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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LOS DISCÍPULOS DE JESÚS (Lc 6,27-38)
Junto con las bienaventuranzas, posiblemente sea Lc 6,27-28 uno de los textos del Nuevo Testamento que mejor recoge el pensamiento específicamente cristiano sobre las relaciones humanas. La segunda parte del sermón, que el evangelista pone en boca de Jesús, agrupa una serie de dichos suyos difíciles de aceptar. Sus palabras parecen más una utopía que una propuesta ética. Según este pasaje evangélico, son cuatro las notas que definen a un discípulo de Cristo: el amor al enemigo, la renuncia a los propios derechos por amor, la capacidad de verse a sí mismo en el otro y la compasión, que es un sentimiento propio de Dios.
El amor al enemigo consiste en devolver bien por mal: hacer el bien al que nos odia, bendecir al que nos maldice y orar por el que nos injuria. Este ideal resulta humanamente imposible si se considera un asunto privado entre cada uno y su enemigo. Pero, si incluimos al Maestro, la cosa cambia y el sentido del texto viene a ser que todo el que mantiene con Jesús una relación profunda y comprometida ama necesariamente a su enemigo y lo trata como a un hermano. Sólo se puede amar al enemigo si se le ve como a un hermano.
El asunto de la mejilla, el manto y la reclamación sugiere que las enseñanzas que siguen se sitúan en el contexto de un tribunal. Vienen a decir: cuando tu enemigo proceda contra ti injustamente, cede tus derechos y nunca procedas contra nadie. La verdad es que -en estos tiempos de tanta violencia- resulta un mensaje demasiado difícil de aceptar. Pero así son las cosas.
La regla de oro -tratar a los demás como queremos que ellos nos traten- es una norma ética que también se aplica al enemigo. Si éste pasa necesidad, hay que echarle una mano. Su validez, por tanto, está fuera de duda, aunque haya quienes piensan que es no se puede aplicar. El Evangelio es como una receta: sólo se sabe lo buena que es cuando se cocina, pero hay quienes -con sólo leerla- creen que no da resultado.
El último rasgo del discípulo es la compasión. En este caso, Dios es el punto de referencia. Se manifiesta en cuatro comportamientos: no juzgar, no condenar, perdonar y dar con generosidad. La compasión es uno de los sentimientos más genuinamente humanos, cuando el corazón está sano. Su ausencia indica un corazón herido, una herida vieja.
Al leer este pasaje de Lucas y proyectar su luz sobre nuestro tiempo, es inevitable sentir una cierta desazón por la lectura del mismo tan acomodaticia que, con frecuencia, hemos hecho los cristianos. Alguien ha dicho que el Evangelio está por estrenar y yo añadiría: desgraciadamente. Porque ¡qué distinto sería el mundo, si las palabras del Maestro de Galilea hubieran calado -no ya en el mundo- sino en el corazón de quienes nos llamamos discípulos suyos!
LA VIOLENCIA GENERA DOLOR Y EL PERDÓN PAZ
Siempre hubo violencia y, como consecuencia, dolor y lágrimas… ¿Hemos cambiado esta realidad?
No, porque cuando el egoísmo llama a nuestra puerta y se la abrimos, pasa y nos destroza la convivencia pues no sabemos limar las asperezas que los causan.
Las huellas rancias de esta realidad las encontramos en el texto de Samuel. El rey Saúl deseaba acabar con David porque tenía éxitos y éste, para salvar su vida, tuvo que huir. Una noche entró en la tienda del rey, mientras dormía, pero no lo mató porque Dios lo había elegido y él, persona fiel y respetuosa de sus normas, nos enseñó con su gesto a perdonar y vencer al mal.
Pasaron los años, Roma ocupó Israel, el pueblo judío no aceptó los abusos y los rechazó… ¿Por qué ocurrió esta realidad?
