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sábado, 31 de julio de 2021
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 31 julio, 2021 09:01 dijo...

UN DIOS DE CARNE Y HUESO (Jn 6,41-52)

Seguimos pendientes del diálogo sobre el pan de vida. Jesús había dicho que sólo el pan que baja del cielo da vida eterna, aludiendo al Espíritu que se comunica continuamente al hombre, cuando ÉSTE abre su vida y su corazón a la fe. Los judíos, por su parte, plantean el problema del origen de Jesús: "¿Cómo puede decir que viene del cielo si sabemos quiénes son sus padres?". Es la pregunta de la incredulidad: ¿Cómo puede un hombre tener un origen divino? Habían entendido perfectamente lo dicho por Jesús: que Dios se estaba mostrando a modo humano, revestido de humanidad. Fue el misterio de la encarnación lo que escandalizó a aquellos hombres. No podían aceptar que se hubieran roto las barreras entre lo divino y lo humano. Los judíos querían cada cosa en su sitio: Dios en el cielo y el hombre en la tierra. Nada de mescolanzas ni familiarida¬des. Jesús de Nazaret rompió ese esquema porque se empieza poniendo a Dios en su sitio y se termina poniendo a cada persona en el lugar que creemos que debe ocupar. Así es como surgen la discriminación, la marginación y la idolatría de las diferencias.

San Pablo escribe a los gálatas que, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer. El hijo de una mujer es el hijo de Dios. Jesucristo es para los cristianos aquel en quien se realiza plenamente la reconciliación entre Dios y los hombres, de tal manera que -en adelante- sólo será posible llegar a Dios a través del hombre y al hombre a través de Dios. Dentro de esta lógica tiene sentido que luego diga: "Lo que hagáis a uno de mis hermanos menores me lo hacéis a mí".

No resulta fácil, ni siquiera a los seguidores de Jesús de Nazaret, aceptar que el encuentro con Dios sólo sea posible en el encuentro con el otro. Eso explica el agnosticismo -la versión laica de la postura farisea-, que no es sino la separación absoluta de los dos mundos; el ateísmo, que niega el mundo sobrenatural; y el espiritualismo, que menosprecia el mundo material. La historia enseña, sin embargo, que cuando se niega a Dios, se termina negando al hombre; y cuando se niega al hombre, se termina negando a Dios. Jesús de Nazaret representa la unidad de ambos mundos: todo él es hombre y todo él es Dios. Sólo quien come su carne -sólo quien acepta el misterio que él representa- alcanza la vida definitiva.


La fe en la encarnación tiene profundas implicaciones existenciales ya que cambia completamente el modo de vivir y de sentir la vida. Porque es cierto que la vida cambia cuando uno deja de fijarse en lo que el otro hace para centrarse en lo que el otro es: en su humanidad -que es tanto como decir en sus limitaciones y miserias- es Dios que nos sale al encuentro. Quien ve al Hijo de Dios en Jesús de Nazaret -quien ve al hijo de Dios en sus semejantes- ha conocido la vida verdadera y no podrá seguir siendo el mismo porque, cada vez que dé a alguien la mano, sabrá que está tocando el misterio.
Francisco Echevarría

juan antonio at: 02 agosto, 2021 19:56 dijo...

