiten, en pasar tiempo en la contemplación con el Evangelio en las manos y perder nuestro tiempo haciéndonos hermanos de los hermanos.
Jesús llevó este amor a lo más grande y nos dejó el único mandamiento en función del cual vivió su vida, nos dejó sus enseñanzas y nos demostró que le importábamos mucho como persona íntegra y libre de todo mal.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a saber amar, amando, AMEN
No preguntes por la norma sino por el amor. Y no temas, este es bastante más exigente que aquella. Lo que pasa es que la norma dice con claridad qué hay que hacer, y da seguridad. Es mucho más cómoda. Proporciona, además, un cierto orgullo, clase, y uno se siente bien consigo mismo porque la cumple. Tiene, también, que divide a las personas entre los que cumplen y los que no. Los primeros suelen ser bastante duros con los segundos, y los temen muchísimo. Los segundos suelen ser crucificados por los primeros pero viven mucho más felices cuando superan la marginación a que son sometidos.
Preguntar por el amor supone una gran dosis de madurez, de discernimiento constante y de convivencia con las propias carencias y limitaciones, con errores, a veces de bulto, y meteduras de pata muy poco gloriosas.
No es que quien pregunta por el amor no cumple las normas, aunque a veces, y no pocas, choca con ellas. Y es que las normas no tienen mucho que ver con el amor, sino con la ordenación de las cosas. Por eso cuando amor y normas entran en conflicto hay que salvar al primero y sacrificar u olvidar o pasar por alto lo demás. Las normas están para servir, encaminar al amor, y no al revés. Si no es así no cumplen su función.
El amor exige mucho más de ti que las normas porque te sitúa en el último lugar, al servicio de los demás. Te conduce hacia tu propio sacrificio en todos los frentes.
Tú eliges. Ya sabes dónde sitúa Jesús el amor a Dios y al prójimo, y cómo vive la norma. Si eres consecuente con ello no estás lejos del Reino de Dios.
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