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Estas hojillas, que podéis bajaros, nacieron en la Parroquia de San Pablo (Fuentepiña, barriada obrera de Huelva) y la siguen varios grupos desde hace años en su reflexión semanal. Queremos ofrecerlas desde la sencillez y el compromiso de seguir a Jesús de Nazaret.
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EL RETORNO DE HIJO PERDIDO (Lc 15,11-32)
La parábola del hijo pródigo es, sin lugar a dudas, uno de los textos más hermosos del Nuevo Testamento y una de las claves interpretativas del mismo. El relato gira en torno a tres personajes, los mismos que aparecen al comienzo de la sección. El triángulo formado por Jesús, los pecadores y los fariseos es reproducido por el padre, el hijo menor y el primogénito.
El padre encarna los sentimientos de Dios -de Jesús- hacia el pecador: lo mira como a un hijo equivocado que, buscando libertad y dicha, abandona la casa paterna. Es el dolor contenido, que no hace nada para ser evitado porque hacer algo sería ir contra la libertad, es decir, contra el amor. La postura del padre refleja que sólo se ama desde la libertad y sólo se es libre desde el amor. Esto explica la explosión de gozo cuando el hijo retorna. Ha sido necesario el error para comprender el alcance de la verdad. En el pensamiento cristiano, Dios no ve la culpa, sino el error y está dispuesto a la misericordia tan pronto como el hombre lo reconoce.
El hijo menor -los pecadores con los que Jesús come-, más que malo, es inconsciente. No hay maldad en su corazón. Sólo quiere emanciparse. Su error no es irse de casa, sino disfrutar de la herencia en vida del padre, cosa que la ley no admitía. Es decir: actúa como si el padre ya hubiera muerto. Freud diría que la desaparición del padre es necesaria para el desarrollo del hijo. El Evangelio afirma que sólo se crece desde el amor. Es un espejismo en el que suelen caer nuestros contemporáneos: creer que o el amor sacrifica la libertad o la libertad sacrifica el amor. Lo vemos como si se tratase de dos necesidades excluyentes. La verdad es que el amor representa la plenitud de la libertad y la libertad, la plenitud del amor. Se necesitan mutuamente como las dos manos.
El hijo mayor -los fariseos- representa a los que han hecho de la fidelidad un ídolo. Había obedecido en silencio durante años, se considera leal y cumplidor. La acogida que se tributa al pecador la interpreta como una injusticia contra sí mismo y por eso se niega a participar de la fiesta. Es la autosuficiencia de los justos, que creen más en la obediencia que en el amor. En el fondo de su corazón sólo hay miedo a ser reprochados, a ser cogidos en falta, a fallar. Son los que han hecho de la vida una tarea de cumplimiento de normas y leyes. Olvidan que el verdadero error es no arriesgar, dejando que los miedos gobiernen sus días.
Estamos ante dos posturas igualmente equivocadas: la de aquellos que sacrifican el amor a la libertad y la de aquellos que lo sacrifican a la lealtad. Ninguno de ellos ha descubierto que la vida -la dicha- sólo es posible si se edifica sobre la libertad y el amor y que ambas cosas se necesitan mutuamente.
EL HIJO FALLA, EL BUEN PADRE ESPERA Y PERDONA
El Señor comunicó a Josué que habían sido liberados de la humillación de Egipto, acamparon, celebraron la Pascua, comenzaron a comer los frutos de la tierra prometida y ya no recibieron más el maná. Aquella fiesta marcó el final de una etapa y el comienzo de otra, ésta olvidando el pasado y haciendo cosas diferentes.
En tiempos de Jesús quienes escandalizaban eran rechazados y Él, que sólo ayudaba, fue acusado de relacionarse con indigentes, enfermos, pecadores o publicanos porque los rechazaban los escribas y fariseos… ¿Por qué?
Porque éstos, por su posición social respetable, creían ser buenos y los otros indeseables, este pensamiento los empujaba a despreciarlos y a dar gracias a Dios por no ser como ellos.
Jesús, con un ejemplo sencillo, les mostró el verdadero camino: Ayudar con actitud de escucha, respeto y aceptación a quienes tuvieran problemas y rechazar el egoísmo de quienes, carentes de amor y perdón, sólo pensaban en ellos mismos.
Sí el amor a los demás nos empuja lograremos que haya paz pero si permitimos que la incomprensión y el egoísmo entorpezcan la convivencia en la sociedad y la familia sólo recogeremos problemas.
La figura del “padre” fue muy respetada y Dios, como “buen padre”, se preocupó del pueblo de Israel en cada momento de su historia.
Jesús trató a todos igual pero quienes dirigían la espiritualidad del judaísmo no tenían esa visión del prójimo y lo criticaban. Él, para que comprendieran la falsedad de los principios humanos, y no religiosos, en que habían sido educados les propuso la parábola en la que quedaban al descubierto: El hijo inconformista; terratenientes explotadores; el padre bueno que espera, perdona y acoge; el hijo egoísta y un hombre, Jesús, que enseñaba a amar, perdonar y acoger.
Pablo enseñó que, con Jesús, la historia tuvo un “antes” y un “después”… ¿Cómo?
Desmontando muchas creencias erróneas del pasado, esas que empujan a vivir con apariencias y falsedades para engañar a otros.
Él les propuso una solución sencilla, cambiar de comportamiento y vivir unidos pues Jesús murió en la cruz para que nuestros pecados fueran perdonados, fue un acto de reconciliación con todos.
Aconsejaba perdonar, a nosotros mismos y a los demás, pues así viviríamos en paz en la familia, la comunidad y la Iglesia.
SE HIZO PECADO
Los fariseos y escribas murmuran contra Jesús porque acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les contesta, a ellos y a los que son como ellos, con la hermosa parábola del hijo pródigo. Va a presentar al padre tal como él lo conoce. Y va a retratar no solo al que se va de casa después de pedir la herencia que le corresponde, y peca lejos de allí, sino también al aparentemente perfecto hijo mayor que nunca ha faltado en nada.
Jesús va a dibujar un hijo menor desconsiderado y vividor, que ni respeta ni aprecia a su padre, y que desprecia, también, el hogar en el que se ha criado. Y un hijo mayor que se ha mantenido fiel a sus deberes y se ha dejado hundir en la soberbia creyendo que todo le es debido por ello.
Entre los dos sitúa al padre. Un padre que no necesita ni pide explicaciones ni remordimiento al hijo menor que vuelve derrotado y fracasado. Un padre/madre todo ternura y acogida, todo calidez y cariño que devuelve la dignidad perdida a su hijo caído en desgracia sin pedir nada a cambio. Un padre, amigo fiel de la vida y el gozo, de la fiesta y la celebración; un padre con corazón y entrañas de misericordia y compasión. Un padre, además, que tampoco afea al hijo mayor su falta de empatía y cariño fraterno, su soberbia mal disimulada y su ego desbocado. Al contrario, comprende a este tanto como al otro, lo acoge de igual manera y expresa su reconocimiento por su permanencia en el hogar, a su lado. Tal vez, no es consciente del todo de que también el hijo mayor se había marchado de casa hacía tiempo, y no vivía con él.
Sin embargo, la clave del mensaje de este domingo la da Pablo, al recordarnos que Jesús fue aún más lejos que el padre de la parábola y se hizo pecado por nosotros. Va más allá, aún, de la acogida y la ternura, la compasión con que siempre había actuado y que había distinguido su vida pública. Jesús se hace hijo menor e hijo mayor por nosotros, por todos. Pero a nosotros nos muestra, para nuestro consuelo y aliento, cómo es el padre que nos aguarda siempre; sin condiciones.
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