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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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Hoy las lecturas nos hacen reflexionar sobre la impureza social, la exclusión de esas personas declaradas impuras por la lepra y el milagro de Jesús.
El tratamiento social de esos enfermos, como vemos en la primera lectura, era tremendamente rigorista, no hay curación, pues muérete solo por donde no puedas rozarte con nadie sano y por ende puro y eso era ayer pero también lo sigue siendo hoy.
Esa impureza era social que no espiritual, pues el enfermo podía ser una persona justa y cumplidora de los preceptos del Señor, pero….. está enfermo y por ello, fuera y fuera también en la actualidad.
La verdad es que los que no hayan tenido trato con persona leprosa, hoy, saben lo que significa esa enfermedad, pero no han conocido hasta donde llega la repulsa que podemos tener, lo que te entra por el cuerpo cuando te dicen he tenido la lepra y te muestran unas manos un tanto desfiguradas, aunque estén curadas.
En los Evangelios se relatan dos milagros de curación de la lepra, una esta y la otra la de los diez.
La valentía de Jesús es muy provocadora para su tiempo, pues no solo lo cura, sino que lo toca y dialoga con el enfermo que arrodillado le dice que si quieres, puedes limpiarme, va contra todas las reglas y preceptos judíos, cosa que nunca le importó, pues el Reino del Padre es otra cosa que los ritos y cultos del templo.
Señor cuantas veces hemos leído, meditado, orado con esta lectura de tu Evangelio y parece que esto no iba, no va conmigo, que era cuestión del pasado, pero el pasado sigue presente y aunque, gracias a la ciencia, la enfermedad es curable, hay que ver que hay otras lepras que corroen nuestra, mi alma y aquí cada uno podemos ver qué males nos afectan y de rodillas digamos al Señor “Si quieres puedes limpiarme de……”.
El leproso curado pese a la prohibición de Jesús, proclamó y divulgó el mensaje, con lo que cabria preguntarnos yo que me encuentro curado con el don de la vida y la salud, cómo doy a conocer mi fe o me da vergüenza?, pidámoslo con confianza infinita y como nos dice el Apóstol Pablo, “”cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”.
Señor, si quieres puedes limpiarme: repitámoslo sobre todo cuando hagamos en la noche ese repaso a nuestro día y pidamos por aquellos males que nos queden por sanar.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!
Seguramente la mayoría de nosotros no ha visto jamás un leproso, pero sí identificamos la lepra en un montón de personas que nos provocan rechazo, de quienes huiríamos con gusto si pudiéramos y a las que no brindamos nuestra mirada, nuestro trato y mucho menos nuestra compasión.
La medida de nuestra calidad humana y cristiana está en la compasión que somos o no capaces de experimentar ante los demás. Y su autenticidad se pone de relieve en cómo nos mueve a mirar y tocar a quienes necesitan compasión.
Vivimos en un mundo enfermo que no necesita más juicio ni más condenas de los creyentes en Jesús, pero sí mucha compasión. Sin ella no alcanzaremos jamás el sueño del Padre de una fraternidad universal.
Una compasión como la de Jesús se detiene a mirar y escuchar las súplicas de quien suscita terror y repugnancia a su alrededor, y le mueve a contravenir incluso las leyes religiosas de su pueblo. ¿Necesitaba acaso tocar para curar al leproso?.
Con su gesto Jesús devuelve la dignidad perdida más elemental al leproso, le integra de nuevo en la sociedad de su tiempo, hace de él un hombre nuevo y libre. ¿Se parece a lo que experimentan los que se acercan a nosotros?.¿Quiénes somos para condenar y marginar a alguien?.
Claro que para ser imitadores de Cristo, como Pablo, necesitamos experimentar, al igual que el salmista, que él es nuestro refugio, sentirnos y sabernos rodeados de cantos de liberación, limpios de nuestro pecado.
No podemos anunciar a Jesús si no lo reflejamos. Nadie lo verá si no es en nosotros. Y la señal más cierta de su presencia es la compasión.
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