DOM-33B

viernes, 9 de noviembre de 2018

18 NOVIEMBRE 2018          
DOM-33B

2 comentarios:

juan antonio at: 11 noviembre, 2018 20:42 dijo...

ESPERANZA
El Evangelio de esta semana, la ultima de la lectura continuada de Marcos, se correlaciona con la del primer Domingo de Adviento, del capítulo 21 de Lucas.
Son los últimos días de Jerusalén, del templo, ello ligado de manera confusa con el fin de los tiempos, con la venida última de Jesús, la parusía, en definitiva la plenitud y el establecimiento definitivo del Reinado de Dios sobre el mundo y el universo.
Ante esas señales, el hombre, el cristiano se sobresalta, se sobrecoge y pregunta angustiado, como los discípulos,(en versículos anteriores, no de esta semana) “cuando será eso”, no lo sabe nadie, solo el Padre.
Ante esta angustia, ante esa desolación, el cristiano tiene que tener viva la esperanza, la esperanza en las promesas de Jesús de que ninguno se perderá”, esa esperanza nos llenará de confianza en Dios, nos llenará de gozo por la manifestación de nuestro Señor y nos llenará de felicidad por la plenitud de nuestra vida en Dios con el Reinado sobre el universo.
No tengamos miedo, ni tristeza, tenemos su palabra que no pasará pese a todo, y conforme a su palabra Él se ha ido a “”prepararnos sitio””, confiemos en el Señor, confiemos en su Palabra, abandonémonos como niños en las manos de nuestro Señor, vivamos confiados en su amor y amemos como nos enseñó.
Recemos con el salmista, “”por eso se alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena, porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción””.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de la Esperanza, ayúdanos en la tribulación para que pongamos siempre, siempre, nuestra confianza en Jesús tu Hijo, AMEN

Paco Echevarría at: 13 noviembre, 2018 15:50 dijo...

Cuando falta poco para terminar el año litúrgico, la atención se dirige al fin del mundo, un tema que ha preocupado a hombres de todos los tiempos y culturas. Utilizando el lenguaje y la simbología de la apocalíptica de su tiempo, Marcos habla de un modo que -a primera vista- nos inquieta y desasosie¬ga. Del fin del mundo unos tienen una visión catastrofista. Piensan que la historia humana está llamada al fracaso y las grandes desgracias no son sino el castigo de la soberbia y el pecado de los hombres. Cuando todo se haya derrumbado, Dios intervendrá para restaurar todas las cosas y barrer del mundo a los pecadores. Es la idea presente en los milenarismos tan en boga hoy día, predicados y anunciados por algunas sectas. La verdad es que esta visión del mundo y de la historia refleja la imagen de un Dios insensible a las desdichas humanas, pues espera a que todo fracase para intervenir y así demostrar su poder y su fuerza. ¿Qué le impide actuar antes y evitar tanta desgracia y tanto sufrimiento? El Dios de los catastrofistas no tiene nada que ver con el Padre misericordio¬so del que habla Jesús. A éstos les dice que no hagan números pues nadie sabe -ni en el cielo ni en la tierra- el día y la hora, sólo el Padre.

Otros piensan de modo más optimista. Creen que el mundo y la historia caminan hacia su plenitud en un proceso creciente de desarrollo. Para éstos, Dios -como el sembrador- puso buena semilla y ahora sólo espera que la sementera madure para llenar su granero. El mundo terminará y también la historia, pero será para dar paso a una nueva creación. El Dios en el que creen no tiene ya nada que hacer, sólo esperar. Esta mentalidad es la que inspira la Nueva Era, marcada por el pensamiento oriental y la gnosis de los primeros siglos.

La verdad es que sobre el final no sabemos nada. El Apocalipsis y otros escritos bíblicos utilizan, al hablar del tema, un lenguaje simbólico que se nos escapa en gran parte. Además: no es una de las preocupaciones de un cristiano conocer cuándo o cómo será el fin del mundo. La parábola de la higuera expresa nuestra postura ante este tema. Se trata de estar atento y comprender el significado del momento presente. El mundo es un campo de batalla en el que el Reino de Dios trata de abrirse camino en medio de no poca resistencia y oposición. La tentación es desfallecer y abandonar, una vez perdida la esperanza. Las Escrituras dicen que el final -por muy grande que sea la adversidad- siempre será de Dios. Él vendrá y reunirá de los cuatro vientos a los que hayan dispersado las tormentas de la historia. Lo que el Evangelio dice sobre el fin no son, pues, palabras para la inquietud, sino para la confianza. Por mucha que sea la tribulación que nos aguarda, no debemos temer porque el Señor vendrá en nuestra ayuda. Las dos primeras posturas invitan a huir del presente: una por miedo, otra por ilusión. El cristiano sabe que su tarea -su misión- es construir aquí y ahora el Reino de Dios. El futuro está seguro porque está en sus manos.