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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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¿QUÉ HACER? (Lc 3,10-18)
El pueblo que siguió a Juan Bautista no se limitó a escuchar, sino que se dejó impactar por sus palabras. De ahí que le pregunten: “¿Qué tenemos que hacer?”. Hoy padecemos de “incontinencia verbal” -como alguien ha dicho-. No hay más que asomarse a los medios para ver a indocumentados opinar y discutir, sin rubor, de todo lo divino y humano con el único propósito que aumentar la audiencia. Y no es que neguemos a nadie el derecho de opinar; sólo reclamamos el deber de reflexionar antes de hacerlo porque, no se trata de decir lo que uno piensa sino de pensar lo que uno dice. Todo esto viene a propósito de la pregunta que la gente le hizo a Juan: no le pidieron ideas sino líneas de acción. Buena lección para un mundo como el nuestro donde sobran opiniones sobre los problemas -palabras- y faltan manos que remedien esos problemas -hechos-.
Pero, del mismo modo que no vale cualquier palabra, tampoco vale cualquier obra. Juan Bautista apunta por dónde tienen que ir las cosas. Tres son las preguntas que formulan otros tantos colectivos: al pueblo le dice que sean solidarios, es decir, que cada uno ame al prójimo como a sí mismo; a los publicanos -a los funcionarios encargados de la hacienda pública- les dice que sean justos y no se aprovechen del cargo para enriquecerse a costa de los demás; y a los soldados -a los militares-, que no abusen del poder y de la fuerza para satisfacer su avaricia. Como puede verse, a ninguno le dice que cambie de profesión o de vida. Cada uno ha de responder desde la situación y profesión en que está. No se trata, por tanto, de hacer grandes actos de heroísmo, ni de llevar una vida ascética. Se trata simplemente de vivir el "ama a tu prójimo como a ti mismo".
Al oír su mensaje, la gente empezó a preguntarse si no sería Juan el mesías esperado. Con una gran humildad el Bautista aclara las cosas: él no era más que un heraldo. Su misión era preparar el terreno al que venía detrás. El suyo era un bautismo de agua -un cambio exterior, de costumbres-; el Mesías, por el contrario, bautizará con Espíritu Santo y fuego, es decir, purificará el corazón y transformará interiormente al hombre. Juan se conforma con que los hombres cambien sus costumbres; Jesús exigirá que cambien los hombres. Es porque las cosas bien hechas se hacen con las manos pero se cuecen en el corazón, pues, la bondad de las obras depende de la bondad de los sentimientos. En otras palabras: es bueno hacer grandes obras, pero es mejor hacer grandes hombres y mujeres. Lo cual sólo es posible trabajando el corazón porque las personas, como los árboles, crecen desde dentro.
Esto es lo único que divide a los hombres. Lo que los hace diferentes no es el color de la piel, la cultura, la lengua..., sino el corazón. Sólo hay dos formas de vivir: una humana y otra inhumana. La primera es la de aquellos que tienen un corazón de carne; cuando aparece la segunda es que los hombres tienen el corazón de piedra.
Francisco Echevarría.
ESCUCHA, CAMBIO, ARREPENTIMIENTO Y ESPERANZA
Juan “El Bautista” guiaba al pueblo viviendo y predicando de manera diferente a como lo hacían los sacerdotes y los doctores de la Ley. Ellos lo hacían como reyes, con ostentación y preocupándose mucho de la buena imagen. Él vivía austeramente y predicaba con radicalidad y sencillez mostrándoles la verdad, ellos lo valoraban y acudían a él personas de todas las clases sociales desde todos los lugares. Sus palabras les cambiaba el comportamiento pero, como desconocían la forma de lograrlo, le pidieron consejo y les dijo: Alimentar al hambriento, vestir al desnudo, no agobiar al endeudado, no emplear la violencia, abandonar la ambición, practicar el compartir y ser justos en la familia, la sociedad o la profesión.
Por hablarles así creyeron que era el Mesías pero él lo negó y afirmó que sus propuestas sólo eran la primera parte del proceso de cambio iniciado, que después comenzaría la definitiva y que en ésta no intervendría él porque sería propuesta por el que vendría detrás. Juan lo llamaba “el más fuerte”, nunca lo nombró como el Mesías pero sí les explicó las diferencias que había entre ambos: Su Bautismo era con agua, y el que recibirían después sería con Espíritu Santo y fuego. Les aconsejó cambiar y no perder la esperanza de ser acogidos porque cuando viniera actuaría como el agricultor en la era, separaría el grano de la paja y quemaría lo que no fuera útil.
Hoy, los predicadores deben ser muy radicales al señalar los abusos, las injusticias y a los responsables. Los que escuchamos deberemos abandonaremos la equivocada postura de creer que asistiendo a la eucaristía dominical y alguna cosilla más cumplimos pero la realidad es que ese no es el camino que Juan proponía: Profundizar en la verdad y cambiar.
Un tiempo después Pablo les aconsejó ser prudentes, no perder la alegría para transmitirla a los demás, confiar en el Señor porque siempre está cerca de nosotros para ayudarnos, orar mostrándonos arrepentidos y pedirle esperanzados su perdón.
PRECURSORES AL ESTILO DE JESÚS
Juan es, qué duda cabe, el mayor entre los nacidos de mujer, al decir de Jesús. Pero, también según Jesús, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.
Juan fue fiel, en su entrega radical, a su misión de precursor del Señor. Se entregó en cuerpo y alma a la tarea de allanar montes, igualar valles, rebajar lo abrupto, esmerándose en preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. Pero en sus exhortaciones se percibe una intencionalidad de poner todo en su sitio, de buscar una renovación a ultranza en la fidelidad a Dios de una vez por todas, caiga quien caiga. No hay compasión ni misericordia en sus palabras encendidas. Hay pasión y fuego, pero también dureza. Hay celo por la gloria de Dios, pero no conoce al Dios de Jesús que se encarna, que busca a la oveja perdida, que acude en rescate de los enfermos y pecadores, que se sienta a la mesa con todos ellos. Por eso, Jesús, aun admirándole, se desmarcará de él y emprenderá un camino totalmente distinto. Tanto, que el profeta de fuego llegará a preguntarse, muy en serio, si se ha equivocado al reconocer en él al Mesías.
Jesús ha experimentado a Dios de otra manera. Le ha sido revelado, y revela, otro rostro de Dios. Él se sabe Hijo amadísimo que no sabe ni puede, como el Padre, sino amar. Y hacerlo hasta las últimas consecuencias, por muy duras que sean.
También nosotros estamos llamados a ser precursores de Jesús. A limar asperezas y allanar senderos para él en todos los corazones. Pero esto solo puede hacerse desde la invitación respetuosa, desde un testimonio sólido nacido de la experiencia del amor en nuestras vidas. El tiempo de Juan Bautista ya pasó, aunque algunos se empeñen en resucitarle. No se puede atraer a Dios con palabras gruesas, condenatorias, amenazantes y negativas. Aún tenemos mucho que aprender de la dulzura del Maestro, de su suavidad, de su bondad, de su respeto mayúsculo por la libertad y las opciones de cada cual.
Un hermoso testimonio, y muy convincente de fe, es la alegría. Esa alegría desbordante que destilan las lecturas de este domingo. Una alegría contagiosa, exultante, que nace de la convicción de que Dios está en medio de nosotros. ¿Quién no quiere vivir así y desde ahí?
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