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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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TODO LO HIZO BIEN (Mc 7,31-37)
Todos los milagros de Jesús son signos y, por tanto, sólo pueden entenderse y ser valorados rectamente desde el significado. Importa no lo que hace, sino lo que comunica con su hacer. En el caso del sordomudo se nos dice que el milagro tiene lugar en la Decápolis, es decir, fuera del territorio de Israel. Jesús cura en tierra de paganos porque la salvación no entiende de razas ni pueblos: todos los hombres están llamados a gozar de sus beneficios. Un sordomudo es un hombre cerrado, ensimismado, atrapado en su mundo interior. Ni escucha ni dice palabras que es tanto como decir, está cerrado a la comunicación con sus semejantes. Jesús -siguiendo el ritual de los milagros conocido en la antigüedad- le manda abrirse y el milagro se produjo.
Vivimos en un mundo de contradicciones, pues ocurre que los medios de comunicación se han desarrollado hasta embotar la mente por el exceso de información y, sin embargo, la incomunicación, el ensimismamiento, es más grave que nunca. Y es que hemos olvidado que la comunicación verdadera, la que hace feliz al hombre en el encuentro con sus semejantes, no es cosa de mucha información sino de vivencias. Podemos pasarnos la vida hablando de lo que ocurre a nuestro alrededor, sin llegar nunca a hablar de nosotros mismos. Y, si esto es normal entre extraños, no debería serlo entre conocidos, sobre todo entre familiares. Porque es experiencia dolorosa y muy triste comprobar -después de muchos años- que se ha estado conviviendo con un extraño.
El milagro de Jesús consiste en salvar al hombre de su aislamiento y acercarle a sus semejantes. Es una invitación a la apertura del corazón -que en eso está el prodigio- para percibir el corazón del otro y mostrarle el propio. Son muchas las maneras de expresarnos, pero la voz, que sale de la garganta como el aliento -como la vida- es sin duda el más humano; por eso Jesús toca con su saliva la lengua del enfermo. Es como poner su voz en la boca de aquel hombre, como desatar la palabra con su palabra.
La gente reacciona comentando que todo lo ha hecho bien porque ha conseguido que los sordos oigan y los mudos hablen -porque ha hecho que los hombres se acerquen los unos a los otros-. La mejor buena obra es lograr el entendimiento, la proximidad, el avecinamiento entre los hombres. San Pablo decía que el oficio de Jesús -y el de los cristianos- es la reconciliación, es decir, unir a los separados: a los hombres con Dios y a los hombres entre sí. Hermosa tarea de cualquier ser humano -pero sobre de los discípulos de Jesús- la de crear un mundo de bocas y oídos -que es tanto como decir, de corazones- abiertos. En un mundo de hombres así la tolerancia, el respeto y el amor pasearían por las calles sin miedos ni sobresaltos. Sin ello, sólo se ven miradas de reojo y desconfianzas.
FRANCISCO ECHEVARRÍA
DOMINGO 23 T. O.B. 08.09.24 * ÁBRETE
El evangelio de Marcos nos narra la curación de un sordo tartamudo, al que llevan a Jesús, que realiza la sanación del mismo de forma desacostumbrada, contraria a la imposición de las manos que pedía sus acompañantes.
Jesús le cura, le devuelve la vida a la que estaba cerrado por sus limitaciones y “les” manda que no lo digan a nadie, cuyos ruegos no fueron atendidos.
Ante este relato tenemos que preguntarnos qué mensaje nos da el evangelio, pues como dice el contexto los evangelios no son historia sino que transmiten un mensaje y el mensaje no es otro que tenemos que abrirnos a la vida, tenemos que abrirnos a lo que Dios quiere que no es otra cosa que la dignidad de la persona, la felicidad y si ello está en la sanación, la curación de las debilidades de las personas pues ahí está la acción de Jesús y ahí está la acción de todo cristiano, en la brecha de cuanto sea necesario a los demás.
Y para ello tenemos que estar a la escucha, tenemos que tener los oídos abiertos y el corazón dispuesto, para conocer y amar, para ver y actuar, no cerremos nuestros oídos, no cerremos nuestras puertas para que nadie pase, sino todo lo contrario, abramos las puertas y ventanas de nuestro corazón para
que todo el que nos necesite sepa que pueda contar con nosotros y encontrar el amor de Dios hecho Vida en nuestra vida.
Al fina del relato se nos dice...””Y en el colmo del asombro decían: todo lo ha hecho bien””
Somos discípulo de Jesús, sus seguidores, los que seguimos el camino que nos dejó, ¿pueden decir de mí que todo lo he hecho bien?, es un discernimiento para enmendar mi vida de cristiano y dentro de mi debilidad tengo que actuar como Jesús y si una vez no lo hiciera bien, enmendar, corregir, no asustarnos de nuestras omisiones, de las que quizás no nos arrepintamos porque ni las consideramos falta, pues sí, lo son, no hacer el bien que puedes, es hacer el mal a otros al privarlos de ser tratado como hijo de Dios en toda su dignidad.
