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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
CAMINAR SOBRE LAS AGUAS (Mt 14,22-33)
No cabe hacer una lectura del pasaje evangélico que hoy leemos quedándonos en lo maravilloso o extraordinario de lo que se narra: Jesús, en medio de la noche y con un viento amenazador, camina sobre las aguas e invita a Pedro a hacer lo mismo. El evangelio no es el relato de las epopeyas de un héroe, sino anuncio, buena noticia. Si no fuera así, Mateo habría ignorado el hecho.
Para comprender el alcance del mismo hay que observar los detalles que el evangelista suministra al lector: están en medio del mar, las aguas están revueltas, tienen el viento en contra y es de noche. Agua, viento y tinieblas son los elementos que definen el caos. Se trata del peligro supremo, de la gran prueba. Mateo piensa en una Iglesia que sufre la persecución cuando su Señor está ausente. En ese momento, él aparece caminando sobre el caos, sobre las aguas. El mar no le puede engullir porque él pertenece a otro mundo, a otra realidad. Cuando le ven, aumenta su temor porque a la situación se añade una amenaza sobrenatural -creen que es un fantasma-. Las palabras de Jesús son palabras de consuelo y estímulo: “¡Ánimo! ¡No temáis: soy yo!”. Cuando llega la prueba, la Iglesia -los creyentes- ha de saber oír y ver a su señor en medio del caos que le envuelve o estará perdida.
En la segunda parte del relato, Pedro interviene con la osadía que le caracterizaba, sólo que esta vez muestra la confianza de la Iglesia en la palabra de su Señor. Apoyado en ella, caminó como Jesús sobre la tormenta, pero el miedo le hizo dudar y empezó a hundirse. Jesús lo agarró con fuerza poniendo así remedio a su cobardía. El evangelista está exponiendo las etapas de un proceso espiritual: cuando, en medio de la tentación y la prueba, se descubre a Jesús, el corazón siente la necesidad profunda de acercarse a él y, con él, compartir el triunfo sobre el caos y la muerte. Eso es posible, pero el riesgo sigue presente y el miedo es mal consejero. En esos momentos no se puede dudar. La verdadera prueba de la fe no ocurre cuando estamos sumidos en el peligro, sino cuando estamos saliendo de él, pues es en ese momento cuando uno duda de que sea verdad lo que está ocurriendo. Voces -interiores y exteriores- se alzan contra la convicción de aquellos que tienen la osadía de caminar sobre las aguas fiándose de la palabra de Jesús.
El final del relato es una confesión de fe de todo el grupo, no sólo de Pedro. Lo que han visto y lo que han vivido les ha confirmado en la opción hecha. Aquel a quien siguen no es una ilusión, una creación de sus deseos insatisfechos ni el símbolo de sus ilusiones, sino el Hijo de Dios, capaz de caminar sobre las aguas y hacer que sus seguidores caminen con él. Como decíamos al principio, no se trata del relato de un prodigio para despertar admiración, sino de una invitación a creer en medio de la oscuridad.
Dm 19 TO 13.8.23
Este Domingo empezamos nuestra reflexión con el principio del último párrafo del comentario de la primera lectura:
“”Este texto – y yo diría el evangelio también – nos invita a discernir sobre la presencia del Señor en nuestras vidas.””
Y ello porque en ambos se da la presencia del Señor, mejor aún la cercanía gozosa del Señor.
Ambos relatos tienen un fondo de temor, de miedo, en uno el profeta huye de la malvada reina y en el otro en una tempestad los discípulos temerosos se encuentran con el Señor, en uno y otro el encuentro es en la dificultad y en uno y otro la presencia en las vidas de los personajes, es de consuelo y alivio de las angustias y miedos que los embarga.
En Elías es el susurro el que denota la presencia del Señor, en el lago es el mismo Jesús quien se hace presente en medio de la tormenta.
