2º DOM-C

sábado, 11 de enero de 2025
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 11 enero, 2025 08:40 dijo...

EL ESPÍRITU Y LA LEY (Jn 2,1-12)

Siete son los milagros que narra Juan en su evangelio, siete signos que ilustran la obra del mesías. El primero de ellos ocurrió en una boda y consistió en convertir el agua en vino. Pobre sería nuestra comprensión del relato si todo se redujera a ver a Jesús como alguien que remedia la imprevisión de unos novios. El evangelista advierte que es un signo. Por tanto, sólo comprendiendo su significado podemos alcanzar su valor.

Se trata de una boda. El matrimonio fue uno de los símbolos preferidos por los profetas para hablar de las relaciones de Dios con su pueblo. Pablo recurre a él para hablar de las relaciones de Cristo con la Iglesia. Allí está la madre de Jesús, a la que él llama mujer, como a la samaritana y a la Magdalena tras la resurrección. Las tres representan al pueblo de Dios -a la esposa- en tres situaciones diferentes: María es el pueblo fiel que hace posible la venida del mesías y le urge a cumplir su misión sin tardanza; la samaritana es el pueblo infiel, idólatra; la Magdalena representa al nuevo pueblo, al que nace de la resurrección. Se acaba el vino -símbolo del amor en el Cantar de los Cantares-, pero sobra el agua de las purificaciones. El Mesías dice que aún no ha llegado el momento, pero el resto fiel no puede esperar más. Son seis las tinajas -no siete, que indicaría plenitud, sino seis, es decir, imperfección-. Son de piedra -cosa rara en una casa normal-, como las tablas de la Ley entregadas a Moisés. El mayordomo reconoce que, en contra de la lógica y de la costumbre, lo mejor se ha dejado para el final.

Desde estas claves podemos entender mejor el texto de Juan. No habla él de vino y fiesta, sino de algo más profundo. La antigua alianza -centrada en el cumplimiento de la Ley, incompleta, porque sólo purifica como el agua: por fuera-, gracias al Mesías, es sustituida por la nueva -que transforma al hombre interiormente y le da una vida nueva, centrada en el amor. Son dos modos de entender la religión y la vida misma: uno centrado en el cumplimiento de la ley -que hace al hombre merecedor de premios y castigos-; otro centrado en el amor que le hace hijo de Dios y hermano de los hombres. El primero pone la fuerza del ser humano en algo exterior y, a la larga -como les ocurrió a los fariseos-, endurece el corazón; el segundo recibe su energía de algo interior y hace el corazón más humano. La sociedad -y también la Iglesia- tiene que preguntarse si es una suerte vivir en el mundo como un ser humano o, por el contrario, constituye una desgracia. Jesús de Nazaret cambió el agua en vino, abrió una nueva senda a la humanidad y es triste ver que, cuando estamos estrenando el tercer milenio de su presencia, muchos sigan creyendo que el camino de la ley es mejor que el del amor. El hombre nuevo y el nuevo orden sólo verán la luz si recuperamos nuestro verdadero centro, que está en el interior de nosotros mismos. La luz que viene de fuera es probable que nos ciegue. Sólo ilumina la que irradia desde el corazón.

Francisco Echevarría

Paco Pérez at: 15 enero, 2025 17:26 dijo...