Todo lo ha hecho bien, ahí queda eso
Recemos con el salmista y cantemos las maravillas que el Señor nos hace cada instante de nuestra vida, su Divina Providencia sobre nosotros.
Santa maría, Madre de Dios y Madre nuestra, enseñanos a decir ¡AMEN!
ABRIR Y SOLTAR
Isaías ya profetizó que la lengua del mudo gritaría de júbilo. También el salmista ve a Dios como el que no deja a nadie atrás. Es más, se fija en los más frágiles y vulnerables para situarlos en cabeza. Lo mismo recuerda Santiago.
Esta fijación divina se refleja también en Jesús, que abre los oídos a un sordo y suelta su lengua. Ante esto, el pueblo se llena de asombro y alegría, y exclama que todo lo ha hecho bien. Sí, esto está bien: abrir y soltar. Abrir unos oídos cerrados, que aíslan a la persona, y soltar una lengua atada por la falta de sonidos de referencia, que agrava el aislamiento y la indefensión de quien lo sufre.
Esta es la vocación de la Iglesia y de todo cristiano, seguidor de Jesús: abrir y soltar. Toda una declaración de intenciones para lograr una vida más plena, más humana, más llena de sentido y libre. Y qué equivocada es, entonces, la postura de la Iglesia y del cristiano cuando colaboran a que los oídos estén cerrados y las lenguas mudas a través de mecanismos de control y/o el miedo. Cuántas comunidades se ven abocadas a permanecer sordas y mudas por el excesivo autoritarismo de sus pastores. Solo sirve para alejar del evangelio, dejar que se pierdan las ovejas más débiles y que se debiliten las más gordas. Para engrosar las filas de ateos y agnósticos que encuentran más verdad y luz fuera de la Iglesia que dentro de ella.
Es necesario abrir y soltar para ser sal y luz de la tierra, para dar testimonio de un Dios vivo que ama a todos sus hijos y que a todos busca para acogerlos y hacerlos partícipes de su vida, su amor y su paz.
¿Qué caminos habría que seguir para ir por el mundo, por el barrio, en mi familia, abriendo y soltando? Habría que posibilitar y facilitar lo más posible la integración de todos con humanidad. Favoreciendo la escucha, la libertad de expresión, el discernimiento entre todos, valorando a cada persona por lo que es. Hace falta una apertura previa de mente y corazón para captar el soplo del Espíritu, por dónde se mueve, y abrir caminos, tender puentes, haciendo oídos sordos, aquí sí, a todo lo que disgrega, desune, divide, excluye o minusvalora al otro. Hay que brindar una acogida cordial al diferente, al que discrepa y abrirse al diálogo fraterno, dispuestos a aprender de todos, con todos.
Una Iglesia sinodal, la que Jesús quiere, es la que está dispuesta, en todos sus miembros, a abrir y soltar.
MARGINACIÓN E INDIVIDUALISMO… LA SORDERA DE NUESTROS DÍAS
El pueblo deportado a Egipto vivía atormentado y marginado pero Isaías les comunicó que los abandonados de los hombres debían confiar en el Padre porque siempre acude en ayuda de los que sufren para devolverles la libertad.
Pasaron los años y el pueblo seguía sufriendo porque los aposentados defendían sus intereses, se comportaban como si fueran sordos, nadie escuchaba los lamentos de quienes sufrían y sólo les ayudaba Jesús. Él curaba los problemas físicos de las personas y éstas quedaban impresionadas porque no comprendían cómo lo hacía pues lo que presenciaban se escapaba de sus entendederas humanas, lo catalogaban como milagros y reconocían que Dios intervenía, aunque no abandonaran sus cultos y oraciones. Para Jesús estas prácticas quedaban en un segundo plano pues Él vino para desarrollar su labor humanitaria antes que lo demás. Esta actividad evangelizadora no fue bien recibida por los poderes religiosos y políticos y por eso le hicieron sufrir.
Jesús curaba para ayudar pero no buscaba lisonjas, les pedía no divulgarlo pero ellos no lo escuchaban y le daban al altavoz para proclamar la grandeza de su acción.
Con esta realidad comprobamos que la sociedad vivía, y aún vive, de espaldas a Dios pues, aunque no estemos sordos, seguimos sin comprender su mensaje por habernos regalado unas relaciones cada vez más deshumanizadas e individualistas cuando actuamos dando la espalda, cerrando los ojos o poniéndonos tapones en los oídos para no escuchar los lamentos ajenos. Él nunca se comportó así con quienes se le acercaban con dolor, los escuchaba y les ayudaba.
Santiago también abordó el tema de las diferencias sociales y el trato preferente o discriminatorio que, a veces, damos a otras personas. Quienes lo hacen es porque se olvidan de que todos somos iguales y que Dios no establece diferencias entre las personas pero lo que sí hace es mostrarnos su debilidad con los pobres, esos que la sociedad crea con sus egoísmos, y a los que Él ayuda para que sean ricos en la fe y puedan heredar el Reino que prometió a las personas que le aman.
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