El texto de una y otra lectura nos interpela como vivimos la presencia del Señor, del Resucitado en nuestras vidas pues a pesar de todas las vicisitudes saben, sabemos que el Señor pasará, vendrá, lo que no saben, sabemos, es el cómo:
A Elías el Señor le dice que pasara, que se ponga a la entrada de la cueva y Elías en un claro discernimiento sabe cuando pasa el Señor, en el susurro de la brisa, en la bondad del tiempo, en la ternura de Dios.
Los discípulos saben que el Señor vendrá pues “”apremió a sus discípulos a que subieran y se adelantaran a la otra orilla””, es decir tenía que venir, cómo, igualmente no lo sabían, pues podía rodear el lago – los judíos lo rodearon Mc. 6,33 – pero vino por el agua y tuvo que ser Él quien se identificara ante los miedos y los gritos “”¡animo!, soy yo, no tengáis miedo””.
Uno y otro relato nos enseña, como nos dice la hoja, que tenemos que discernir la presencia de Dios, que tenemos que ver la cercanía de Dios en nuestras vidas, en todas las vicisitudes, no solo en las alegrías, sino aún en las penas y debilidades de nuestra frágil naturaleza.
El Señor no nos abandona nunca, como nos dice Isaías – 45,15 - “¿Puede un mujer olvidar a su hijo y no apiadarse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, Yo nunca te olvidaré”.
Es en la realidad de vivirlo cada día, cada momento, cada instante donde tenemos que ver al Señor que pasa y llama a la puerta, “soy yo, no temáis”, abre tu corazón y entraré (Ap. 3,20).
Ahí lo dejo
El inciso final de Pedro es nuestra eterna canción, a pesar de que Jesús se había identificado, no se fiaba, quería y queremos una prueba, “”si eres tú, …..””
Libranos Señor de toda desconfianza, que nos sintamos en tus manos como tú un día te sentiste en la manos de tu Padre (Sl. 30), que nos dejemos de promesas vanas, de truque, pues eso es engañarnos piadosamente.
¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?
Cuántas veces hemos oído este reproche de Jesús en nuestro corazón?, cuantas veces hemos confiado más en nuestras fuerzas que en la confianza, en la fe en Jesús, a pesar de que nos dijo que sin Él no podíamos hacer nada.
Somos lo que somos, barro, frágil y con poca fe: ¡Señor aumentanos la fe!, hazte prójimo nuestro ya que a veces nos apartamoso de Tí y cura nuestras heridas.
Por qué llegó tarde Jesús? Estaba presentándole al Padre en intima oración la realidad que había vivido, oración que tenía prioridad sobre la reunión con los discípulos.
Y la oración, qué prioridad tiene en mi vida de cristiano?
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos a decir ¡AMEN!
El evangelio de este domingo nos invita a confiar en Jesús en medio de las circunstancias más adversas. A mirarle a él, que viene siempre a nuestro encuentro incluso de forma inesperada. De hecho, el relato nos enseña que el viento y la oscuridad pueden ofuscar su imagen hasta hacernos creer que es un fantasma; o que es imposible que venga en nuestra ayuda y a nuestro encuentro.
Jesús no busca tanto que seamos capaces de andar sobre las aguas como de confiar en él. Ese es el verdadero significado de la fe. Es tan grande y fuerte como nuestra confianza; tan firme y tan fiel.
El miedo es un compañero de camino tenaz y pegajoso que pierde facultades ante la confianza. Se alía con las aguas revueltas, el viento fuerte y la oscuridad; con la soledad y la incertidumbre. Pero se retira como un soldado cobarde sin dar batalla cuando aparece la confianza.
Los que seguimos a Jesús atravesamos las mismas aguas revueltas que los demás, las mismas tinieblas y tempestades. La diferencia es que no estamos solos en la travesía, en nuestra barca. Si queremos, podemos hacer sitio en ella a Jesús, que remará a nuestro lado. Él puede traer la calma a nuestros corazones para seguir buscando caminos de luz y de paz.
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