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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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3 comentarios:
CONVERTÍOS (Mt 3,1-11)
No basta con vigilar para reconocer a Dios que llega revestido de humanidad y de humildad. La vigilancia ha de ser activa, es decir, comprometida. La palabra con la que se expresa ese compromiso es “conversión”. Sólo un corazón que se vuelve a Dios soportará la purificación del Espíritu y del fuego. Es un cambio profundo del corazón lo que se pide, un cambio que consiste en una vuelta a Dios. El Adviento es un tiempo para escuchar la llamada a la conversión y hacer sobre nosotros un juicio previo, para no ser aventados cuando llegue el verdadero juicio.
El Dios al que hay que volver es el Padre de la misericordia. Planea en el fondo la figura del hijo pródigo cuando, lejos del hogar, reconoce su error y toma la determinación de volver.
Comprender el sentido del momento presente es cambiar todo lo que entorpece la venida del Señor, remover los obstáculos, allanar, enderezar... Se trata de una invitación urgente a cambiar todo lo que sea necesario en la vida personal y comunitaria. No es un cambio superficial –bautismo de agua–, sino profundo –bautismo de fuego–. Se nos pone en guardia frente a la tentación de Laodicea, una Iglesia que no es ni fría ni caliente y por ello va a ser vomitada (Ap 3,15-16). Es digna de compasión porque se cree rica, pero su riqueza es falsa; está ciega –porque no ve cómo la corrige su Señor– y desnuda –porque están al descubierto sus pecados–. Jesús está a la puerta de esa Iglesia y llama. Sólo hay que oírle y abrirle para que entre a compartir la comida.
El misterio de la Encarnación nos sitúa frente a la llamada del Adviento: la conversión. Oír la voz de Dios en la vida real no puede dejarnos indiferentes. Esa voz es siempre una voz profética que advierte, reclama, exige, acusa, denuncia... Pero no olvidemos nunca que es la voz profética del amor y su intención, por tanto, es conducirnos al corazón mismo de Dios.
La llamada a la conversión, desde el punto de vista de la Encarnación, tiene un matiz muy específico y propio en el cristianismo: volver el corazón a Dios es volverlo al hermano. Sólo hay una manera de estar cerca del padre: poniéndose cerca de sus hijos, sobre todo de los predilectos. La conversión, el cambio que se pide, es ciertamente un cambio de costumbres y un cambio interior, pero sobre todo es un cambio de actitudes ante los hermanos.
El evangelio de este domingo, nos hace oír la voz del precursor que nos advierte de que todo está a punto: la conversión no permite demoras porque tal vez no exista un después en el que sea posible rectificar. Es bueno preguntarse qué hemos de hacer para acercarnos a aquellos que ciertamente están lejos de nosotros, aunque no es tan cierto ni seguro que ellos estén lejos de Dios.
EL FACILITADOR
Hay una figura que cotiza al alza en el mundo empresarial y también en la vida religiosa. Es el facilitador. Aparece, cada vez con más frecuencia, en reuniones, cursos o congresos. Son personas altamente cualificadas para motivar e impulsar la escucha profunda entre distintas sensibilidades y opiniones o formas de ver las cosas. Encaminan a todos a un diálogo constructivo, sin imposiciones, que pueda desembocar en tomas de decisiones por consenso, más que por mayorías.
Juan el Bautista, salvando las distancias, por supuesto, aparece en el evangelio como el gran facilitador de Jesús. Ante su llegada, Juan se esfuerza por preparar el camino. Y lo hace con una conciencia clara de misión, con una vida coherente con lo que predica, con un verbo encendido capaz de suscitar adhesiones y cambios profundos de vida. Juan es un hombre transparente, sin trampa ni cartón; de una pieza, honesto, sincero y profundamente humilde.
Dejará meridianamente claro que él no es el esperado, solo quien le precede y dispone a su acogida. Juan adopta, desde el principio, la actitud fundamental de un buen facilitador: desvía la atención de sí mismo, desaparece, para que brille y permanezca aquel al que anuncia. Y se pone al servicio de esta causa con todo lo que tiene y es, sin fisuras.
Este Adviento, Juan es una hermosa inspiración para nosotros, los discípulos de Jesús. Cuando todo a nuestro alrededor nos habla ya de Navidad, unas fiestas de luces y consumo, un poco o un mucho anestesiantes, nos recuerda que hay que preparar los caminos del Señor y ayudar a los otros a ser conscientes de la importancia de disponernos a acoger la gracia de Dios, su amor entre nosotros.
Juan nos recuerda que hemos recibido un bautismo de Espíritu Santo y fuego, superior al suyo y que, fieles a su soplo, podemos llevar la buena noticia del amor de Dios que siempre está llegando a nuestras vidas.
ADVIENTO: TIEMPO DE ESPERA, CAMBIO Y PAZ
Necesitamos cambiar y Dios nos muestra el camino pero nosotros no lo escuchamos y Él, a pesar de nuestros errores, siempre nos espera para guiarnos. Antes con los profetas, Jesús y los apóstoles, ahora con la Iglesia.
¿Cómo le respondemos?
Participado en algunas prácticas religiosas que son tradiciones y poco en las que siguen el criterio que Jesús enseñó… ¿Por qué?
Porque la tradición nos empuja a participar engalanados y con poco compromiso con Jesús y el prójimo, lo que realmente cuenta arriba.
Isaías anunció la venida de Jesús y lo mostró como una persona extraordinaria que sería dotada por el Señor con unas cualidades y virtudes que lo harían diferente y único pues con ellas cambiaría el modelo de convivencia injusto que tenían por otro diferente que estaría regido por el amor, la justicia, la verdad, la ayuda…
Pasaron los años, vino el Bautista, les anunció la inminente venida del Reino y les pidió que se fueran preparando para recibirlo pues él sabía que el problema más grave que debían corregir estaba en el concepto equivocado que tenían de ese acontecimiento… ¡Esperaban un libertador guerrero que derrotara a los invasores y les devolviera la libertad perdida!
Los previno porque el que les anunciaba él, les enseñaría lo contrario, amarse como hermanos para así liberarse de los hábitos malignos que esclavizan más que las cadenas: El odio, la maldad, la envidia, el todo vale para lograr los objetivos…
Juan les predicó la conversión pero ésta debía ir precedida de la reconciliación, una acción que necesitaba del arrepentimiento de los errores propios y un cambio radical en el comportamiento mediante el abandono de la violencia y la práctica de una convivencia fraternal. Estas acciones serían necesarias para recibir después el bautismo de inmersión. Las gentes acudían para escucharlo y ser bautizadas pero él no dejaba de repetirles que si no cambiaban de comportamiento de nada les serviría recibirlo.
Pablo proclamó la importancia de las Escrituras y afirmó que se escribieron para enseñarnos el camino y que, con el consuelo que se desprende de ellas, no perderíamos la esperanza y que, con ellas, seríamos gratificados con la paciencia que nos ayudaría a conseguir el entendimiento en la comunidad y que, viviendo unidos, podríamos alabar y dar gracias al Padre.
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