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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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FARISEOS Y PUBLICANOS
En tiempos de Jesús, las figuras del fariseo y el publicano eran emblemáticas de dos posturas religiosas. El primero era un hombre respetuoso con las leyes religiosas y morales, cumplidor, piadoso, y, por tanto, con prestigio social. En definitiva: un hombre de bien, con buena imagen ante los hombres y –según creían– también ante Dios. Sostenían éstos que el Mesías vendría a restablecer el reino de Israel cuando surgiera un pueblo de hombres justos. Para estimular a la gente a emprender el camino recto procuraban dar ejemplo y por eso realizaban sus buenas obras donde pudieran ser vistos por todos. Con el tiempo esta intención se pervirtió y cayeron en la trampa del prestigio social y de la vanidad que lo acompaña. Jesús los acusa de ser hipócritas, pues cuidan mucho lo externo, pero tienen podrido el corazón.
El publicano, por el contrario, era un mal bicho. Su oficio era cobrar impuestos en nombre de los dominadores. Era, por tanto, un colaborador del enemigo del pueblo. Además, en asunto de impuestos –ayer como hoy– es frecuente que el cobrador se vaya la mano y sólo piense en el dinero, sin tener en cuenta la situación o necesidades de los contribuyentes. Según las enseñanzas fariseas, los publicanos sólo podían alcanzar el perdón si devolvían lo que habían cobrado injustamente y un quinto de su propiedad, además de dejar el oficio. La gente de bien evita el contacto con ello y no frecuentaba sus casas.
En la parábola Jesús los sitúa a los dos en el templo orando. Su oración es reflejo de su vida. El primero es un hombre justo que da gracias a Dios y enumera todas sus glorias. Acude al templo para ser reconocido y premiado por su justicia.. El segundo está hundido. Es consciente de ser un pecador necesitado de perdón. El primero es un hombre rico ante Dios. El segundo es un pobre en méritos personales.
Estamos ante dos estilos religiosos y ante dos enfoques de la vida. El primero busca el reconocimiento –religioso o social–; el segundo, la regeneración –espiritual o pública–. Estas dos posturas pueden ser también indicativas de dos enfoques de la vida: el de aquellos que buscan fama, reconocimiento, prestigio o presencia de modo que toda su energía se proyecta hacia lo externo, la apariencia, la imagen... y el de aquellos que cuyo interés se centra en el desarrollo interior, que consiste en lograr que la verdad reine en la mente, la bondad en el corazón y la rectitud en la acción. Mucho le queda por andar al mundo en que vivimos donde los intereses personales y colectivos nublan la mente, los apegos pervierten el corazón y el capricho esclaviza la conducta. Quiero pensar que la fuerza de la humanidad terminará imponiéndose a los depredadores del alma humana y que, muy pronto, un hombre nuevo se abrirá camino en el valle de las sombras.
¿CÓMO ORAMOS?
Hubo, y hay, personas que, por su condición social o las adversidades naturales que se les presentaban, quedaban en situación de precariedad y sufrían los efectos de la soledad y la miseria. A pesar de ello confiaban en el Señor y no se cansaban de pedirle su ayuda pues sabían que es misericordioso, el único que escucha y no abandona a los necesitados ante el dolor que les causa la injusticia del sistema y la despreocupación de la sociedad por los problemas ajenos.
Jesús, para corregir la problemática social de entonces, les propuso, dos ejemplos de comportamientos contrarios, los de un fariseo y un publicano. Al primero lo presentó como la persona que, antes de pisar la calle, se mira al espejo y se felicita por su belleza y elegancia al vestir, en el templo se situaba en los primeros bancos y elevaba sus plegarias al Padre de una manera muy particular: Dándole las gracias por no ser tan incorrecto como los demás, cumplir los preceptos y pagar los impuestos.
Al segundo lo muestra como una persona que huye de la popularidad, no busca dar buena imagen ante la sociedad, se acomoda en la parte trasera del templo y se dirige a Dios mostrándose como un pecador que, arrepentido, le pide con vehemencia su perdón porque considera que su comportamiento no le ayudará a lograrlo.
Jesús oraba de diferentes formas y hoy, al valorar qué comportamiento es correcto y cuál no, nos indica por donde debemos caminar para no equivocarnos.
Pablo, como toda persona que ama al Señor y está al final de sus días, meditó con sinceridad sobre los recuerdos que conservaba de lo que hizo o dejó de hacer y afirmó que siempre mantuvo su fe en el Señor, que hacerlo le ayudó a realizar bien las cosas y que por eso esperaba que –en el momento de su partida- lo acogiera junto a quienes siempre lo amaron y creyeron en su venida.
También aconsejaba perdonar a quienes nos dan la espalda en los momentos más difíciles de nuestras vidas.
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