ASCENSION-C

sábado, 24 de mayo de 2025
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3 comentarios:

Paco Echevarría at: 24 mayo, 2025 08:26 dijo...

A LO MÁS ALTO (Lc 24,46-53)


San Pablo, explicando el misterio de Cristo a los filipenses, lo presenta como un movimiento de humillación, una especie de descendimiento desde lo más alto -la condición divina- hasta lo más profundo -la muerte en la cruz-, seguido de un movimiento inverso, ascendente, hasta alcanzar de nuevo la cumbre. Responde esto a una experiencia humana fundamental según la cual sólo cuando se toca fondo se comprende que el único camino es hacia arriba. Esta ley de vida tiene su complemento en la contraria: todo lo que alcanza el cenit inicia su propio ocaso. Esto es algo que no deberían olvidar los grandes de este mundo, pues la historia llena de hombres que lograron grandes imperios de los que sólo quedan restos arqueológicos. No hay grandeza humana que resista el tiempo.

El descendimiento de Cristo de lo divino a lo humano fue visto como un acto de humildad y su ascensión como un triunfo. No suele ocurrir así en el mundo de los hombres, donde el descendimiento es -habitualmente- un proceso de perversión y autodestrucción. Tocar fondo significa -las más de las veces- sentir que se ha desdibujado casi por completo lo divino en nosotros. Por eso la subida sólo es posible de la mano de uno más fuerte y no es mérito ni triunfo personal, sino gracia y salvación.

La ascensión de Cristo significa, para los cristianos, que Dios ha descendido a lo más profundo para tomar en sus brazos todos los espíritus y elevarlos consigo hasta el lugar previsto en su designio. Éste es el concepto cristiano de salvación frente a otras religiones que lo entienden como resultado del esfuerzo humano. Para ellas, la salvación consiste en conquistar el mundo de los dioses y llegar a ser uno de ellos. Las más elevadas proponen la verdad y la rectitud moral como el camino más adecuado para lograrlo. En el cristianismo, por el contrario, la salvación es un don que Dios concede a todo el que lo acepta. El camino es la fe y la confianza en él. La verdad y la rectitud moral sólo son una indicación de que se avanza por la senda verdadera.

Había sido anunciado en la Escrituras que el Mesías iba a morir y resucitar y que se predicaría en su nombre la salvación y el perdón de los pecados a todos los hombres. Perdón y salvación van siempre unidos. Gracias a ello, se asientan los cimientos de la esperanza cristiana. La resurrección de Cristo significa que estamos llamados a la plenitud. Su ascensión al cielo completa la idea afirmando que esa plenitud es para siempre. Por ellos nos hace sentir una serena nostalgia de la patria definitiva y alimenta en nosotros el deseo de alcanzar la gloria de nuestro único y verdadero Señor. La seguridad de la meta hacia la que caminamos da sentido al camino que recorremos y da ánimo en la lucha sobre todo en los momentos de mayor oscuridad. Sólo quien sabe a donde va acierta en la elección del camino. Y sólo quien tiene una razón lo recorre completo.

Francisco Echevarría

Paco Pérez at: 28 mayo, 2025 20:40 dijo...

LA ASCENSIÓN Y EL COMIENZO DE LA IGLESIA
Jesús, después de resucitar, se aparecía y reunía con los apóstoles y esas fueron las mejores pruebas, para los incrédulos, de que estaba vivo.
En esos encuentros les dio consejos y recomendaciones, les habló del Reino y de la diferencia que había entre el Bautismo de Juan, con agua, y el que iban a recibir ellos, con Espíritu Santo.
La esperanza que les dio potenció el deseo que tenían de ser liberados del sufrimiento que les ocasionaba el invasor romano y por eso le preguntaron por el futuro de Israel pero Jesús les dijo que eso lo había fijado el Padre y sólo correspondía conocerlo a Él. De su respuesta se puede intuir que ellos debían confiar, esperar y no olvidar que eran responsables de comunicar a las personas de otros lugares sus propuestas evangelizando… ¿Por qué?
Porque ellos fueron testigos de lo que dijo e hizo y eso facilitaría que sus palabras fueran creíbles. Además, deberían saber que estarían fortalecidos con el Espíritu Santo, por eso les aconsejó que permanecieran en Jerusalén hasta recibirlo.
Cuando ocurrieron estos hechos Jesús iba caminando a su lado, los bendijo, se separó de ellos, dio por cumplida su misión -dar ejemplo “diciendo y haciendo” para que después fuéramos nosotros quienes cumpliéramos con la nuestra- y subió al cielo.
Ellos regresaron a Jerusalén, estaban muy contentos y visitaban el Templo para dar gracias a Dios.
Un tiempo después Pablo comunicó a los efesios que pedía a Dios por ellos para que les regalara la sabiduría y revelación que les permitiera conocerlo, que los iluminara para que pudieran comprender la esperanza a que somos llamados y recibieran la gloria que regala a quienes creen en todo lo que enseñó Jesús. También les habló de la Iglesia universal, la que fundó Jesús y nos dejó para que ella continuara su obra y nos guiara.
Estas acciones, empujadas y guiadas por la fuerza del Espíritu Santo, marcaron el comienzo de la Iglesia.

{ Maite } at: 29 mayo, 2025 22:46 dijo...

LC 24, 35-53 BENDECIDOS
Durante mucho tiempo los cristianos nos hemos identificado con la palabra “pecadores”. Imbuidos, también es verdad, de una hagiografía que hacía hincapié en esta condición como si fuera la más genuina de los seguidores de Jesús, de los miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pero, lo cierto es que todos nosotros, los hijos de la Pascua, después de la subida al cielo de Jesús, somos, según Lucas, los bendecidos por él. Así, en vez de andar cabizbajos por nuestra condición pecadora lo nuestro es vivir una intensa alegría como testigos bendecidos de la resurrección; como sujetos de una misión que nos empuja a compartir con todos lo que es el fundamento del gozo de nuestras vidas: Jesús vive y está con nosotros.

Somos una comunidad bendecida y, por tanto, llamada a bendecir. Bendecidos, porque hemos visto en Jesús al resucitado, al lleno de vida. Y reconocemos, en los signos de su pasión, al crucificado muerto por su fidelidad al Padre y a todos los hombres. Al Hijo de Dios que nos hace hermanos y testigos de cuanto hemos visto y oído. Al que colma nuestra fe de alegría, de fuerza, de vida y de luz cada día. Al que abre nuestro entendimiento para entender las escrituras y encontrar en ellas el verdadero rostro de Dios: el que Jesús revela en los evangelios. Al que nos da su Espíritu para interpretarlas y aprender, paso a paso, a encontrar en ellas el alimento de vida eterna y la fuente de discernimiento para nuestro caminar.

Bendecidos porque somos enviados a llevar a todos un mensaje de reconciliación, paz y perdón. Porque permanece con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Porque nos da una comunidad de fe donde vivir la fraternidad y encontrar un lugar donde compartirla y vivir la solidaridad con los demás. Donde edificar la Iglesia como piedras vivas.

Por eso, como bendecidos, nuestras palabras y obras son de bendición para todos; de amor, acogida y paz; de inclusión y respeto. Palabras y obras que acarician; que no hieren ni empujan, que no dañan, que son una llamada a la esperanza, la justicia y la buena convivencia entre todos, fomentando el buen entendimiento y el diálogo fraterno.
Somos bendecidos porque somos amados; y por eso bendecimos y amamos. Acompañamos con ternura toda fragilidad y vulnerabilidad, con paciencia y constancia, con humildad. Construyendo un mundo de iguales, de hermanos. Todos bendecidos.