BAUTISMO-B

lunes, 1 de enero de 2018
7 ENERO 2018      

BAUTISMO

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 02 enero, 2018 09:16 dijo...

CUANDO EL CIELO SE ABRE

El bautismo de Jesús cierra el ciclo de la Navidad, como un domingo puente entre la infancia y el ministerio del Mesías. Juan preparó la acogida del Esperado predicando la purificación del pecado, la vuelta a Dios y el cambio de costumbres. Sus seguidores eran sumergidos en las aguas del Jordán para simbolizar –mediante el lavado del cuerpo– una limpieza más profunda: la del corazón. Jesús acudió como uno más, no porque necesitara el bautismo, sino por lo que iba a ocurrir a continuación: el cielo se abrió y descendió sobre él el Espíritu, al mismo tiempo que una voz le señalaba como el Hijo amado.

Ese fue el comienzo de un período de tiempo breve –apenas tres años–, pero intenso porque cambió el curso de la historia. Jesús de Nazaret mostró a sus contemporáneos el rostro de Dios, un rostro hasta entonces imaginado –como poderoso, señor, santo y justo– y desde entonces contemplado -como padre misericordioso–. El cielo se abre y el Espíritu desciende cada vez que un hombre toma conciencia de su dignidad de hijo amado y ve, con esos mismos ojos, a cada uno de los que encuentra en su camino. Esa es la novedad –la Buena Noticia– de Jesús de Nazaret.

El problema es si hoy los hombres están abiertos a esa lluvia de gracia o, por el contrario, prefieren vivir atrapados en sus miedos y obsesiones. Es tarea de los creyentes anunciar que el Dios al que se teme no existe porque el que existe es un Dios que ama y donde hay amor no hay temor. El cielo se abre y el Espíritu baja, no para fiscalizar la vida de los hombres y sembrar el mundo de inquietud, sino para llenar de paz el corazón humano y despertar en él sentimientos de bondad.

Maite at: 02 enero, 2018 19:20 dijo...

Miramos a Jesús en la fiesta de su bautismo y encontramos la imagen que hemos de reproducir como seguidores suyos.

Somos los hijos e hijas amados del Padre en quienes él se complace. Como Jesús hemos recibido el don del Espíritu que nos guía, ilumina, fortalece y empuja a caminar según el Evangelio, como profetas del Reino.

Lo hacemos desde nuestra condición de elegidos, amados, sostenidos y preferidos del Padre. Sin gritar, ni clamar, ni vocear; sin quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante. Como aquellos que han sido llamados con justicia, tomados de la mano y llamados a pasar haciendo el bien devolviendo la luz a los ojos de los ciegos, sacando a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas. Viviendo, en fin, las bienaventuranzas y practicando las obras de misericordia.

El salmista nos dice que el Señor bendice a su pueblo con la paz. Y como bendecidos, bendecimos y somos, allá donde estamos, una bendición, una palabra y un gesto permanente de paz.