DOM 24-C

sábado, 7 de septiembre de 2019

15 SEPTIEMBRE 2019

DOM 24-C

4 comentarios:

Paco Echevarría at: 07 septiembre, 2019 11:15 dijo...

AMAR PERDONANDO (Lc 15,1-32)

El capítulo 15 de san Lucas es posiblemente una de las páginas más bellas y entrañables del Evangelio. En ella Jesús nos descubre los secretos de Dios, el misterio de un ser que existe sólo por el amor y para el amor. Dios es Padre, más aún, es el origen de toda paternidad. Creer en él –como lo entendemos los cristianos– es reconocerlo como Padre, como nuestro Padre. La parábola del hijo pródigo es la expresión literaria y simbólica más perfecta y completa de esta creencia que inspira todo el pensamiento cristiano. Y es que, una vez que el hombre ha pecado, el Dios-amor sólo puede mostrar la misericordia. Ante los pecados de los hijos, el padre sólo puede mostrar su amor perdonando. En eso está también su alegría más profunda.

Como el joven de la parábola, el hombre puede alejarse de él y dejar de comportase como un hijo, pero nunca podrá lograr que Dios deje de ser un padre lleno de misericordia. Su esencia más profunda es eso. Por ello los creyentes no dejamos de preguntarnos qué ha ocurrido en la historia de los hombres o en la vida de cada ser humano para que éste prefiera vivir de espaldas a un Dios que es todo amor o qué busca fuera del hogar lo que libremente disfruta en la casa paterna. Quiero pensar que todo responde al deseo de ser feliz y que –lo mismo que en la parábola– sólo sea un modo equivocado de satisfacer un deseo que, por otra parte, es legítimo. Al final del camino, se termina reconociendo que ha sido un terrible engaño, una gran equivocación.

Cerrado el siglo en el que hemos alcanzado las estrellas, tenemos que reconocer que no hemos logrado llegar a lo más profundo del corazón humano. El desprecio o el rechazo de Dios por parte de muchos es –ya lo dijo el Vaticano II– más rechazo de una imagen equivocada de Dios que de Dios mismo y en esto tenemos no poca culpa los creyentes. Creo que ha llegado el momento en el que cada uno reconozca sus propios errores: los creyentes necesitamos convertirnos al Dios revelado por Jesucristo y dejar de lado esa imagen del Dios inmisericorde que parece gozar con los sufrimientos humanos; y los no creyentes deben revisar honestamente su postura para valorar en qué medida han hecho a Dios responsable de los pecados y errores de los creyentes.

En este momento de la historia -en la actual situación del mundo- unos y otros necesitamos luchar por la salvación del hombre amenazado desde todos los frentes. Alguien ha dicho que Dios es un supuesto inútil, innecesario. Nosotros respondemos que es una gozosa realidad. Freud estableció los presupuestos para eliminar al padre y lo justificó como necesario para permitir el crecimiento –la autonomía– del hijo. Después de todos estos años de orfandad hemos comprendido que la muerte del padre sólo deja un vacío imposible de llenar, pues, cuando Dios se oculta, proliferan los ídolos. Por eso, Martin Buber habla, más acertadamente, del eclipse de Dios, no de su ocaso. Es cierto que, si Dios no existe, no lo hace existir la fe de los creyentes. Pero también es cierto lo contrario: si Dios existe, no deja de existir porque se le ignore o se le niegue.

juan antonio at: 09 septiembre, 2019 10:34 dijo...

CONTEMPLAR y ACTUAR
Hoy es difícil hacer una reflexión que quede un poco a la altura aproximada al texto evangélico, sobre todo de la última de las parábolas, la del Padre Bueno.
Estas parábolas tienen un denominador común al hombre pecador y la misericordia de Dios, Padre Bueno.
Y digo de la dificultad, pues sería más propio de todos nosotros que en oración contempláramos este capítulo quince, quieto, con Dios presente en nosotros y contemplando las maravillas de la misericordia de Dios que en la primera lectura se presenta airado por la infidelidad de su pueblo y que en un trato, podíamos decir, casi humano con Moisés, se arrepiente de la amenaza que había pronunciado y en la segunda lectura vemos a Pablo, pecador y enemigo público de Dios, atraído, llamado a ser ministro del Evangelio y culmina con el capitulo del Padre Bueno
Las lecturas, pues, nos dan un pueblo pecador, de cabeza dura, un pecador que reconoce su pecado y el Padre Bueno, que nos busca una y otra vez y espera y espera sin perder la esperanza.
Contemplemos las entrañas de misericordia de nuestro Padre Bueno, pues el autor de la Hoja, nos dice que es esta última parábola la historia de nuestra vida y en ella podemos encontrarnos en muchos de los personajes que en ella intervienen
--El Padre, sí, podemos ser el Padre con nuestros hermanos, cuantas veces usamos de la misericordia con ellos y como siempre tenemos que estar en permanente formación, os sugiero un libro sobre la Misericordia, del Cardenal Kasper, que éste dio en el Cónclave al Papa Francisco y que pudo mover a éste a convocar el año de la misericordia.
Siempre decimos que somos felices cuando nos perdonan, cuando tienen misericordia con nosotros, pero Dios es muy feliz cuando la usa con nosotros y nosotros lo seremos cada vez que la practiquemos con nuestros hermanos, el que más ama es el que más perdona, ¡ojala los seguidores de Jesús fuéramos competitivos en amar y perdonar!, pues no en vano, ese fue el UNICO mandamiento que Jesús nos dejó y hasta donde amamos’, hasta que nos duela, hasta que sangremos, como decía la madre Teresa de Calcuta? ¡Ay si los cristianos amaramos de verdad! El mundo no podría resistirse a la acción de Dios. Pensémoslo.
Podemos ser los hijos, pues ambos se alejaron del Padre, el pequeño, porque como quien dice, mata al Padre para recibir una herencia y dilapidarla y el mayor porque no admite la misericordia del Padre, piensa en tener, y tener un cabrito, y con ello se contenta el hombre, nos contentamos con miserias y dejamos las riquezas de la casa del Padre.
Podíamos ser el criado, que da la noticia como le parece, (sé que me repito, perdonad), pues las cosas hay que comunicarla con la alegría del Padre bueno, en signo de fiesta pues algo grande sucede, el Padre se alegra porque lo que tenía perdido lo ha recuperado: pensemos cómo hablamos de la misericordia de Dios a nuestros hermanos.
Podemos ser los invitados a la fiesta, hay una fiesta y sabemos por qué se da?, participamos con todos o nos aprovechamos de comida y bebida gratis, sin echar cuenta en lo que se celebra, el que da la fiesta y el homenajeado en ella y el o los que faltan, pues a esta fiesta estamos llamados todos y quizás por nuestra culpa sea despreciado el nombre de Dios (Rm.2,24) y muchos dejen de acudir al banquete del Reino.
Contemplemos a nuestro Padre Dios, a nuestro Padre Bueno, en humilde oración, viendo su misericordia, como María vio las obras grandes de Dios, que no nos pase por la puerta y no le abramos el corazón (Ap,3,24).
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir AMEN


