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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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4 comentarios:
UN DIOS DE CARNE Y HUESO (Jn 6,41-52)
Seguimos pendientes del diálogo sobre el pan de vida. Jesús había dicho que sólo el pan que baja del cielo da vida eterna, aludiendo al Espíritu que se comunica continuamente al hombre, cuando ÉSTE abre su vida y su corazón a la fe. Los judíos, por su parte, plantean el problema del origen de Jesús: "¿Cómo puede decir que viene del cielo si sabemos quiénes son sus padres?". Es la pregunta de la incredulidad: ¿Cómo puede un hombre tener un origen divino? Habían entendido perfectamente lo dicho por Jesús: que Dios se estaba mostrando a modo humano, revestido de humanidad. Fue el misterio de la encarnación lo que escandalizó a aquellos hombres. No podían aceptar que se hubieran roto las barreras entre lo divino y lo humano. Los judíos querían cada cosa en su sitio: Dios en el cielo y el hombre en la tierra. Nada de mescolanzas ni familiarida¬des. Jesús de Nazaret rompió ese esquema porque se empieza poniendo a Dios en su sitio y se termina poniendo a cada persona en el lugar que creemos que debe ocupar. Así es como surgen la discriminación, la marginación y la idolatría de las diferencias.
San Pablo escribe a los gálatas que, en la plenitud de los tiempos, Dios envió a su hijo, nacido de mujer. El hijo de una mujer es el hijo de Dios. Jesucristo es para los cristianos aquel en quien se realiza plenamente la reconciliación entre Dios y los hombres, de tal manera que -en adelante- sólo será posible llegar a Dios a través del hombre y al hombre a través de Dios. Dentro de esta lógica tiene sentido que luego diga: "Lo que hagáis a uno de mis hermanos menores me lo hacéis a mí".
No resulta fácil, ni siquiera a los seguidores de Jesús de Nazaret, aceptar que el encuentro con Dios sólo sea posible en el encuentro con el otro. Eso explica el agnosticismo -la versión laica de la postura farisea-, que no es sino la separación absoluta de los dos mundos; el ateísmo, que niega el mundo sobrenatural; y el espiritualismo, que menosprecia el mundo material. La historia enseña, sin embargo, que cuando se niega a Dios, se termina negando al hombre; y cuando se niega al hombre, se termina negando a Dios. Jesús de Nazaret representa la unidad de ambos mundos: todo él es hombre y todo él es Dios. Sólo quien come su carne -sólo quien acepta el misterio que él representa- alcanza la vida definitiva.
La fe en la encarnación tiene profundas implicaciones existenciales ya que cambia completamente el modo de vivir y de sentir la vida. Porque es cierto que la vida cambia cuando uno deja de fijarse en lo que el otro hace para centrarse en lo que el otro es: en su humanidad -que es tanto como decir en sus limitaciones y miserias- es Dios que nos sale al encuentro. Quien ve al Hijo de Dios en Jesús de Nazaret -quien ve al hijo de Dios en sus semejantes- ha conocido la vida verdadera y no podrá seguir siendo el mismo porque, cada vez que dé a alguien la mano, sabrá que está tocando el misterio.
Francisco Echevarría
EL PAN ES MI CARNE
El gran Elías gustará y verá, ciertamente, qué bueno es Dios. En sus horas más bajas le hará falta el pan que Dios le proporciona y que le permite caminar cuarenta días y cuarenta noches, en su particular éxodo hacia el Horeb. Un pan que tendrá que vencer no pocas resistencias, por parte de Elías, antes de alimentarle y darle fuerza para el camino. Las reticencias de Elías vienen de su falta de disposición para entregar la vida. La reina Jezabel lo ha amedrentado y angustiado más que todos los profetas de Baal. Antes de comer el pan del cielo, el profeta ha mordido el polvo.
El pan de Jesús es su propia carne, por eso da vida eterna y no solo fuerza para cuarenta días y cuarenta noches. Jesús alimenta y da fuerza con su propia entrega, haciéndose pan partido para todos. Pan que unos aceptarán y otros rechazarán. Jesús invita, no obliga a nadie.
Pablo, consciente de la entrega del Maestro, detallará los gestos de entrega del cristiano, los que hacen de él pan partido; los que hacen posible ser imitadores de Dios y vivir en el amor, como hijos, con los ojos puestos en la entrega de Cristo.
Hacerse pan partido es la mejor manera de no entristecer al Espíritu de Dios, cuya impronta llevan los cristianos. Y desterrar la amargura de la vida diaria, la ira, los insultos y las malas palabras, dictadas por el odio, el rencor o la envidia, son gestos de entrega, de olvido de sí y formas de partirse para los demás dejándonos romper para ellos. Los gestos de bondad cotidiana, de comprensión en todo y de perdón para con todos nos hacen también pan partido.
Es el camino a recorrer para hacer posible que todos, al vernos, gusten y vean qué bueno es el Señor.
LA IDOLATRÍA CONFUNDE. JESÚS ILUMINA
Las personas tenemos un punto débil, criticar lo que otras dicen o proponen. Ocurre cuando otras nos muestran una verdad y, al no comprenderla, la rechazamos sin justificar con argumentos sólidos nuestra postura.
