5ºCUA-C

sábado, 26 de marzo de 2022
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 26 marzo, 2022 09:03 dijo...

LA CEGUERA DEL JUSTO (Jn 8,1-11)

El adulterio era castigado por la ley israelita con la pena de muerte, pero las autoridades romanas habían retirado al Sanedrín el derecho a ejecutar a nadie. La pregunta que le hacen a Jesús es capciosa: si aprueba la ejecución, desautoriza la ley romana; si la rechaza, se opone a la ley judía. Los escribas y fariseos están haciendo del asunto un problema legal y quieren que Jesús se defina con los que defendían la aceptación de la legislación romana en contra de los intereses judíos o con los nacionalistas que rechazaban todo sometimiento a Roma.

Jesús tiene otro punto de vista: para él no está en juego la ley, sino la vida de una mujer. Su respuesta va en esa línea y viene a decir: "Si se trata de un problema legal ¿qué más da la legislación judía o la legislación romana? Una cosa sí es importante: que apliquen la ley hombres justos. Si de justicia se trata, seamos justos con todas las consecuencias". El resultado ya lo conocemos. Todos sintieron vergüenza de lo que estaban dispuestos a hacer.

Al final sólo quedan frente a frente la pecadora y Jesús, el pecado y el perdón. El único justo tampoco juzga ni condena. Frente al pecado de los hombres sólo caben dos posturas: la compasión o el castigo. El hombre verdaderamente justo conoce la debilidad del corazón humano y por eso es compasivo; el falso justo está cegado por su soberbia y por eso se erige en juez de los demás. El fariseo está internamente ciego y por eso no ve su culpa; sólo tiene los ojos abiertos para ver la culpa de los demás.

Como en la parábola del hijo pródigo, se enfrentan dos mentalidades o formas de entender la vida religiosa: una tiene como eje la misericordia que se manifiesta en el perdón del pecador; otra hace de la justicia la clave y sólo entiende de premio o castigo. Jesús opta por lo primero; sus enemigos, por lo segundo. En el corazón de cada uno, en la Iglesia y en la misma sociedad, hay muchas heridas abiertas. Si hacemos de todo un problema de justicia, nos metemos en un callejón sin salida porque es imposible ser rectamente justo. La aplicación de la justicia -debido a la limitación humana- se convierte en punto de partida de nuevas injusticias.

Si queremos hacer un mundo nuevo, hay que proclamar un año jubilar: un año en el que la justicia ceda el sitio a la misericordia, al perdón y a la reconciliación. El año dos mil fue una buena oportunidad para que los hombres empezáramos el milenio bajo el signo de la paz, no la que procede de la justicia -porque es tarde para ello-, sino la que brota del perdón. Ciertamente, no resulta fácil en el mundo porque hay demasiados resentimientos, enfrentamientos y odios, pero, al menos, debería ir sonando esta canción. Clasificar -los míos y los otros, derechas e izquierdas, orientales y occidentales, etc- conduce, tarde o temprano a la exclusión y, finalmente, al enfrentamiento. ¿Tan difícil es ser uno mismo sin necesitar, para ello, acabar con el que es diferente? ¿Tan difícil es vivir sin mordernos unos a otros?


Francisco Echevarría

Maite at: 30 marzo, 2022 18:34 dijo...

Curiosa la historia de este pequeño fragmento que, como nos cuenta Juan en la hojilla, no encontraba cobijo en los evangelios. Un episodio, el de la adúltera, que nos resulta tan querido y enternecedor hoy; aunque me atrevería a decir que, a lo mejor, de un modo un tanto superficial.

Y es que, en cierto modo, esta historia recuerda mucho a la parábola del domingo pasado: la del hijo pródigo, con variantes, claro. Es evidente que la mujer llevaba mucho tiempo fuera de la casa del Padre, aunque, a diferencia del hijo pequeño de la parábola, no fue ella quien decidió volver: la arrastraron de vuelta de mala manera. Y lo hicieron los hermanos mayores, los observantes de la ley, los buenos amigos de Dios, los que nunca habían abandonado la casa paterna; o eso creían ellos…

Jesús, el que tenía el corazón del Padre, no estaba precisamente esperándola. Le fueron a buscar, con ella a rastras, en modo aquí-te-pillo-aquí-te-mato. ¿O sí? Porque lo cierto es que su corazón demostró estar programado en modo alerta-encendida-en-cuanto-asomes-yo-te-acojo.

Los que llevaron a la mujer a su presencia, que tanto sabían de la ley y de cómo guardarla, y de las consecuencias de no hacerlo, no buscaban en absoluto la redención de ella, ni su perdón, ni la misericordia del Maestro. Ellos buscaban matar dos pájaros de un tiro: poner en aprietos a Jesús (hagas lo que hagas te vamos a pillar) y, de paso, ajusticiar a una pecadora que bien merecido lo tiene.

Lo que menos esperaban, seguramente, es que Jesús dejara libre a la mujer; pero libre del todo: de acusadores, de condena, de pecado, de culpa. Y lo que no supieron es la fiesta que ella conoció en su interior: porque a lo mejor, como Pablo, desde aquel momento, se sintió alcanzada por Cristo. Y olvidando lo que quedaba atrás fue capaz de correr, como nunca lo había hecho hasta entonces, rauda hacia la meta. Considerando todo pérdida y basura con tal de ganar a Cristo y ser hallada en él no con la justicia de la ley, sino con la de él.
¿Quién como ella podía cantar, al igual que el salmista, que el Señor había estado grande con ella y estaba alegre? Porque después de haber sembrado entre lágrimas podía cosechar entre cantares. Solo ella podía, mejor que nadie, apropiarse las palabras de Isaías y no recordar lo de antaño, ni pensar en lo antiguo, dejando brotar algo nuevo en su interior.

