2º DOM-CUARESMA-C

sábado, 8 de marzo de 2025
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 08 marzo, 2025 08:45 dijo...

TRANSFIGURADO (Lc 9,28b-36)

Terminada la etapa de Galilea, Jesús emprende el viaje a Jerusalén para completar allí su obra. Lo acontecido sobre el monte -que luego la tradición identificará con el Tabor- señala el paso de una a otra etapa. El relato está lleno de sugerencias y apunta hacia los acontecimientos que tendrán lugar en la ciudad santa. El monte evoca otros montes importantes de la antigüedad como el Moria -donde Dios se revela a Abrahán- o el Sinaí -donde se reveló a Moisés-, pero con una diferencia cargada de significado: aquí es Jesús quien se revela, no quien recibe la revelación. Los testigos representan los tres tipos de comunidades existentes en la Iglesia primitiva: las de Palestina -Santiago-, las de la diáspora -Pedro- y las joánicas. La transfiguración del rostro y las vestiduras recuerda la transfiguración de Moisés tras contemplar a Dios. Moisés y Elías representan el Antiguo Testamento. La voz es la misma que se oyó en el bautismo, sólo que ahora añade: ¡Escuchadle!

Todos estos elementos configuran un relato cuyo significado es evidente: cuando va a iniciar el camino hacia Jerusalén, donde tendrá lugar su muerte y resurrección, Jesús muestra su identidad oculta. El que había sido presentado en el bautismo como Mesías -Hijo de Dios, poderoso-, ahora es presentado como Maestro, como aquel a quien hay que escuchar y seguir en el camino hacia la cruz y hacia la vida. Él es la revelación plena y definitiva de Dios. Las Escrituras, la Iglesia y el Padre lo atestiguan. La transfiguración marca el comienzo del período del discipulado. El evangelio de Lucas, a partir de este momento está dedicado a mostrar a los seguidores de Jesús cómo se es discípulo.

En este largo proceso, Pedro representa la tentación. Primero propone instalarse en la situación y olvidar Jerusalén, más tarde invitará al Maestro a no entrar en la ciudad y, en el último momento, pondrá sobre la mesa las espadas. Son las tres tentaciones que asaltan al discípulo de Jesús a la hora del seguimiento: ignorar la dimensión sufriente de la vida valorando sólo lo grato de la religión; huir de la dificultad y el compromiso; y recurrir a métodos no evangélicos en la defensa de la fe. Cuando el sentimiento religioso aflora como respuesta a la contemplación de lo maravilloso, el corazón se llena de entusiasmo y aparece la euforia del neófito que suele conducir al fanatismo. Es la ceguera producida por un exceso de luz. En ese caso, es necesario cerrar los ojos y abrir los oídos a la voz susurrante que invita a seguir al Maestro con la cruz cada día. La verdadera transfiguración es la que muestra a Dios con rostro humano. La tentación es disimular lo humano con trazos de divinidad. A los apóstoles se les muestra quién es realmente Jesús para que no sean remisos a la hora de seguirle hasta la cruz.

Pero hay otro aspecto en el asunto que no se debe olvidar y es que la transfiguración sólo es la inversión de la encarnación. No se puede contemplar la grandeza de la divinidad en el Tabor si, primero, no se ha contemplado la pequeñez de la humanidad en Belén. Quien no reconoce a Dios en lo pequeño, tampoco lo encontrará en lo grande.

Francisco Echevarría

Paco Pérez at: 11 marzo, 2025 20:32 dijo...