Cuando Jesús les dijo que era “el pan bajado del cielo” lo criticaron porque se sorprendieron con su afirmación pues ellos conocían a sus padres y que lo habían visto crecer pero le rechazaron que dijera que “bajó del cielo”.
Cuando criticaron sus palabras Él no se inmutó y continuó con su labor recordándoles que quienes comieron el maná en el desierto murieron porque no supieron valorar que la libertad que recuperaron fue un regalo de Dios por el amor que les tenía como Padre. Después les confirmó que quienes comieran el “pan de vida” -creyeran en sus palabras y practicaran sus enseñanzas- no morirían porque el Padre los salvaría con su muerte y posterior resurrección.
No lo comprendieron porque habían sido educados de manera equivocada bajo la influencia de las interpretaciones fariseas: Sólo serían salvados quienes cumplieran la Ley. Así les presentaban a Dios en un plano tan comercial que cada persona cobraría según cumpliera, es decir, no lo enseñaban como el Padre que ama y perdona sino como el que premia y castiga en función de nuestra respuesta. Con Jesús cambió el enfoque pues les presentó la salvación como un regalo de Dios que es Padre, que ama a todos sus hijos y les ayuda.
El judaísmo les distorsionó el mensaje, el pueblo no comprendió a Jesús y por eso lo rechazaron.
Elías, como Jesús, también caminó por el desierto de la incomprensión cuando defendió al verdadero Dios ante la idolatría a Baal de un elevado número de falsos profetas que eran apoyados por la esposa del rey. Fue valiente cuando, en el templo, les propuso demostrarles que Baal y sus profetas no tenían ningún poder extraordinario, le aceptaron el reto y su afirmación quedó probada en presencia del pueblo, les aconsejó que sólo adoraran al verdadero Dios, el de sus padres, y que abandonaran la idolatría.
Lo amenazaron y huyó decepcionado por haber luchado contra lo imposible, se desesperó, fue tentado y falló a Dios al pedirle la muerte. El Señor, como Padre, lo perdonó, lo alimentó y le mostró el camino para que continuara profetizando.
Pablo nos aconseja que busquemos la paz en la familia y la sociedad, perdonando las ofensas recibidas y ayudando a quienes tengan necesidades con actitud desinteresada porque si nos comportamos así el Espíritu Santo se sentirá feliz y nos ayudará.
19 Dm TO. 11.8.24 JESÚS
Empezamos nuestra reflexión con unas palabras de la Hoja en el comentario de los versículos 43-44 “ prefieren un Dios dueño, legislador… y porqué, por que es más fácil la sumisión que el amor, aquella es pasiva, no hay que preocuparse de nada solo estar y cumplir, el amor es compromiso, actividad, sea espiritual, social,…..
Y esto lo vemos en el evangelio de esta semana, donde sigue el dialogo de los judíos con Jesús a quien dice conocer, y cómo dice que ha bajado del cielo?, siempre cuestionando todo, “no murmuréis” , les dice Jesús, es mi Padre quien os atrae a mi y vosotros que os vanagloriáis de estudiar las cosas de Dios, porqué no acudís a mi?
Y tú y yo…...que hacemos...
Os lo aseguro que quién cree en mi tiene vida eterna, yo soy el pan de la vida
No andeis con que vuestros padres comieron el maná, lo comieron y murieron
Yo soy el pan vivo, es Jesús el que en la Eucaristía se hace pan para que quien lo coma, viva para siempre.
Es Jesús hecho amor el que se hace pan, es Jesús el que se hace Palabra, es Jesús el que se hace Vida para el mundo…, para ti y para mi que compartimos la misma mesa y el mismo pan.
Qué pasó y que pasa, que comieron el maná, sin darle más importancia que la satisfacción, comemos el pan sin más importancia que el rito y olvidamos que en la Eucaristía Jesús tuvo unos gestos, así lo entendieron los primeros cristianos, y era el partir y el compartir, era como dice el contexto “el estar compartiendo la misma comida” y todo ello o es solo rito o es gestos que llevamos a la vida diaria, es vida que hacemos Vida con los demás, teniendo presente las alegrías y las penas, los sufrimientos y los gozos de sentirnos en cada Eucaristía, en cada Cena del Señor miembros vivos del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia y por ello tenemos que dejar atrás muchas cosas, esas cosas de la que nos habla S. Pablo, acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase maldad, siendo más bien buenos, entrañables, perdonándonos mutuamente, siendo imitadores de Dios y vivir el amor como Cristo nos amó, hasta el extremo, extremo que fue la Cruz, la Cruz que vino de la entrega, de la disposición total a la misión del Padre.
Por todo ello, para nosotros Jesús es el centro de nuestra vida y de la Vida y cada día tenemos que pedir en la invocación del Espíritu “que esta fuerza de Dios habite en cada uno de nosotros y nos dé vida para que, como seguidores de Jesús, podamos vivir su evangelio en nuestro día a día”, a la luz de la Palabra que se nos pone a la consideración en nuestra oración
Rito o gesto de partir y compartir hasta que, como dice un autor, “transformemos nuestra nuestras relaciones humanas” siendo más humanas, simplemente, mas del sueño de Dios, fraternidad y comunión entre todos los hombres.
Recemos el salmo y sobre todo el último versículo “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él”
Sumisión o amor, ahí queda.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a decir ¡AMEN!
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