LA BODA DE CANÁ: JESÚS SE MANIFESTA.
Isaías, en un lenguaje simbólico, habla del Señor como el novio responsable que sale a luchar para defenderla, Jerusalén, vence en el combate y regresa ilusionado para ofrecerle la victoria. Desde lejos, observa las murallas iluminadas de la ciudad y percibe una evocadora imagen, la silueta brillante de la corona que pone el novio en la cabeza de la novia el día de la boda, del amor que sentía por sus gentes, ensalzando sus cualidades, y pidiéndoles que le correspondieran porque es la llave que abre las puertas de la salvación.
Jesús asistió, acompañado de su madre y unos discípulos, a una boda judía en Caná de Galilea y, durante la celebración, comenzó su manifestación pública. En estas fiestas familiares comían, bebían y bailaban durante siete días mientras el vino era el elemento estrella de ellas por ser símbolo del amor. Antes hacían unos cálculos muy precisos para que no les faltara nada pero en ésta el vino se acabó, María habló con Jesús y le pidió su ayuda. Algunos interpretan esta acción como la confirmación del papel mediador de María para presentar a Jesús nuestras necesidades y que Él le pida a Dios su concesión pero la “tradición cristiana” dice que el único mediador válido entre Dios y las personas es Jesús.
También pudo hacerlo para solucionar el problema sin buscar reconocimiento público o para enseñar a los discípulos que ayudar es bueno.
El mayordomo irresponsable nos muestra los problemas que se ocasionan cuando falta la responsabilidad en el desempeño del trabajo y nos recuerda que hoy también hay personas que, trabajando para ayudar al pueblo, no lo hacen bien porque sólo se preocupan de alcanzar sus intereses personales.
La alianza que establecen los cónyuges en la boda nos recuerda la que Dios estableció con su pueblo y que Jesús vino para culminarla.
Según Pablo, aunque estamos muchos y hay un sólo Espíritu, Dios regala a cada uno el don con el que pueda ayudar a que el bien común sea una realidad: A unos les da fe para que comprendan su mensaje, evangelicen y obtengan buenos frutos y a otros inteligencia, prudencia, responsabilidad, capacidad de trabajo… Lo hace así para que aportando todos algo bueno consigamos que en el mundo haya amor verdadero, justicia, solidaridad, igualdad y paz.

{ Maite } at: 17 enero, 2025 15:43 dijo...

CONVERTIR EL AGUA EN VINO
En nuestra Iglesia y nuestras parroquias, en nuestras comunidades de vecinos y lugares de trabajo, en nuestros pueblos y ciudades hace falta gente capaz de convertir el agua en vino. Gente enamorada y apasionada, consciente de la inutilidad de tantas tinajas llenas del agua de la ley y la norma, del “siempre se ha hecho así”, de los enemigos de la novedad del Espíritu y su fuego contagioso; gente que no se pliega al inmovilismo y al individualismo y apuesta por la creatividad a la hora de buscar nuevos caminos, lenguajes y modos de dar testimonio de la fe y el camino de Jesús, hoy, aquí y ahora.

Convertir el agua en vino es escoger la alegría como primera opción de vida, su cultivo y desarrollo, pendientes de la carencia de ella que sufren los que caminan a nuestro lado. Es afirmar la vida con todas las consecuencias, la fiesta, la dicha, el compartir buenos momentos, disfrutar con las pequeñas cosas de cada día y con los acontecimientos gozosos, propios y ajenos.

Se puede convertir el agua en vino siendo conscientes de la propia elección por parte de Dios, sabiéndose amados profundamente por él, a fondo perdido, con ternura y misericordia. Cantando con la propia vida, con la palabra y las obras las maravillas de Dios. Despertando la capacidad de escucha de todo lo que vive y pulula alrededor, de todo lo que gime y llora, y acogiéndolo sin juicios ni prejuicios, tal como es y como está.

Se puede convertir el agua en vino poniéndose al servicio de los demás con toda el alma, con todo el ser, de todo corazón, con todo lo que se tiene y se es, sin guardarse nada, sin apropiarse de nada, sin creerse nada más que una luz que irradia porque forma parte de su naturaleza. Sin buscar nada a cambio, ni pretender escalar nada, ni medrar por ello en ningún sentido.

Está en nuestras manos, si queremos, ir por la vida convirtiendo el agua en vino allá donde falte; devolviendo la alegría, la ilusión, despertando y acompañando sendas de sueños, y liberando a los que buscan la seguridad y comodidad en tinajas agrietadas de agua.