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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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LA CARA OCULTA DEL MAL (Lc 13,1-9)
Tomando pretexto de dos hechos históricos -la matanza de devotos en el templo y el derrumbamiento de la torre de Siloé-, quienes siguen a Jesús analizan la catástrofe a partir del principio teológico que decía no haber castigo sin culpa previa. Toda desgracia era vista como el justo castigo de pecados ocultos o manifiestos. Jesús no entra en ese debate, sino que analiza los hechos desde la mentalidad apocalíptica de su época.
Según ésta, toda catástrofe es anuncio del fin. Jesús aprovecha dos grandes desgracias -un acto de crueldad y un accidente- para invitar a la conversión. Para él, la desgracia es una llamada a entrar dentro de nosotros mismos y una oportunidad para volver el corazón a Dios. No es cuestión de ver quiénes son culpables y quienes inocentes, sino de comprender el alcance del momento presente como una oportunidad para rectificar el curso de la vida mientras hay tiempo.
Al ser humano le resulta insoportable el absurdo. Por eso, ante el sufrimiento -sobre todo de los inocentes-, mira al cielo y pregunta: ¿por qué? Para unos la respuesta es descorazonadora: choca contra un Dios todopoderoso que permanece insensible ante el dolor de sus criaturas. No es nuevo este planteamiento. Ya Homero decía que los dioses tejen el destino de los mortales para que sufran, mientras que ellos permanecen impasibles. Otros -como los contemporáneos de Jesús- creen que siempre hay un pecado detrás. Creen, por tanto, en un Dios justo que no consiente que nadie viole sus normas. También están quienes dan al sufrimiento un sentido purificador y ven en la desgracia un signo del amor divino hasta el punto de afirmar que la gloria de Dios reposa sobre el que sufre y que el camino que conduce al futuro es el dolor. Creen éstos en un Dios que educa con la vara. Ninguno de ellos conoce al Dios predicado por Jesús que es padre misericordioso y sufre el sufrimiento de sus hijos.
Pero no olvidemos que el verdadero drama no es el mal físico y la desgracia, sino el pecado. Él es el rostro oculto de mal. Jesús -con la parábola de la higuera- sitúa el debate en otro nivel. La verdadera muerte -el verdadero mal- es dejar que la maldad se instale en el corazón. Es falso que el dolor convierta la vida en algo miserable y sin sentido. La mayor de las desgracias no es el sufrimiento -como pensaba Buda-, sino la perversión. Es esto lo que hace a los hombres verdaderamente desgracia¬dos al privarlos de Reino de Dios. Por eso Jesús, ante un enfermo primero sana el espíritu y luego el cuerpo. Una de las contradicciones de nuestro mundo es que, mientras diseñamos una vida exenta de dolor y confundimos placer y felicidad, abandonamos los valores morales y dejamos que el corazón quede como un desierto en el que la anomía -la ausencia de principios y normas- sea la norma.
Francisco Echevarría
FE Y PRÓJIMO, EL CAMINO DE LA SALVACIÓN
Los israelitas vivieron en Egipto esclavizados y Moisés, con una posición social relevante, los defendió y tuvo que huir.
Un tiempo después Dios valoró su comportamiento, y lo escogió para sacar a los israelitas de Egipto, le comunicó quién era y le expuso sus planes. Moisés dudó pero, como tenía fe, aceptó.
Su gesto nos enseña el camino de la salvación, escuchar la llamada del Señor y trabajar por el prójimo.
Lucas muestra una realidad que sucedió, sucede y sucederá: Países que invaden, por egoísmo, otros territorios causándoles dolor, destrucción y muerte. Roma ocupó Israel y oprimió al pueblo, moral y económicamente. Aquella injusticia no debe sorprendernos porque Jesús, que sólo hizo el bien, también padeció las consecuencias del proceder que aún opera cuando los invasores, empujados por el mismo combustible, siguen cometiendo las mismas atrocidades empleando medios diferentes.
Roma los agobiaba con violencia e impuestos, el pueblo protestaba porque no podían comer y el invasor les respondió con una masacre histórica en el Templo, el centro neurálgico de sus creencias. Esta realidad y el desplome de una torre fueron interpretados por los judíos erróneamente: Dios castigó a quienes murieron. Hoy… ¿También son castigados los ucranianos, judíos y palestinos muertos? ¿También castiga las muertes, secuestros, violaciones y miseria que causan los otros conflictos mundiales de los que no informan los medios?
Jesús negó la interpretación y afirmó que para Dios esas personas eran igual de malas o buenas que quienes no habían muerto. Hizo esa reflexión para desmontarles las supersticiones que tenían y advertirles que si no cambiaban tendrían difícil la salvación.
Con la parábola de la higuera propuso estar vigilantes, valorar qué frutos damos, ser pacientes y concedernos un margen de confianza para mejorar lo anterior pero, si no lo hacemos, es posible que no tengamos otra oportunidad porque la vida es corta.
Pablo nos enseña a protestar por la desigualdad porque es justo hacerlo pero no lo es si todos recibimos igual. Como ejemplo, les recordó que cuando abandonaron Egipto todos recibieron la misma comida y bebida, material y espiritual, pero algunos se quejaron y el Señor los castigó.
Así les enseñó que lo ocurrido entonces puede repetirse en cualquier lugar y época.
EL BUEN VIÑADOR
Los propietarios buscan, ante todo, el rendimiento de sus propiedades y negocios. Por eso, no dudan en sacrificar efectivos, o lo que haga falta, en orden a producir más y mejor al menor coste. Y si hay algo que les hace actuar con rapidez es la esterilidad de sus inversiones. Hay que atajar el problema de raíz y optar por lo que da beneficios. No caben contemplaciones ni sensiblerías. Eso solo sirve para perpetuar la esterilidad.
Pero hay quien opta por la paciencia y la esperanza. Por potenciar lo poco que puede quedar despierto y en pie. Por alentar la ilusión y regar la semilla de una vida nueva. Y lo hace confiando en que la esterilidad aparente puede ser temporal; en que con mimo y cuidado, con desvelo cariñoso, puede revertirse. Pone, para ello, todos los medios a su alcance, su interés y todo lo que depende de sí mismo. Lo otro, el fruto esperado, ya no está en su mano.
Quien así actúa puede ser un buen líder allí donde se encuentre, porque ve lo mejor de los demás antes que ellos mismos. Y va por delante para sacar de cada uno lo mejor que puede dar, sin reservarse nada. Pero consciente, al fin y al cabo, de que cada cual es responsable de dar fruto. La decisión es siempre personal y, por tanto, respetable y libre.
Es capaz de liderar a los demás hacia las mejores metas porque ha experimentado, en carne propia, como el salmista, la bendición de Dios. Se sabe perdonado y liberado, agraciado y cuidado. Ha gustado la benevolencia del Señor en su vida, su bondad, compasión y misericordia, y solo puede irradiar todo lo recibido. Solo puede vivir desde ahí.
Ha llegado a ser, desde lo más profundo de sí mismo, un buen viñador, un cuidador, un reparador de brechas. Como Jesús.
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