Los hermanos mayores se marcharon abochornados, que no arrepentidos. Y muy poco contentos con la no condena expresa de Jesús. La compasión no tiene buena prensa entre ellos.

¿Y nosotros? Ahora nos enternece este pasaje, como decía al principio. Y lo leemos con fruición, imaginando la escena. ¿Pero, de verdad nos alegra el perdón incondicional al que yerra, a ese conocido de sobra por sus errores? ¿No nos gusta demasiado ser “justos” y dar a cada cual su merecido? ¿Somos generosos a la hora de dar segundas, terceras o las oportunidades que sea a los demás, para que tengan una vida nueva después de sus caídas? ¿Los dejamos “irse”, sin más, sin explicaciones, sin mea culpa, sin penitencia, sin reparación?

Me pregunto si los alejados de la Iglesia, de la fe, la ven y nos ven así; actuando como Jesús con la mujer adúltera. ¿O nos identifican más con los acusadores?

juan antonio at: 31 marzo, 2022 20:18 dijo...

Terminamos la Cuaresma y las lecturas que nos ofrece hoy la liturgia tienen como denominador común una mirada al futuro, dejan atrás los viejo, lo antiguo:
-- Isaías, no recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; el salmo canta la vuelta del exilio;
-- para Pablo todo es pérdida comparado con la excelencia del conocimiento del Cristo
-- y el Evangelio de Juan o de Lucas, que más nos da, nos presenta el borrón y cuenta nueva para una persona que había perdido su dignidad de tal.

Terminamos la Cuaresma, pero siempre es tiempo de mirar adelante, de rectificar dejando lo erróneo y empezar de nuevo de limpiar nuestras miradas y ayudar a nuestros semejantes, sea quien sea, raza, cultura, religión, todos somos hijos de un mismo Padre.

Y el pasaje evangélico nos da dos ejes para ello:
El primero y como portada es la oración, nuestra relación con Dios, nuestro diálogo diario con el Señor.
Y así el Evangelio empieza diciéndonos que Jesús se retiró al monte de los Olivos…., no para otra cosa sino para orar y tenemos que mirar todas esas veces que los Evangelios no habla de la oración de Jesús, sabemos poco de los diálogos pero sí de la frecuencia y sobre todo en momentos claves.
Nuestra oración debe ser el eje de nuestra vida, la entrega de nuestro día, de nuestros afanes, de nuestros llantos y de nuestras alegrías, nuestra entrega total, ponernos en sus manos, y como dice la hoja, es la fuerza para mantenernos fiel ante tantos cantos de sirenas, es la fuerza de nuestra debilidad.
Fuerza que podemos contemplar en la primera lectura del día de hoy, jueves de la cuarta semana, donde se nos nos narra el dialogo de Dios con Moisés, cuando el pueblo se entrega a la idolatría, donde Moisés “”pide a Dios que se arrepienta de su ira””, y se arrepintió,
Cuidemos nuestra oración, nuestro encuentro diario con el Señor que nos dará lo que nos conviene y siempre, siempre como nos dice Lucas 11,13, “”si vosotros siendo malos dais cosas buenas a vuestros hijos ¿cuanto más el Padre que está en los cielos dará el espíritu Santo a quienes se lo pidan?””

El otro eje nos viene dado con la acción de los fariseos tendiendo la trampa a Jesús sobre una pobre pecadora, sin que se nombre para nada al pecador.

Podemos decir que en la escena que nos presenta el evangelio, la denunciada queda de pie, Jesús escribe en el suelo, levanta la voz e invita a cumplir la ley con la condición de que los acusadores y jueces estuvieran limpios de pecados.
La mujer queda sola y viene la grandeza de Dios manifestando, diría yo, su identidad, que no es más que su misericordia, su compasión y su perdón
“”Ninguno te han condenado?, ... yo tampoco te condeno. Anda y en adelante no peques más””.
Pongámonos por un instante junto al sacerdote que ha escuchado mis,tus, miserias, que te ha dirigido la mirada y en tus ojos ha visto el arrepentimiento, el corazón dolorido y te da la absolución y te dice “vete en paz” y es la Paz del Señor la que te inunda el corazón porque tus fragilidades han quedado restauradas, tu dignidad de hijo recobrada, te ves con la túnica nueva, las sandalias y el anillo y en el Sagrario una alegría inmensa que tú solo percibes, dando gracias por todo ello.
Esta es la historia de nuestra vida, el gran regalo del perdón de Dios porque te da su Amor sin mirar qué has hecho porque tus actos, deseos, pensamientos y omisiones no ofenden a Dios sino a tí mismo y a los demás y entristece a nuestro Padre Bueno que te espera siempre.

Última semana, queda tiempo, ponte delante las lecturas, reflexiona, ve que te dicen y lo que tú dices y quedate en Paz, la Paz de nuestro Padre Dios.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, danos la fuerza de ver la mirada de tu Hijo dándonos su infinito Amor y Misericordia, ¡AMEN!