Hoy la sociedad está llena de cantos de sirenas que nos ofrecen multitud de cosas para hacernos felices, dichosos en esta tierra, en el lugar donde vivimos, que no podemos decir que sea otra cosa que el mundo, pues hoy todo está globalizado, estamos viviendo en la llamada aldea global: lo que sucede en un rincón del mundo, lo tenemos en nuestros manos casi en el mismo instante y un ejemplo de ello podemos citar los Juegos Olímpicos.
Pero estos cantos de sirenas nos ofrecen cosas perecederas, utensilios que lo hacen todo, en cocinas, oficinas, en todos los campos del desarrollo humano, nos llenan de cosas, nos llenamos de cosas, pero al fin es solo “tener”, no satisface aquello más intimo de la persona humana, la deja rodeada de cosas pero en un ansia de ser feliz nunca satisfecho.
El salmo de hoy nos dice”” gustad y vez que bueno es el Señor””
Y las lecturas nos hablan de cómo es el Señor, de su bondad y de lo que sabe a Dios.
El profeta Elías que había defendido la autenticidad del único Dios verdadero, se encuentra en peligro y por dos veces le dicen “levántate come”, no le faltó la Providencia de Dios, esa Providencia de la que tanto hablaba el fallecido Vicente Ferrer en su actuar en la India.
El Evangelio nos pone como principio la resistencia de los judíos a la aceptación de Jesús, la fe, la confianza, para ellos es solamente el hijo de José y no saben escrudiñar los signos y enseñanzas que hacía más allá del hartazgo de pan, se quedaron o nos quedamos sin ver, sin ir a Jesús sin dejarnos arrastrar por el Padre hacía quien nos lo está revelando cada día, Jesús, que se hizo pan y vino para estar con la humanidad.
Y ¿cómo gustamos del Señor, cómo lo vemos?
Primero en su Palabra, esa que todos los días leemos, meditamos y puede que no nos haga crecer porque vamos de prisa, para cumplir, “”es que tengo que leer la Palabra de Dios””, pero démonos cuenta como lo hacemos y siempre estamos a tiempo de convertir nuestras prisas en pausas, en descansos pues, las prisas no valen con Dios.
Cuando hayamos hecho carne de la Palabra, comamos su carne, hecha presencia en el Pan de la Eucaristía y en la celebración de ésta:
Recemos con el sacerdote las oraciones, que se hacen, llenas de vida, por todas las necesidades que la humanidad tiene,
---empezando la acción de gracias levantando nuestros corazones dormidos,
---vivamos la Encarnación en el pan y en el vino, sintiendo su carne destrozada y su sangre derramada por traernos el Amor del Padre,
---pidamos porque todos seamos uno, en la llamada epíclesis (después de la consagración),
---sigue la Iglesia Universal, los que nos precedieron y los que quedamos
---y terminamos con la oración de Jesús y comiendo su carne y bebiendo su sangre.
Y esto a que nos lleva? …..cuando te he visto… cuando has visto y cubierto las necesidades de estos mis pequeños y le has devuelto la dignidad que quizás, tú, yo, nosotros, le quitamos.
Señor, ahí te gustamos y te vemos, en los demás, cuando me he llenado de Ti, cuando no entristezco al Espíritu y cuando quito de mi vida todo lo que estorba, acritud, ira, cólera, gritos (que no sabemos los daños que hacen hasta que nos lo dan), siendo buenos e imitadores de esa Palabra que hemos encarnado.

“”yo soy el pan vivo bajado del cielo.
Quien come de este pan vivirá para siempre.
El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne “”

“Gustad y ved qué bueno es el Señor”, recemos y meditemos el salmo.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a intentar acercarnos a tu Hijo, presencia viva y alimento que no perece y nos lleva a la vida eterna, ¡AMEN!

Maite at: 04 agosto, 2021 17:31 dijo...

Elías, el gran profeta, se enfrenta al momento más duro de su vida. Huye de Jezabel muerto de miedo. Se ha desinflado su poderío, su armadura de guerrero de Dios se resquebraja y su orgullo quedó por los suelos cuando emprendió la huida. Toca fondo y desea la muerte. Entonces recibe el alimento necesario, justo el necesario, para continuar la marcha y llegar a su destino. Recupera las fuerzas para seguir hacia adelante.

Jesús se define a sí mismo como el “pan de vida”. Un alimento que nutre mucho más que el cotidiano, mucho más que el de Elías. Los judíos murmuraban porque no entendieron el sentido de las palabras de Jesús. Las tomaron en su literalidad. Pero Jesús, como en el caso de Nicodemo o la samaritana, juega en otra liga, está a otro nivel. Él nos trae y nos regala la vida misma de Dios en nosotros. Y para recibirla hace falta, como tan bien nos recuerda Juan en la hojilla, aceptar a Dios hecho carne en Jesús. Buscarle y encontrarle ahí y no en otro sitio. Y hallarle en todo lo humano, que es donde está.

Reconocer al Padre en Jesús lleva de la mano a vivir en el amor, y a entregarse por los demás como él. A vivir conscientes de la presencia del Espíritu en nuestro ser, que nos hace hijos de Dios. Y vivir esa consciencia entraña pasar por esta vida como Jesús, haciendo nuestras sus opciones y sentimientos, sus prioridades y sus sueños.

Experimentar a Jesús como pan de vida hará brotar en nosotros el canto del salmista que, desbordado por su vivencia de la cercanía de Dios en su caminar, no puede sino desear para todos lo que él disfruta: Gustad y ved qué bueno es el Señor.