1º DOM-PASCUA-C

viernes, 12 de abril de 2019

21 ABRIL 2019
1º DOM-PASCUA-C

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 12 abril, 2019 12:24 dijo...

RESUCITÓ (Jn 20,1-9)

La fe cristiana arranca de la resurrección de Cristo. Sin este hecho, no habría pasado de ser un profeta más o un renovador religioso. Otra cosa es el modo de explicarla, que depende de la antropología y filosofía de la que se parta. De todas formas es un asunto de fe, lo que significa que, por muchos argumentos a favor o en contra que uno encuentre, al final, es una opción personal que condiciona el modo de entender la existencia propia y ajena. Esto no significa que la fe sea irracional como algunos dicen. Es que no puede ser consecuencia de un razonamiento. Pero ¿dónde está escrito que la medida de la verdad y el criterio de la realidad sea la capacidad de comprensión y conocimiento del hombre?

Una cosa sí es cierta: a lo largo de la historia son muchos los hombres y mujeres que han encontrado en la resurrección de Cristo el elemento clave para encontrar un sentido a su vida. La Magdalena, Pedro, Juan y todos los demás, no creyeron en la resurrección porque alguien les demostró con sabios argumentos la consistencia de esta doctrina, sino porque se encontraron con Jesús vivo tras su muerte y, a partir de ese momento, sus vidas cambiaron por completo. La fe en la resurrección, por tanto, no es algo que se demuestra, sino algo que se muestra. Nadie tiene que probar nada. Lo único que cabe es expresar lo que se ha vivido.

Pero, junto al hecho histórico, está el sentido místico de la misma. La resurrección no es sino el lado luminoso de la Pascua, cuyo lado oscuro fue la muerte. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Esto significa que nada humano que acaba, acaba completamente. Todo acabamiento es el comienzo de una nueva realidad. Cuando se siembra un grano de trigo, lo que brota no es el mismo grano, pero toda la espiga estaba contenida virtualmente en él. Es la fuerza de la vida lo que hace que algo pequeño e insignificante alcance tal plenitud.

Así es en los individuos y así es en las colectividades. Por eso, aunque a veces la muerte nos golpee cruelmente y sean unos hombres los causantes del dolor, la fe en la resurrección nos permite mirar más allá del horizonte y conservar la esperanza de un mundo mejor. Así ha sido, así es y, desgraciadamente, así será. Hasta que le llegue la muerte a la Muerte y una nueva humanidad habite sobre una tierra nueva, bajo un cielo nuevo que nunca verá la noche.
Ése es el significado de los cientos de lámparas que, día y noche, han brillado en Atocha por la muerte, innecesaria e injusta de casi doscientos seres humanos, por el sufrimiento, innecesario e injusto, de más de mil quinientos seres humanos. Sus autores tal vez quisieron acabar con la esperanza, pero sólo lograron que brillara más intensamente.

Ése es el también el sentido del grito cristiano de la Pascua: ¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado!

juan antonio at: 22 abril, 2019 18:49 dijo...

Cristo vive, ¡Aleluya! ¡Alegría!
Cristo, nuestro Señor ¡VIVE!
Esta es nuestra fe, nuestra esperanza y el Amor que nos llena.
Recemos, cantemos con el salmista,”este es el día que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”.
Hemos corrido la piedra, nos hemos preparado para ello, quitando nuestros pesares, nuestras angustias y hemos limpiado nuestras almas, dejando entrar la luz que nos salva y la alegría de vivir una fe que nos dice que creemos en un Jesús VIVO y que nosotros no moriremos sino que viviremos para siempre.
Nuestro comportamiento tiene que ser nuevo, tenemos que vivir la alegría de ser cristiano, aunque ello nos cueste la vida, como ha pasado el Domingo y ha pasado antes y recemos para que de una vez por toda, los hombres entendamos la libertad de los hijos de Dios, que no se puede arrebatar ni con la muerte.
Pensemos en cómo sería la visita de Jesús a su Madre antes que a nadie, pues si ella lo gestó en su seno, ella tenía que ser la primera en verlo resucitado, aunque nadie lo diga, ni nadie lo proclame, lo proclama nuestro amor de hijo.
Cantemos a María, ¡Reina del Cielo ¡Alégrate, Aleluya! Porque Aquel que mereciste llevar, ha resucitado!. ¡Aleluya!