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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
ENTRE LA FIDELIDAD Y EL COMPROMISO (Jn 15,1-8)
La metáfora de la vid y los sarmientos sirve a Jesús, en su último discurso, para reflexionar sobre un aspecto fundamental en la historia del cristianismo: el del difícil equilibrio entre la fidelidad al pasado y la respuesta comprometida en el presente. A sus seguidores había dicho, en el sermón del monte, que habían de ser sal de la tierra y luz del mundo, indicando así que su tarea necesariamente tendría que ver, en cada momento histórico, con la realidad del mundo en el que vivieran. Se trata de vivir en el mundo sin ajustarse a él porque, en ese caso, ni se es sal ni se es luz. Por otra parte, esta importante misión sólo puede ser llevada a cabo desde una profunda fidelidad al origen, de ahí la metáfora de la vid -¡Sin mí no podéis hacer nada!-.
Este delicado equilibrio se rompe cuando los creyentes, en un deseo profundo de fidelidad, se inclinan tanto al pasado que vuelven las espaldas al presente; o cuando, en un deseo ardiente de compromiso con el presente, olvidan el pasado. En el primer caso, se potencia la seguridad doctrinal y moral, la actividad interna de la institución, el alejamiento del mundo, el desentendimiento de las realidades temporales... En el segundo caso, aparece la obsesión revisionista, el relativismo, las actividades de presencia en el mundo, a la inmersión en la realidad, la sobrevaloración de lo temporal...
Un planteamiento semejante ignora algo profundamente marcado en la naturaleza humana: su carácter polar. Acostumbrados a funcionar con una visión dualista, vemos la realidad en clave de opuestos: blanco-negro, derechas-izquierdas, nosotros-vosotros... sin darnos cuenta de que, en realidad, sólo se trata de dos polos que se necesitan mutuamente. Es la situación concreta la que nos sitúa unas veces más cerca de un polo y, otras, más cerca del otro. Esto, que vale para el individuo y la vida, vale también para el cristianismo: hay momentos en los que es necesario intensificar la fidelidad para que la luz no se apague y la sal no se vuelva insípida; y hay momentos en los que hay que intensificar el compromiso para que la luz siga iluminando y la sal, sazonando.
En el mundo actual es frecuente que determinadas instancias políticas o culturales pidan a la Iglesia algo que no puede hacer: unos quieren reducirla al ámbito de la conciencia y de la sacristía negando de este modo la misión en el mundo que el fundador le asignó; otros la quieren asumiendo los planteamientos morales, sociales y culturales de cada época, olvidando la necesidad de ser fiel a su identidad. A la Iglesia hay que pedirle simplemente que sea lo que es -lo cual no es poco en este tiempo de sequía de identidad que padecemos en tantos ámbitos de la vida-, es decir, que sea fiel a su fundador y a los valores que él vivió y predicó y que, en consonancia con los mismos, luche por construir un mundo más humano y fraterno, lo que Jesús llamó el Reino de Dios. Cualquier otra cosa es intentar descarriarla o, al menos, meterla en vía muerta.
Francisco Echevarría
VIDA FECUNDA
La Pascua es la fiesta de la Vida, con mayúsculas. Pero, una vida no es tal, del todo, si no es fecunda. Por eso, Jesús habla de la vid y los sarmientos, porque son una preciosa metáfora de vida y fecundidad. Sin embargo, la unión entre ambos ha de ser indestructible y absoluta, o no habrá fruto.
Una vida fecunda es una vida de amor, entregado y recibido, perseguido y anhelado, ofrecido a fondo perdido, como la de Jesús. Una vida transcurrida en el olvido de sí y en salida permanente al encuentro con los demás, en modo consuelo, apoyo, acogida, escucha, compañía en las duras y las maduras. Mantener esa tensión sostenida en el tiempo, a pesar de las inclemencias del tiempo, como las que soporta la vid, purifica y sanea la intención, y dispone para la poda, que se acepta como necesaria y conveniente para dar más y mejor fruto.
Una vida fecunda es la que dibujaba en sus sueños aquel gran hombre que fue Pedro Casaldáliga, cuando esperaba el final de ella y encontraba que su corazón estaba lleno de nombres. Son los frutos del amor.
