5º Domingo Cuaresma - C

martes, 13 de marzo de 2007
25 Marzo 2007

ISAIAS: Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
FILIPENSES:
Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo.
JUAN:
El que esté sin pecado que tire la primera piedra.


Descargar Evangelio del 5º Domingo Cuaresma - C.

Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Anónimo at: 13 marzo, 2007 01:42 dijo...

LA CEGUERA DEL JUSTO (Jn 8,1-11)

El adulterio era castigado por la ley israelita con la pena de muerte, pero las autoridades romanas habían retirado al Sanedrín el derecho a ejecutar a nadie. La pregunta que le hacen a Jesús es capciosa: si aprueba la ejecución, desautoriza la ley romana; si la rechaza, se opone a la ley judía. Los escribas y fariseos están haciendo del asunto un problema legal y quieren que Jesús se defina con los que defendían la aceptación de la legislación romana en contra de los intereses judíos o con los nacionalistas que rechazaban todo sometimiento a Roma.

Jesús tiene otro punto de vista: para él no está en juego la ley, sino la vida de una mujer. Su respuesta va en esa línea y viene a decir: "Si se trata de un problema legal ¿qué más da la legislación judía o la legislación romana? Una cosa sí es importante: que apliquen la ley hombres justos. Si de justicia se trata, seamos justos con todas las consecuencias". El resultado ya lo conocemos. Todos sintieron vergüenza de lo que estaban dispuestos a hacer.

Al final sólo quedan frente a frente la pecadora y Jesús, el pecado y el perdón. El único justo tampoco juzga ni condena. Frente al pecado de los hombres sólo caben dos posturas: la compasión o el castigo. El hombre verdaderamente justo conoce la debilidad del corazón humano y por eso es compasivo; el falso justo está cegado por su soberbia y por eso se erige en juez de los demás. El fariseo está internamente ciego y por eso no ve su culpa; sólo tiene los ojos abiertos para ver la culpa de los demás.

Como en la parábola del hijo pródigo, se enfrentan dos mentalidades o formas de entender la vida religiosa: una tiene como eje la misericordia que se manifiesta en el perdón del pecador; otra hace de la justicia la clave y sólo entiende de premio o castigo. Jesús opta por lo primero; sus enemigos, por lo segundo. En el corazón de cada uno, en la Iglesia y en la misma sociedad, hay muchas heridas abiertas. Si hacemos de todo un problema de justicia, nos metemos en un callejón sin salida porque es imposible ser rectamente justo. La aplicación de la justicia -debido a la limitación humana- se convierte en punto de partida de nuevas injusticias.

Si queremos hacer un mundo nuevo, hay que proclamar un año jubilar: un año en el que la justicia ceda el sitio a la misericordia, al perdón y a la reconciliación. El año dos mil fue una buena oportunidad para que los hombres empezáramos el milenio bajo el signo de la paz, no la que procede de la justicia -porque es tarde para ello-, sino la que brota del perdón. Ciertamente, no resulta fácil en el mundo porque hay demasiados resentimientos, enfrentamientos y odios, pero, al menos, debería ir sonando esta canción. Clasificar -los míos y los otros, derechas e izquierdas, orientales y occidentales, etc- conduce, tarde o temprano a la exclusión y, finalmente, al enfrentamiento. ¿Tan difícil es ser uno mismo sin necesitar, para ello, acabar con el que es diferente? ¿Tan difícil es vivir sin mordernos unos a otros?

Anónimo at: 13 marzo, 2007 01:44 dijo...

JUZGAR

Cuando nos encontramos alguna vez con una persona inflexible, partidaria de la mano dura o reclamando castigos divinos, no da miedo. Y es que el evangelio me dice que no podemos ser así.

Nuestra vida está cargada de caídas y errores. Y el Señor, muchas veces, con su perdón nos ha devuelto la paz. Su perdón nos dice que muchas veces nosotros mismos nos hemos castigado con nuestros propios caprichos.

Ante el pecado de esta mujer tenemos la misma sensación de los viejos que no se atrevieron a lanzarle la piedra: "pusiste nuestros secretos a la luz de tu mirada" (Salmo 90,8). Y hemos confesado, también en secreto, la suplica de perdón y hemos encontrado la Palabra: "Tampoco te condeno. Vete en paz".

Tanta misericordia recibida no puede volverse tacaña con el hermano. Aquel a quien podríamos juzgar es una persona a la que Jesús espera pacientemente para otorgarle el perdón. No se puede acusar a los que nos hacen daño mientras Jesús se dirige a ellos ofreciéndoles el perdón desde la cruz.

Juzgar nos vuelve ciegos, hace sentirnos "impecables".

Juzgar para un cristiano implica el que se considere al otro que esta separado de Jesús por su pecado y al juzgarle así somos nosotros los que realmente nos separamos de Jesús. El nos dice: "No juzguéis y no seréis juzgados".