FE Y ORACIÓN, NECESARIAS PARA CAMBIAR
Tienen fe quienes confían en el Señor y, con ella, dan sentido a los actos de sus vidas, Abrahán la tuvo y el Señor le ayudó para que abandonara el lugar donde vivía, concediéndole una descendencia numerosa, aunque su esposa y él fueran de avanzada edad, y delimitándole la tierra que le prometió.
Abrahán, aunque entendía poco los mensajes, siempre confiaba y el Señor quedaba complacido. Ambos cumplieron sus compromisos sin firmar documentos y sin testigos. En nuestros tiempos algunos no cumplen sus acuerdos aunque firmen documentos en palacios y ante las cámaras.
Jesús predicaba con palabras sencillas, mostrándose humilde, sincero y sin hacer gestos llamativos. Su gran preocupación fue hacernos comprender que Dios es el Padre y nosotros sus hijos.
Oraba en lugares apartados y a solas, lo hacía por necesidad, nunca por rutina y siempre en silencio porque así es más fácil comprender qué espera Dios de nosotros, fortalecer nuestra fe y caminar guiados por Él.
Cuando Jesús oraba pedía y confiaba en Dios pues sabía lo que somos para Él, que nos ayuda y nos salva. José Antonio Pagola lo confirma así: [Lo más importante para Dios son las personas; mucho más que los sacrificios o el sábado. Dios sólo quiere su bien. Nada ha de ser utilizado contra las personas, y menos aún la religión.].
Jesús comprobó que, a pesar de esforzarse tanto en la evangelización, la FE de sus seguidores y discípulos era inferior que la de algunas personas que nunca lo habían conocido y por esa realidad podemos preguntarnos… ¿Por qué presenciaron Pedro, Juan y Santiago la Transfiguración de Jesús? ¿Es posible que la experiencia fuera necesaria para que mejoraran su FE y se cumpliera el anuncio que Jesús les había hecho antes?
Elías y Moisés aparecen junto a Jesús, dos personajes ejemplares, y la escena reportó a los discípulos paz y felicidad. Es posible que aparecieran hablando con Jesús de su futuro porque estaban en la presencia del Padre y para animarlos a imitarles.
Sí es innegable que Dios nos confirmó quién era Jesús: [Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo.].
Años después Pablo viajó a Filipos y encontró una población abrazada a lo efímero de la vida, creencias religiosas fundadas en tradiciones sobre alimentos y fiestas.
Les proponía, recordando a Jesús, que se comportaran con honestidad y humildad, los caminos que llevan al Reino y Él enseñó.
En nuestros días también hay prácticas que no enseñó Jesús: Quienes explotan al pobre para amasar riqueza; gobernantes que oprimen y discriminan para favorecer sus objetivos y comportamientos egoístas, individuales o colectivos, que nos hacen vivir cautivos en tiempos de libertad.

{ Maite } at: 12 marzo, 2025 22:59 dijo...

EL ROSTRO DE DIOS

Los místicos de todos los tiempos han deseado ver el rostro de Dios, como Moisés. Tal es el anhelo del salmista, que le urge desde dentro. San Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual, dirá que lleva en las entrañas dibujados los ojos del Amado, y desea verlos reflejados en una cristalina fuente.

Pedro, Santiago y Juan vieron en el Tabor el rostro de Jesús transfigurado. Desde entonces, el nombre de la montaña designa el lugar bendito al que todos anhelamos subir para plantar, como Pedro, nuestra tienda y quedarnos allí.

Pero, el camino no se detiene; y siguiendo a Jesús nos vemos impelidos a bajar del monte, aunque haya que afrontar, al hacerlo, muchos rostros desfigurados a los que llevar la luz que se nos ha regalado arriba.

Nos hacen falta estos ratos de Tabor, de quietud profunda junto al Maestro que todo lo ilumina con su palabra. Nos hace falta aprender a escuchar su voz, acoger y guardar su palabra y cumplirla, en la soledad y el silencio. Hacen falta momentos de intimidad divina para encontrar no solo ahí el rostro de Jesús; para distinguirlo no solo cuando se presenta deslumbrante de luz, en el marco incomparable de un lugar privilegiado, en un clima de intimidad y de confianza, sino también cuando hemos de compartir ruta con rostros rotos, descosidos, deformados.

Lo que el Tabor desvela generoso lo vela, amarga y recalcitrante, pertinaz y cansina, la misma realidad que nos rodea. Pero la luz del rostro amado nos acompaña; permanece dentro, imborrable, obstinada ella también. Y se refleja, aunque sea tenuemente, en nuestro rostro. Y permite descubrir el rostro de Jesús en el semblante de los menos agraciados.

Hacemos el camino con ellos; acogiendo e iluminando desde nuestro ser encendido. Transfigurando, poco a poco, con pequeñas chispitas de luz, todo a nuestro alrededor. Hay gente así. Piensa un poco y los reconocerás.