25 AGOSTO 2019
DOM 21-C
Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
Copyright © 2010 Escucha de la Palabra Design by Dzignine
Released by New Designer Finder
4 comentarios:
EL NÚMERO DE EL NÚMERO DE LOS SALVADOS
(Lc 13,22-30)
En tiempos de Jesús, el número de los que iban a salvarse era un motivo de preocupación. Sobre este tema había dos posturas extremas. La doctrina oficial contenida en la Misnah decía que todo Israel tendría parte en el mundo futuro. Sólo estarían excluidos ciertos pecadores en materias especialmente graves. Los heterodoxos, por el contrario, creían que el mundo futuro iba a traer consolación para unos pocos y tormento para muchos. Detrás de la primera postura está la idea de la elección: para salvarse – venían a decir– sólo es necesario pertenecer al pueblo de Dios; detrás de la segunda, está la idea de la responsabilidad moral del hombre. El problema es que ambas conducen a la pasividad: si todos se salvan ¿para qué preocuparse? Si se salvan sólo unos pocos ¿para qué esforzarse?
Cuando plantean a Jesús el tema, él elude la respuesta y se limita a decir que no es el número lo que importa, sino el entrar en el Reino. Saber el número de salvados no resuelve nada. Lo que verdaderamente importa es saber la manera de conseguirlo. Y sólo hay una forma: con el esfuerzo. La metáfora de la puerta estrecha es una forma gráfica de decir que no hay que posponer la decisión de convertirse. Si se deja para el último momento puede ocurrir como en las aglomeraciones de última hora: que sólo entran unos cuantos.
La verdad es que resulta chocante hablar de esfuerzo y de puertas estrechas en una cultura como la nuestra donde la técnica todo lo hace fácil y donde la comodidad y el bienestar son valores predominantes. Pero así son las cosas. El reino de Dios es un regalo del cielo frente al cual el hombre ha de asumir su propia responsabilidad. Las palabras de Jesús vienen a decir que no es suficiente con estar bautizado y llevar una vida religiosa fiel. Cuando se cierra la puerta del banquete sólo participan los que se han esforzado por estar dentro. De nada sirve haber escuchado la palabra. Sólo el que la hace suya y vive de acuerdo con ella logra pertenecer al grupo de los comensales.
La sorpresa llega al final cuando se descubre que entran primero los que no tenían entrada, mientras que los que estaban tan frescos con su entrada en el bolsillo son los últimos en acomodarse. Ni que decir tiene que Jesús está hablando de los judíos y de los paganos. Pero sus palabras son perfectamente aplicables a nuestro tiempo. Son un aviso para, fiándose de su suerte, olvidan la exigencia y el compromiso. El evangelio propone un difícil equilibrio entre el don y el mérito: la salvación es un regalo –Dios prepara el banquete– que el hombre ha de aceptar acomodando su vida a sus exigencias y valores –hay que entrar con el vestido de fiesta–. Cuando se pierde este equilibrio se caen en posturas extremas que o anulan el don o anulan la libertad.
Siempre nos ha gustado y hemos perseguidos las seguridades, “cuantos se salvarán…”.
Y Jesús, como siempre no nos da respuestas concretas a nuestras preguntas, nos da soluciones concretas para que se haga realidad lo que preguntamos, es decir en el presente caso no nos dice cuantos se van a salvar, sino que nos dice cómo tenemos que salvarnos.
Nadie queda excluido, ni los creyentes ni los no creyentes, todos estamos invitados al banquete del Reino, ahora bien Jesús nos dice cómo tenemos que entrar en el Reino, “la puerta estrecha”, nuestro esfuerzo, nuestra conversión, de tal forma que ese número de los salvados está en mi mano, está en mi mano ser uno de esos salvados, si hago vida las palabras de Jesús, pues Él nos está diciendo que no por que hayamos escuchado muchos sermones o leído mucho Evangelio, tenemos asegurada la entrada, no, tenemos que hacer vida lo escuchado, y de nada nos servirá estar en una comunidad parroquial, cofradía, hermandad, y realizar mil acciones de apostolado, si nuestra vida es como el cristal sobre el que resbala el agua de la lluvia, sobre el que resbala la Palabra de Dios, sobre el que resbala los dones que se nos da, y sigue resbalando las maravillas que puede que ni veamos ni sintamos, maravillas que el Señor nos hace cada día, desde un amanecer hasta la puesta de sol, donde entra una sonrisa de un niño, una alegría de un vecino, una espera gozosa de tu familia, una acogida de los amigos….o todo lo contrario y nos piden que enjuguemos esas lagrimas y curemos las heridas de la soledad, la enfermedad o la carestía de lo necesario.
Entremos por esa puerta estrecha de nuestra conversión, conforme al modelo que Jesús nos ha dado en sus palabras y gestos y tendremos la entrada asegurada, no nos importe el número, que es universal, ese número está abierto a todos y si no hacemos el esfuerzo que se nos pide, estaremos en esos primeros que nos creíamos asegurados.