Una vida estéril, en cambio, se asemeja mucho a un sarmiento seco y muerto arrancado de la vid. De tanto girar alrededor de sí misma y mirarse el ombligo, y hacer de él el centro del universo, no ha podido amar ni ser amada. Se ha perdido en la contemplación de sí, en perseguir sueños de protagonismo y ambición, de prepotencia. Y en los pliegues de su alma no anida ni un nombre pequeñito, ni un rostro, ni un dolor ajeno. Esa vida murió mucho antes de llegar al cementerio.
Franz Jalics, jesuita húngaro, tiene un libro maravilloso, “Ejercicios de contemplación”, donde comenta este pasaje de la vid y los sarmientos. Y habla del afán que puede perseguir a los sarmientos por desarrollarse y dar fruto. Afán, que puede llevarlos al estrés y al agobio permanente, a olvidar que el fruto nunca nacerá de ellos sino de la vid. Su obsesión por dar fruto ha de ceder el paso a la atención a su unión y comunicación con la vid, para que la savia fluya constante desde el origen de la vida y llene de ella cada milímetro de sarmiento.
Teilhard de Chardin, otro insigne jesuita, tiene una hermosa oración: “Himno al Universo”. Un fragmento dice así: “Te amo, Jesús, por la multitud que se refugia en ti, y a la que se oye bullir, orar, llorar, junto con todos los demás seres cuando uno se aprieta contra ti”. Es lo que percibe y vive el sarmiento que permanece unido a la vid. Desde ahí, su vida será fecunda.
5º Dm Pascua 28.4.2024
La liturgia nos propone, como nos dice la hoja, la alegoría de la vid, quien es el la vid, el viñador, la poda……
Pero quisiera empezar con una frase del contexto en el tercer párrafo de la segunda columna,
“”Dios quiere la vida””
Y este es el mensaje de esta semana, vivir como quiere Jesús, mantenernos en unión y en intimidad con Él, vivir su Palabra y su vida, sus gestos y sus hechos y de esta forma dar fruto, tener vida y dar vida.
La sociedad en que vivimos está llena de contradicciones, pues vivimos los tiempos litúrgicos, recorremos la vida de Jesús desde su nacimiento a la Cruz y Resurrección y puede que muchas veces nos quedemos en lo aparente, en lo de fuera, en lo externo y nuestro corazón esté lejos, que seamos como aquellos a los que el Señor les decía recordando al profeta Isaías ...”este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos…”.
Hacemos signos externos de nuestra fe, pero dejamos lo mejor y no que aquello no sea bueno, pero hay que estar, “permanecer en él para que él permanezca en nosotros”, estar con el corazón abierto, tener esa amistad con él, tener ese trato asiduo y perseverante, no por Él sino por nosotros, pues cuando nos decía que perseveráramos en la oración, esta perseverancia era por nuestro bien, para que fuéramos dignos hijos de Dios Padre por el trato asiduo, como corresponde no solo al discípulo sino al hijo.
Si perdemos esta unión con él, si nos dejamos estar, si nos alejamos, “solo no podemos hacer nada”: cuanto planeemos, cuanto digamos, cuanto hagamos, si no viene de él, si no ha salido del Sagrario y del Sagrario de nuestros hermanos y sobre todo de nuestros hermanos más necesitado, que no solo es el que no tiene lo necesario sino todo aquel que necesita en su vida una mano, una compañía, un….
En la primera lectura encontramos a Pablo, necesitado de lo necesario, parece que no, qué necesitaba? Entrar en la comunidad y Bernabé, le tiende la mano, Bernabé lo presenta a los Apóstoles y empieza su misión , porque el que está lleno, tiene que dar de lo que tiene y nosotros qué damos, qué tenemos para dar, nos hemos llenado de Dios o nuestro corazón está tan cargado que Dios no puede entrar en él: hagamos nuestro discernimiento…..
Juan en su carta nos dice que todo eso que no es más que amor, no lo tengamos de palabra, sino de verdad y con obras, viene a corroborar cuanto llevamos dicho.
La promesa que Jesús nos hace es para llenarnos de alegría: si estamos con él, todo lo que pidamos, “se realizará” y se realizará como nos dice la hoja en el penúltimo párrafo, “porque hay una colaboración total de Jesús con los suyos”, es decir con la comunidad.
Sería muy bueno que los maestros, nos dieran unas notas sobre vivir en comunidad, pues no vivimos solos, no rezamos solos, no amamos solos, no estamos solos….
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ayúdanos de decir AMEN ¡ALELUYA!
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