Por la violencia que allí había debido a la confluencia negativa persistente del comportamiento deplorable de quienes tenían algún poder: Los ricos y quienes dirigían la religiosidad del pueblo vivían como reyes pero abundaban los pobres; los poderes políticos y militares, con violencia e impuestos, los maltrataban y los celotas les respondían con violencia porque los romanos los encarcelaban, crucificaban y vendían como esclavos.
Los celotas esperaban el Reino de Dios pero con una estructura terrenal que les permitiera someter a los otros pueblos. Aceptaban la monarquía, el Templo, los sacerdotes y la sinagoga como instituciones necesarias pero reconocían sus errores y les proponían cambiar. Odiaban a los romanos y a los judíos que colaboraban con ellos y esperaban que el Mesías solucionara sus problemas.
Vino Jesús y les propuso amar, perdonar y ayudar al necesitado -lo contrario- pero lo rechazaron porque el egoísmo de aquel entorno buscaba obtener éxitos materiales con sus luchas.
Para luchar por la salvación, cambiaremos lo que no funciona y en Lucas se nos propone reflexionar sobre lo que venimos haciendo y lo que debemos hacer, plantearnos cómo pensamos tratar a los necesitados y decidir qué opción debemos tomar.
UN MUNDO DE MISERICORDIA
Comentar el evangelio de este domingo en grupo suele ser tarea non grata. Muchas personas no se explican cómo se pueden encarnar, en el día a día, las palabras de Jesús; y la casuística que se maneja para intentarlo es infinita.
Sin embargo, es importante no rebajar las invitaciones de Jesús, ni edulcorarlas. Aquí está lo medular del cristianismo, del seguimiento de Jesús. Por eso, acudir, en este domingo, al resto de lecturas, puede ofrecer varios puntos de discernimiento muy valiosos.
En la bella historia del libro de Samuel vemos a David, perseguido a muerte, perdonar a su peor enemigo. Y lo hace movido por el respeto a Dios. El salmista nos muestra, con algunas de las palabras más hermosas de los salmos y preciosas imágenes, cómo es la misericordia de Dios para con nosotros. Y Pablo, distingue entre el hombre terreno y el espiritual, cada uno actuando según es y lo que le mueve. Aspirando siempre al hombre/mujer espiritual.
Es indudable que Jesús nos propone obrar siempre y en todo a semejanza del Padre, en quien hemos de mirarnos, tal como hacen los hijos que quieren serlo, con todas las consecuencias.
En caso de duda, como decía Santa Teresa, hemos de mirarle a él, a Jesús, para actuar, o por lo menos intentarlo, con él como modelo a seguir y en quien reflejarnos. Y en Jesús siempre vemos misericordia y amor por todos; incluso en medio de la persecución.
Es bueno y útil, además de bastante pedagógico, considerar cómo sería el mundo si todos actuáramos según las consignas de Jesús. Ese sería un mundo de misericordia, de verdaderos hermanos; donde las relaciones interpersonales e internacionales serían fluidas y beneficiosas para todos. Donde las pequeñas comunidades, de vecinos, familiares, en los pueblos y ciudades, entre creyentes y no creyentes, de un partido político (y de fútbol) u otro, verían florecer la armonía, la concordia, la benevolencia. Donde no habría descartados ni marginados, porque reinarían el respeto, la delicadeza, la ternura, el perdón, la acogida y la paz entre todos.
Basta con escuchar un telediario para darse cuenta de lo lejos que estamos de ello y lo difícil que es. Basta con acudir cada mañana a la oficina, o al andamio, o al centro de salud. Pero eso no es suficiente, ni motivo, para dar por soñadoras, sin más, las palabras de Jesús. Merece la pena vivir intentando, a base de granos de arena, que el mundo, el más cercano a nosotros y el más grande, sea un mundo de misericordia. Así la habremos sembrado y, qué duda cabe, de vez en cuando, aquí y allá, florecerá. Y seremos hijos de nuestro Padre.
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