Desde el envío del salmo, a ir al mundo entero a proclamar el Evangelio a toda la humanidad hasta la unidad del Reino que anuncia Isaías, sintámonos lleno de las maravillas de Dios en el cumplimiento de su voluntad sobre cada uno de nosotros, no tengamos miedo en el seguimiento de Jesús ¿porqué quien nos apartará del amor de Dios? (Rom 8), pongamos las vicisitudes de cada uno y luchemos por quitarlas de nuestra vida.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN
También Isaías había expresado, mucho antes que Jesús, que muchos últimos serían primeros para Dios y muchos primeros últimos. Isaías apuntaba a la universalidad de la salvación de Dios, de su elección, aunque en pleno 2019 muchos fieles y piadosos creyentes aún no lo tenemos asimilado.
Tener la seguridad de que hemos comido y bebido con el Señor y hemos escuchado su enseñanza, sin ponerla por obra y sin que conforme toda nuestra vida con sus opciones y prioridades, no nos garantiza ser de los suyos, conocerle y seguirle. Acudir a la Eucaristía de los domingos o a diario, pertenecer a grupos parroquiales o practicar una o muchas devociones muy recomendadas tampoco. A lo sumo todo ello nos permite sentirnos satisfechos de nosotros mismos, seguros y cómodos en nuestra piedad personal sin fisuras, contratiempos, nubes y dudas.
Jesús nos advierte que es necesario esforzarnos en entrar por la puerta estrecha. Y eso a lo mejor tiene que ver con nuestros pensamientos y obras, esos que, según Isaías, Dios conoce bien. Acariciar al prójimo, especialmente al que más cuesta, de pensamiento y obra, no necesariamente con las manos, nos hace entrar por la puerta estrecha. Hay que tener cintura para sortear los juicios y prejuicios, las malas palabras y sentimientos, que pugnan por salir de nosotros en nuestra relación con los demás. Hay que rebanar mucho trozo de nuestro yo para ser misericordia que acoge, cuida, disculpa, apoya y alienta a quienes nos rodean. Hay que estar dispuestos a mancharse y arrugarse para ir a buscar lo que estaba perdido y dejar jirones de nuestro bonito vestido en los zarzales.
San Pablo apunta otra manera de entrar por la puerta estrecha: aceptar la corrección del Señor, que no suele venir de su boca, sino a través de las circunstancias, quienes nos quieren y quienes no, la vida misma y sus mil avatares… Y qué verdad es que ninguna corrección resulta agradable en el momento, sino que duele, y hay que aguardar con paciencia a que dé fruto después de soportarla. No hay cura mejor para la enfermedad del yo, nuestro gran enemigo a la hora de entrar por la puerta estrecha.
Este domingo es la festividad de San José de Calasanz, fundador de las Escuelas Pías. Fue un hombre que recibió el carisma de ocuparse de los niños pobres. Su cultura y la fortuna de su casa daba para haber sido profesor en Salamanca, en Roma o en la Sorbona. Sin embargo, empezó en una sacristía de Trastébere, entonces el barrio más humilde Roma. Atrajo rapazuelos, sin otro horizonte que la delincuencia, con comida que pagaba él y comenzó, según el lema escolapio, a enseñar “Piedad y Letras”. La Piedad es el Evangelio y clases de religión insistiendo en un gran Amor a Jesús y a María que hoy tiene, también, el título de “Reina de las Escuelas Pías”. Enseñó todos los saberes de la época; pero insistió en lo práctico calibrando un futuro de trabajo decente para quienes no hubieran tenido, sin él, horizonte alguno: Caligrafía: porque poca gente sabía escribir de forma clara y era un oficio muy cotizado, música: porque entonces se daba importancia y se pagaba en las iglesias y matemáticas: para llevar las cuentas de los ricos. Fueron las primeras escuelas gratuitas del mundo y pensadas para niños pobres.
El Evangelio enlaza con el sentido escolapio de la Vida: nos advierte de que no atesoremos para nosotros mismos, que Dios ama a los pobres. Decía San José de Calasanz “ praecicue pauperes”: primero los pobres. Por eso, los que se creen los primeros, serán los últimos y los más desgraciados, serán los primeros.
En esta sociedad de consumo absurdo y compulsivo está bien esta advertencia. Todos sabemos que hay necesidades muy cerca de nosotros y no sólo económicas: Inglaterra ha creado un Ministerio para atender la soledad de los ancianos y muchos japoneses, traicionados por su cortesía oriental, cuando llegan a viejos y no tienen a nadie que les escuche, han llegado a una solución inhumana para la sociedad de uno de los países más ricos del mundo: cometen pequeños delitos, nunca sangrientos ni contra las personas, con el triste propósito de que les lleven a la cárcel y poder tener así un compañero de celda. Esto avergüenza a occidente y no lo cuentan los periódicos porque todo lo que toca la conciencia no vende: esto es tan real como triste.
Es impresionante el Evangelio de este domingo, abrir los ojos y ver el mundo de hoy.
Como siempre pido la Caridad de que quien leyere mis palabras rece por mí. Yo lo hago y Dios es testigo de mi corazón, por quien me lea.
Vicente Barreras,
Publicar un comentario