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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
EL ESPÍRITU Y LA LEY (Jn 2,1-12)
Siete son los milagros que narra Juan en su evangelio, siete signos que ilustran la obra del mesías. El primero de ellos ocurrió en una boda y consistió en convertir el agua en vino. Pobre sería nuestra comprensión del relato si todo se redujera a ver a Jesús como alguien que remedia la imprevisión de unos novios. El evangelista advierte que es un signo. Por tanto, sólo comprendiendo su significado podemos alcanzar su valor.
Se trata de una boda. El matrimonio fue uno de los símbolos preferidos por los profetas para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo. Pablo recurre a él para hablar de las relaciones de Cristo con la Iglesia. Allí está la madre de Jesús, a la que él llama mujer, como a la samaritana y a la Magdalena tras la resurrección. Las tres representan al pueblo de Dios -a la esposa- en tres situaciones diferentes: María es el pueblo fiel que hace posible la venida del mesías y le urge a cumplir su misión sin tardanza; la samaritana es el pueblo infiel, idólatra; la Magdalena representa al nuevo pueblo, al que nace de la resurrección. Se acaba el vino -símbolo del amor en el Cantar de los Cantares-, pero sobra el agua de las purificaciones. El Mesías dice que aún no ha llegado el momento, pero el resto fiel no puede esperar más. Son seis las tinajas -no siete, que indicaría plenitud, sino seis, es decir, imperfección-. Son de piedra -cosa rara en una casa normal-, como las tablas de la Ley entregadas a Moisés. El mayordomo reconoce que, en contra de la lógica y de la costumbre, lo mejor se ha dejado para el final.
Desde estas claves podemos entender mejor el texto de Juan. No habla él de vino y fiesta, sino de algo más profundo. La antigua alianza -centrada en el cumplimiento de la Ley, incompleta, porque sólo purifica como el agua: por fuera-, gracias al Mesías, es sustituida por la nueva -que transforma al hombre interiormente y le da una vida nueva, centrada en el amor. Son dos modos de entender la religión y la vida misma: uno centrado en el cumplimiento de la ley -que hace al hombre merecedor de premios y castigos-; otro centrado en el amor que le hace hijo de Dios y hermano de los hombres. El primero pone la fuerza del ser humano en algo exterior y, a la larga -como les ocurrió a los fariseos-, endurece el corazón; el segundo recibe su energía de algo interior y hace el corazón más humano. La sociedad -y también la Iglesia- tiene que preguntarse si es una suerte vivir en el mundo como un ser humano o, por el contrario, constituye una desgracia. Jesús de Nazaret cambió el agua en vino, abrió una nueva senda a la humanidad y es triste ver que, cuando estamos estrenando el tercer milenio de su presencia, muchos sigan creyendo que el camino de la ley es mejor que el del amor. El hombre nuevo y el nuevo orden sólo verán la luz si recuperamos nuestro verdadero centro, que está en el interior de nosotros mismos. La luz que viene de fuera es probable que nos ciegue. Sólo ilumina la que irradia desde el corazón.
Francisco Echevarría
Este domingo disfrutamos de un hermoso comentario en la hojilla que nos ayuda a contemplar la escena de las bodas de Caná en profundidad. A comprenderla desde la intención del evangelista, más que desde la devoción o la piedad. Ambas, con ser muy buenas, estrechan el verdadero significado que Juan da a su evangelio y restan riqueza a su contenido.
Es hora de que los cristianos seamos reconocidos y reconocibles por ser los invitados a las bodas, no a los funerales. Los que se alegran con el vino, no los que brindan con agua estancada en tinajas de piedra. Los que viven y anuncian una vida nueva, un espíritu nuevo, una alegría radiante. Los que creemos en Jesús y, como María, somos sus discípulos, sus seguidores.
Somos los que se mueven por el Espíritu y se dejan guiar por él, según su manifestación, para el bien común, en servicio de todos. Los que cantan un cántico nuevo, las maravillas de Dios, los que abrazan a todos en una casa común. Los que nos sabemos amados con amor incondicional.
Esta semana nos presenta la liturgia el pasaje evangélico de las bodas de Caná de Galilea, a la que estaban invitados Jesús y sus discípulos y “”la madre de Jesús estaba allí”” .
Jesús empieza su vida pública con algo tan normal y sencillo como asistir a una boda y manifestarse en ella como el que era, el Hijo de Dios, el Cristo.
La narración de Juan es preciosa al igual que las otras lecturas y salmo, referida la primera a la imagen de la boda a la relación de Dios con su pueblo, terminando con la frase que destaca la hoja “”la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encuentra Dios contigo””, ya esta sola frase es para que nos llenemos de alegría, al sabernos querido por Dios, con todos los dones que nos expresa la carta de S. Pablo: es como para enamorarnos de la Palabra de Dios, cosa que desgraciadamente no pasa, pues el ardor se nos pasa más ligero que lo sentimos, cosa que tenemos que llevar a nuestro dialogo con Dios Padre Bueno y sentirnos, aún en el dolor y la muerte, acompañado de Dios, como pasó con Jesús en la Cruz, pero esto lo dejamos por hoy.
Quisiera destacar, como también hace la hoja, “”y la madre de Jesús estaba allí”” también estaba en la Cruz, y durante la predicación del Reino también estaba presente, como nos relata los evangelios, María se preocupaba de su Hijo, era Madre, podremos decir y una madre no se olvida de su hijo aunque lo pongan de loco, María estaba allí y María adelantó la hora y se produjo el milagro o signo y sin grandes manifestaciones, sin proclamación alguna se resuelve el problema de aquella boda.
Así actúa Jesús a lo largo de su vida, no hace alarde de nada, hace el bien y nos revela el Amor de Dios a la humanidad dentro de la mayor naturalidad, prohibiendo se haga público sus actos de amor, pero el agradecimiento hace olvidar esa advertencia de Jesús.
María está a tu lado, María nos acompaña siempre, vela por la Iglesia y por los hijos del Padre, se ha hecho presente en múltiples ocasiones para consuelo nuestro.
“” y su madre estaba allí”, y de ella tenemos que aprender que debemos estar siempre disponible, allí donde sufran nuestros hermanos, tenemos que estar allí donde nuestra presencia acompañe y consuele, donde nuestra oración haga presente el amor de Dios por los hombres, debemos estar allí para que se haga la voluntad de Dios en cada una de sus criaturas, debemos estar allí porque el cristiano es testimonio del amor de Dios.
Recemos con el Salmo, ese cantico nuevo de agradecimiento a Dios por cuanto recibimos de Él, por su constante presencia en nosotros, porque, en definitiva, sin Él no podemos hacer na
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir AMEN
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