DOM-28A

sábado, 3 de octubre de 2020
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 03 octubre, 2020 09:08 dijo...

VESTIDOS DE FIESTA

Continúa la polémica con las autoridades del templo. Tras poner en entredicho el sistema religioso de su tiempo y denunciar la infidelidad del pueblo, en la parábola de los invitados, Jesús aborda el tema de la universalidad de la llamada y de la salvación. El Reino de Dios deja de ser un privilegio concedido al pueblo judío para ser un don del que pueden beneficiarse todos los hombres. No estamos ante un asunto de justicia -como en la parábola anterior-, sino ante una cuestión de honor, pues se trata del menosprecio de un don: un rey, que celebra las bodas de su hijo, invita a todos los nobles, pero estos prefieren dedicarse a otros asuntos menos significativos e ignorar la llamada. Algunos incluso llegan a maltratar a los mensajeros. La reacción del Rey fue la ira. Mateo posiblemente tiene en su mente la destrucción de Jerusalén ocurrida algunos años antes de que escribiera su evangelio. La enseñanza es clara: Israel ha despreciado el don de Dios y por eso ha sido barrido de la tierra.

Es en la segunda parte donde se apunta el tema de la universalidad: los criados salen a los caminos e invitan a todo el mundo, sin pararse a ver si son o no dignos de sentarse a la mesa de un rey. La sala se llena de buenos y malos. La discriminación consentida y apoyada por el judaísmo salta por los aires hecha añicos y se establece una igualdad esencial entre todos los hombres desde el punto y hora en que a todos se ofrece la salvación. Para la primera generación cristiana todos los seres humanos son esencialmente iguales. Las diferencias son meramente superficiales.

Pero no acaba ahí la cosa. El final resulta sorprendente porque, al acudir al salón, el rey manda expulsar, atado de pies y manos, a uno que no llevaba el vestido de fiesta. Y es que todos son llamados y todos pueden beneficiarse de la salvación, pero sólo lo conseguirán quienes muestren signos externos de la nueva justicia.

El evangelio es una buena noticia para todo el que la quiera escuchar. Son muchos los que viven enredados en sus asuntos y no valoran el ofrecimiento que se les hace. Para unos es más importante ocuparse de los negocios o disfrutar de los bienes; otros incluso atacan o ridiculizan a quienes se han dejado iluminar por Jesucristo. Entre quienes se dicen cristianos hay quienes lo son sólo de palabra, pues su vida no responde a ello. La parábola de los invitados es una llamada a considerar lo que es esencial y secundario en la vida. La fe es un don que se ofrece, no un deber que se impone. El hombre puede pensar que otros menesteres son más importantes y menospreciar semejante don. Puede incluso aceptarlo, pero no permitir que fructifique en su corazón. Al final lo que importa es ir vestido de fiesta cuando el rey entre en la sala del banquete.

juan antonio at: 06 octubre, 2020 18:00 dijo...

DM. 28 TO. 11,10.20
Hoy como nos dice la Hoja, el Evangelio, nos trae dos parábolas, la del banquete y la del convidado vestido inadecuadamente.
La lectura de Isaías donde nos habla de un banquete por todo lo alto, donde no habrá llanto ni tristeza, donde desaparecerá la muerte y la proclamación de nuestro Dios, salvador, la carta a los filipenses que nos sigue de semanas atrás y en la que Pablo nos da testimonio de sí y lección para los seguidores del camino: todo lo puedo en aquel que me conforta y en la providencia de Dios sobre la humanidad.
Si tenemos en Dios Padre esa confianza total, esa fe que mueva las montañas y sin reserva alguna, si somos como niños en brazos de su Padre, desde luego que hallaremos el consuelo de que nuestro Padre y Señor proveerá todas las necesidades que tengamos, de la clase que sea, en nuestros afanes legítimos que llevaremos a cabo con nuestro trabajo y vida entregada a todos los hermanos
En Él encontraremos el descanso que necesita nuestra alma en estos tiempos tan convulsos, tan llenos de angustias, desconcierto y temores, porque, ““todo lo puedo en aquel que me conforta””, qué más le puedo pedir a Dios si éste está a nuestra disposición?, vivamos esa Divina Providencia que todo lo abarca para bien de quien se lanza a sus brazos cada mañana, con un buenos días Padre Dios, gracias por la vida, la salud aunque sea con pastillas, por la familia, por todo, el sol, la lluvia, las nubes y el viento, la creación entera se abre para mí, para la humanidad en ese amanecer que podemos tildar de rutinario, pero, si bien lo miramos, siempre es distinto.
Gracias Padre Dios porque todo lo puedo con la fuerza tu Espíritu y con el Camino que nos dejó trazado tu Hijo, con darnos la fe y la esperanza y tu Amor Encarnado.
Gracias por el banquete del Reino que AHORA nos da y que tenemos que salir a dárselo a otros, a los que perdieron la dignidad por las mil razones que la vida nos presenta y que mañana, ese banquete, se alargará por la eternidad, y te pido que si alguna vez me pongo o nos ponemos el traje equivocado, que tu misericordia nos alcance a todos.
Virgen Santa María, Madre de Dios y Madre mía, ayúdanos a decir ¡AMEN!

Maite at: 08 octubre, 2020 16:07 dijo...

El salmista es alguien que ha aceptado la invitación del Señor a participar en su banquete y ha entrado vestido de fiesta, del modo adecuado. Se ha dejado servir por el anfitrión y ha gozado de su intimidad. Ahora su sueño es habitar por siempre en su casa. Ha descubierto la misericordia y la bondad de quien le hospeda, su generosidad, su amor incondicional, y responde con una confianza a prueba de oscuridades y enemigos. Permanecer por siempre en la casa del Señor es su opción de vida.

Pablo ha experimentado en carne propia que la invitación al banquete de la vida es para todos, porque también ha sido llamado a participar. Se ha dado cuenta de que la salvación, el consuelo y la vida verdadera dependen de aceptar la invitación y acudir vestidos para la ocasión. Porque en el vestido se ve el aprecio con que se responde y la conciencia que tiene el invitado de saber dónde está, la gratitud hacia quien invitó.

Jesús dirige la parábola a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, los que se creían sentados por derecho a la mesa del banquete de Dios. Creen tener controlado el Reino y a quienes se sientan a la mesa. Pero el Reino no es su prioridad. Su preocupación fundamental es cerrar la puerta para entrar en él y no perder el asiento de honor.

Muchos son los llamados pero pocos los escogidos. Es para reflexionar. No basta con acudir al banquete, hay que conocer y amar al anfitrión. Saber a quiénes quiere ver sentados a la mesa en el banquete y por qué, asimilar sus gustos e intenciones y colaborar, con todas nuestras fuerzas, para que todos acepten la invitación, conozcamos que es el Señor en quien esperamos, y celebremos y gocemos, todos juntos, con su salvación.