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sábado, 5 de julio de 2025
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1 comentarios:

{ Maite } at: 08 julio, 2025 08:00 dijo...

TÚ, MI BUEN SAMARITANO
En el Prefacio Común VIII, la Iglesia nos ofrece, en el contexto de la Eucaristía, una bella imagen de Jesús como buen samaritano. Él es quien mejor encarna esta figura del Evangelio de Lucas, y en quien la Iglesia se mira para ser ella misma samaritana, hospital de campaña, en la hermosa expresión del Papa Francisco. El Prefacio dice así:

“Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal”. Así se referirá Pedro a Jesús después de su pasión, muerte y resurrección. Así definirá su paso por la tierra, su palabra y su vida. Así se le reconocía por los caminos y los lugares que recorrió y así se acercó a todos, hombres y mujeres, grandes y pequeños. Como quien ve al caído en el camino y se acerca. Y descabalgando de su montura, con sus propias manos, lo cura con aceite y vino, y le devuelve su humanidad perdida, con ternura y compasión; sosteniendo entre sus brazos un trozo de carne abandonado a su suerte, un despojo.

“También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”. La iniciativa siempre es suya. Se acerca al dolor para compartirlo y combatirlo. Y su presencia reviste muchas formas: otro hombre, una mujer, un pequeño… Alguien que pasaba por ahí, que ya estaba desde hacía tiempo, conocido o desconocido, religioso o no. No busca al prójimo, se hace prójimo del que lo necesita, del más desamparado; y se vale de tus ojos, de tus brazos y manos, de tu sensibilidad y generosidad, de tu entrega incondicional y a fondo perdido. De tu capacidad de reconocer en el otro, cualquier otro, un semejante, un hermano, un compañero de camino que, ahora, te necesita. Se hace amparo, consuelo y esperanza para quienes lo han perdido todo y se ven abocados a un abismo sin fin.

“Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu hijo muerto y resucitado”. Porque él, que se ha despojado de todo por cada uno de nosotros, que se sumergió incluso en el abandono del Padre y la oscuridad de la muerte, que apuró hasta las heces el cáliz de la traición y la soledad, lo hizo para iluminar el camino a seguir para ser hijos y hermanos.

Cada uno de nosotros, la misma Iglesia, identificados con Jesús, nos hacemos andariegos, caminantes de ojos, brazos y corazones abiertos. Y encarnamos en nuestro mundo, devastado por el dolor y la oscuridad, al buen samaritano. Aquel que, al margen de toda religión, reconoce a otro ser humano en una víctima ignorada y dejada al albur de las circunstancias más adversas; devolviéndole así, quizás sin saberlo, la dignidad y el derecho a ser amado, cuidado y sostenido, por el simple hecho de ser.