Maite at: 10 septiembre, 2019 21:05 dijo...

Algo hemos hecho mal al hablar del Padre. El evangelio de este domingo dice que solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas le acusaban de acoger a los pecadores y comer con ellos. ¿Qué pasa en nuestras asambleas y comunidades donde aquellos que entonces se acercaban a Jesús brillan por su ausencia?

Los que llamamos pecadores no se acercan a nosotros. Tenemos demasiadas normas y reglas que los alejan y les impiden caminar a nuestro lado. Si no estamos al lado de quienes se alejaron ¿cómo hablarles del Padre que busca desesperadamente a la oveja perdida teniendo noventa y nueve en el redil? ¿Y de la alegría de la mujer que encuentra una moneda que había perdido?

Seguro que todos estamos de acuerdo en que el evangelio de este domingo es una de las páginas más hermosas del Nuevo Testamento. Pero tal vez no nos hayamos reconocido nunca en ninguno de sus personajes: ni el hijo menor, ni el mayor, ni el Padre. Y no podemos hablar con pasión de los brazos del Padre que nos acogieron, del hambre que padecimos lejos de casa, de la ira que nos embargó cuando volvió nuestro hermano menor después de vivir por ahí perdidamente. De cómo mirábamos a lo lejos, todos los días, esperando ver volver a casa al que erró, al que decidió mal, al que se equivocó y nos hizo mucho daño.

Moisés fue un buen hermano mayor de su pueblo. Lo disculpó ante Dios cuando este hablaba de consumir a todos y hacer de él, que no había desertado, un gran pueblo. Y Pablo, otro hermano mayor, fiel servidor de la Ley, que se reconoce blasfemo, perseguidor e insolente antes de su encuentro con el Señor, fue acogido por él que le hizo capaz, se fió de él y le confió un ministerio. Pablo ha experimentado la compasión del Padre y sabe que Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, porque él, Pablo, es el primero de ellos.
Moisés logró que Dios se arrepintiera de sus amenazas contra el pueblo, y Pablo está convencido de que Jesús dará la vida eterna a quienes contemplen la paciencia del Maestro con él.

Hagamos experiencia del Padre que tenemos, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y contar la buena noticia de cómo es y cómo ama saldrá a borbotones de nuestros labios, se asomará a nuestra forma de mirar y acoger, de perdonar y construir un hogar. Y así llegaremos a todos.

Vicente at: 12 septiembre, 2019 21:11 dijo...

El evangelio de este domingo no nos incomoda. Es conocido y lo aceptamos de buen grado porque nosotros somos de las noventa y nueve y no tenemos que preocuparnos. Ni siquiera balamos para llamar a la oveja la perdida y que sepa venir: eso son cosas del pastor. Nosotros somos de los buenos: ¡Como Dios manda! Vamos a misa, no hacemos mal a nadie, nuestros pecadillos no perjudican ni provocan escándalo y hasta podemos permitirnos el lujo de criticar a los malos.

¿O no?

¿Acasos no somos nosotros las ovejas perdidas en una vida muelle, ajena los problemas de los demás, tranquilitos viendo la tele, murmurando, pero sólo un poquito y en voz baja, de los ausentes con los presentes, que, en cuanto se vayan, serán objeto de nuestros sarcasmos?

¿Quién de nosotros puede decir que no conoce a alguien que necesite de él y le tiene olvidado mirando hacia otra parte con los ojos de la conciencia?

Yo Sí. Yo soy una oveja perdida cada día y Jesús tiene que ir a buscarme constantemente: lo reconozco pero no sacando pecho; sino con vergüenza.

Señor, ayúdanos a todos a no mostrarnos satisfechos, a buscar cada día ovejas que no están perdidas, sino heridas. Las ovejas perdidas no son los pobres ni los miserables de este mundo, están en nuestro entorno y somos nosotros mismos.

Vicente Barreras