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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
EL CAMINO DE LA RENUCIA (Mc 8,27-35)
Cuando emprende el viaje que culminará con su muerte en Jerusalén, Jesús exige a los discípulos que se definan sobre él. La pregunta que les formula es la gran pregunta que todo cristiano ha de hacerse: ¿Quién es Jesús para mí? Es verdad que -a nivel humano- podemos distinguir entre la persona y la tarea, entre el ser y el hacer. Pero no así en el caso de Jesucristo. Creer en su persona -como el Hijo de Dios- es creer en su misión -como salvador-. Creer en él y creerle a él van necesariamente unidos. Eso fue lo que Pedro no entendió. Creía en Jesús como Mesías, pero no aceptaba el camino del Mesías: ser condenado a muerte, ser ejecutado y, más tarde, resucitar. Se resistía a aceptar que el sufrimiento -el fracaso, la humillación y la muerte- es el modo de llegar a la vida. En definitiva: el problema de Pedro era rechazar el camino de la humildad como camino de salvación. Es la misma propuesta que le había hecho el diablo en el desierto: convertir las piedras en pan, utilizar el poder del mundo y manifestarse gloriosamente en el cumplimiento de su misión. Es satánico procurar la eficacia y éxito a cualquier precio. Pedro era hijo de su tiempo y de su pueblo y esperaba -como todos- un mesías guerrero, que fuera la manifestación del poder de Dios en favor de Israel. Pero Dios tiene otros planes y otro modo de hacer las cosas.
Y, para evitar equívocos, muestra el camino del seguimiento. Sólo puede ser de los suyos quien está dispuesto a la renuncia, a aceptar la cruz que ello conlleva y seguir sus pasos hasta el final. El principio es bien claro: quien se aferra a la vida la pierde; sólo se salva quien la entrega. Es el camino del Mesías y también el camino de la vida, que es tanto como decir, el de la dicha y la felicidad verdaderas. La vida -como la semilla- sólo tiene sentido cuando se pone al servicio de una meta mejor. Sólo así el grano se convierte en espiga y la vida logra un “para qué”, es decir, un propósito, un sentido, una meta. Con frecuencia olvidamos que no es el origen sino la meta lo que alumbra nuestra existencia. No es saber por qué estamos aquí, sino conocer para qué hemos venido al mundo lo que da valor a la lucha diaria y al esfuerzo continuo. A los jóvenes se les suele preguntar erróneamente ¿qué esperas de la vida?, cuando la verdadera pregunta -la que señala el camino verdadero en las encrucijadas, en los momentos de las grandes decisiones- es ¿qué espera la vida de ti? Algunos piensan que todo es azar y -por ello- capricho de un destino ciego y muchas veces cruel. Yo creo que es más bien providencia de un Dios que nos espera detrás del horizonte y nos anima a recorrer el camino sin dudar y sin desfallecer. La vida no es fácil -porque es grande la lucha que conlleva el vivir-, pero no tiene por qué ser absurda. Sólo quien posee un “para qué” supera el absurdo del “por qué”. Sólo quien conoce la meta soporta la dureza del camino. Jesús va por delante dando ánimo y ejemplo. Sólo nos queda seguir sus huellas.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
El pasaje del Evangelio nos trae la gran pregunta, como dice el maestro compañero de página, ¿Quién dicen la gente… y vosotros quien decís que soy yo?, gran pregunta que debía de completarse con otra sobre quién soy yo, quienes somos nosotros, pues soy, somos los interlocutores.
Quien soy yo?
Soy un creyente, un seguidor de Jesús, vivo y resucitado, en el que he sido instruido desde pequeño, quizás con la rigidez que los tiempos imponía, (78 a.), he pasado por etapas más o menos activas y ha sido después donde mi encuentro con Jesús se hizo consciente en mi mente y en mi corazón y trato de vivirlo lo mejor que mis fantasmas de ver la botella medio vacía me deja, dando gratis, lo que gratis recibí y asumiendo mis responsabilidades en la comunidad.
