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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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DIOS Y EL PRÓJIMO
Los preceptos a que estaba sujeto el creyente judío en tiempos de Jesús eran muy numerosos -según la tradición sinagogal eran 613 mandamientos positivos, 365 prohibiciones y 248 prescripciones-. No sorprende, por ello, que algunos se preguntasen si era posible reducirlos todos a unos cuantos preceptos fundamentales y establecer una jerarquía de importancia entre los mismos. Frente a éstos estaba el grupo de quienes defendían que todos los preceptos tenían la misma importancia -“Que el mandamiento leve te sea tan querido como el mandamiento grave” decía un comentario al Deuteronomio.
La respuesta de Jesús no contiene nada nuevo, pues ambos preceptos estaban ya recogidos en el Antiguo Testamento. Lo sorprendente es la unión de los dos. A Jesús le preguntan por el primero y más importante y él responde con el primero y el segundo y, además, añade que ambos son semejantes. De esta manera viene a decir que sólo se puede amar a Dios amando al prójimo y sólo se puede amar al prójimo con el amor de Dios. Son dos amores que siempre han de ir unidos o, de lo contrario, quedan adulterados.
Es así como Jesús establece el fundamento de la ética cristiana: la vida religiosa, centrada en el amor a Dios, y la vida social, centrada en el amor al prójimo, constituyen un único fundamento y vienen a ser como las dos caras de una moneda: si falta una -cualquiera de ellas- es falsa. Los rabinos conocían estos preceptos, pero no los relacionaban. Incluso hacían inútil el precepto de amor al prójimo porque no consideraban prójimo a todo ser humano: el pagano, el pecador, el publicano... no era prójimo ni había obligación de amarlo como a uno mismo. En el pensamiento de Jesús el amor es uno solo y ha de ser total: ha de movilizar a toda la persona. Como el sol cuando sale -que ilumina por igual a todos los seres-, así ha de ser el hombre y la mujer que aman.
Pero no es esto lo habitual entre nosotros, sino que, al contrario, a veces tenemos la sensación de que una sombra de egoísmo y desamor estuviera apoderándose de muchos corazones: padres que denuncian a sus hijos por malos tratos, niños que crecen sin amor, ancianos abandonados por su familia; mujeres maltratadas, violencia en las calles... Es como si el ser humano estuviera perdiendo su esencia más profunda, su valor más noble y auténtico. Tal vez esto no sea más que el triste resultado de las doctrinas que décadas atrás algunos predicaron sin medir sus consecuencias. Y es que la negación Dios a la larga conduce a la negación del hombre como la negación del padre lleva tarde o temprano a la negación de los hermanos. Primero talamos los bosques y luego nos quejamos del desierto. Es de sabios rectificar. Pero está por ver que el hombre de hoy, que se siente orgulloso de ser científico y de conocer los secretos del universo, sea además un hombre sabio, conocedor de los secretos de su propio corazón.
DIOS, EL PROJIMO Y YO
Esta semana seguimos con las preguntas sesgadas, esta vez, de los fariseos sobre el principal mandamiento.
Jesús le contesta con el rezo de la Shemá y añade un segundo mandamiento, recogido en el Deuteronomio, sobre el amor al prójimo.
Podíamos haber dicho como cabecera de esta reflexión, sencillamente, que íbamos a tratar sobre el amor, a Dios, al Prójimo y a nosotros mismos.
Pues de lo que se trata es del amor en cascada y quiero empezar por la última parte, “como a ti mismo”, pues no cabe duda de que nosotros nos queremos, tenemos estima de nosotros, nos consideramos alguien, reconocemos nuestra valía y nuestro buen hacer y nuestro mal hacer, pero siempre ternemos una opinión de nosotros mismos.
Y podíamos preguntarnos ¿cómo nos queremos? Porque como nos queramos amaremos al prójimo y como nos queramos es en definitiva como somos, como nos comportamos, como vivimos nuestra vida de cristiano en sociedad, en el trabajo, en la parroquia, en todo, pues se quiere mal quien mal actúa sea contra sí o contra otros y por ello debemos examinarnos, discernir sobre nuestro comportamiento para hacer con el otro lo que más queremos para mí.
El prójimo, o mejor dicho de aquellos que nos hacemos o debemos hacer próximo, tiene que ser nuestra medida del amor a Dios, y así nos lo dice Mt. en el llamado juicio de las naciones, “venid benditos de mi Padre porque tuve hambre y me diste de comer……, pues decir Señor, Señor…., ya nos lo dice Jesús, no conduce a nada, si no hacemos la voluntad del Señor sobre nosotros. Tenemos que pasar de las palabras vacías a una vida llena de vitalidad en el amor a Dios y a los hermanos, pues lo demás es “platillo que resuena”.
La primera lectura nos da unas actitudes que la Ley de Moisés daba a los israelitas, sobre el forastero, la explotación, la usura y la prenda en préstamo, cuestiones todas hoy en el candelero, aun que con otros nombres, alquileres, jornales, jornadas de trabajo, alta en los seguros sociales, …en definitiva reconocer la dignidad de esos nuestros próximos.
Pablo pone a los tesalonicenses de modelo en la cristiandad, por la acogida de la Palabra de Dios y abandono de los ídolos, por lo que tengo, tenemos que preguntarnos si de nuestro camino de seguidor de Jesús se puede alabar tales actitudes, como llevamos la Palabra a nuestra vida en ese rato de oración en que escuchamos y discernimos y donde está nuestro corazón, si tenemos otros dioses fuera de nuestro Padre Bueno, aunque sean pequeñas cosas, pequeñas manías, que poco a poco se convierten en grande y ya es un problema, ya nos apartan de Dios.
Oremos sobre todo ello en esta semana, vivamos la Palabra de Dios y preguntémonos cada mañana al despertarnos, después del primer Padre Nuestro, hoy Señor, qué quieres de mí? Lo mismo de ayer y de siempre porque no logro acompasar mi vida a la tuya, pues adelante y al anochecer hagamos un pequeño examen de cómo hemos andado durante el día, nunca será igual, aunque lo parezca, pues siempre habrá matices, que son los que tenemos que ver.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
Juan pone de relieve en la hojilla las palabras de Francisco en su última encíclica Fratelli tutti: Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Y nos recuerda que esta es una opción de vida que hay que hacer todos los días porque “todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano”.
Es la mejor manera de cumplir el mandamiento del amor. Ese que nos recuerda que no podemos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente si no amamos al prójimo, a quien sí vemos, hasta dar la vida por él, como Jesús, el Buen Samaritano.
Elegir cada día ser el buen samaritano es un testimonio de fe tan elocuente que no es necesario “explicar nada” que dice Pablo. Pues ejercer como tal con los preferidos del Señor: los emigrantes, las viudas y huérfanos, los pobres, evidencia mejor que nada que en ellos se contempla el rostro de Dios. Y que ampararlos y velar por ellos es hacerlo por él.
Solo desde esta opción de vida puede un cristiano hacer suya la hermosa oración del salmista con toda verdad.
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