A pesar de todo soy un pobre pecador, me sobrepasan muchas cosas que no comprendo, dogmas y doctrinas que se proclaman y que quizás nos haga caer en lo que para los judíos es el Talmud, tradición y olvido de lo esencial, pues ¿cuánto hemos escrito sobre Jesús o mi Jesús, que esa puede ser otra evasión de lo esencial.
Quién es Jesús?
Ante la grandeza del misterio, como Santo Tomás, solo me queda decir, Señor nuestro y Dios nuestro, te proclamo Dios y Hombre, Jesús y Cristo y desde los llantos de Belén a los sufrimientos de la Cruz, nos ha dado tu Vida en la entrega al Espíritu, en cómo vivir la prueba, en tu predicación itinerante diste la alegría a los humildes y empobrecidos, a los disminuidos por el dolor y la enfermedad, has tenido la dulzura con los niños, nos has regalados tus miradas en la llamada de los apóstoles o Zaqueo y tantass otras, atendiste las necesidades de las mujeres, dándole su rango, la siro fenicia, la cananea, la samaritana, los pobres novios en apuros, tus Palabras son mi aliento para nuestro caminar, para nuestra conversión, pues tus parábolas son enseñanzas del Amor del Padre Bueno y en tu implantación del Reino no te arredró la maldad de los hombres, antes siempre lo buscaste, pues ahí estaba tu misión y..... la mía…...
Jesús, quien eres Tú?
Y entono el canto de Brotes de Olivos de hace muchos años, aquellos niños, hoy quizás abuelos, pero Tú nos sigue acompañando:
JESÚS ¿quién eres Tú?/Tan pobre al nacer,/que mueres en cruz.
Tú das paz al ladrón/increpas al fiel,/prodigas perdón.
Tú, siendo Creador,/me quieres a mí/que soy pecador.
Señor nuestro y Dios nuestro, aquí estoy y sigo preguntándome ¿Quién eres Tú? Para seguir respondiendo, Nuestro Dios y nuestro Señor, nuestro Padre y Hermano en la fuerza del Espíritu.
Que la cruz no me asuste ni espante, que esa cruz vacía sea la mía porque haya comprendido que esa fue, es y será tu norma y la mía, pues si Tú la cogiste, el discípulos no está libre de sufrimiento porque no puede ser más que el Maestro
Vive y camina en presencia del Señor en el país de la vida, no estás solo, Dios Padre, Hijo y Espíritu, te acompañan todos los días si lo invocamos, si pedimos su compañía.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a creer, abandonarnos en tu Hijo, vivo y resucitado, sintiéndolo centro de nuestra vida, AMEN.
Si paramos un poco y buscamos algo de soledad, es probable que experimentemos que “el Señor nos abre el oído”. Ese es el origen del resto de actitudes que se siguen en cascada: no resistirse ni echarse atrás, y experimentar la ayuda del Señor en cualquier ultraje; así como soportar las condenas injustas. Sabremos entonces qué contestar a la pregunta de Jesús.
Si hacemos nuestra la experiencia del salmista: caminar en la presencia del Señor en el país de los vivos, en compañía de los hermanos, con ellos y para ellos; amando al Señor y confiando en su amparo, misericordia y liberación de toda muerte y opresión, sabremos qué contestar a la pregunta de Jesús.
Si nuestra fe tiene obras, como las que dibuja Santiago, de misericordia con los más necesitados a nuestro lado, esos que se codean con nosotros, tenemos respuesta para la pregunta de Jesús.
Es evidente que a Jesús le interesa saber quién es para cada uno de nosotros, pero sobre todo quiere que quien le sigue acepte también su camino de cruz, abnegación y rechazo. Quiere que comprendamos que lo más importante es estar dispuestos a perder la vida, no a conservarla a toda costa. Y es que la pregunta por la identidad abarca toda la dimensión de la persona: su ser y obrar, todo lo que le empuja, define, inspira y alienta; lo que le hace sentir y vibrar, arder y vivir. Hasta ahí quiere Jesús que llegue nuestra identificación con él.
La respuesta a su pregunta indica hasta dónde llega nuestra comprensión de todo lo que vemos y oímos estando con él y compartiendo nuestra vida con él.
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