5º DOM-CUARESMA-C

jueves, 27 de marzo de 2025
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3 comentarios:

Paco Echevarria at: 27 marzo, 2025 00:04 dijo...

LA CEGUERA DEL JUSTO (Jn 8,1-11)

El adulterio era castigado por la ley israelita con la pena de muerte, pero las autoridades romanas habían retirado al Sanedrín el derecho a ejecutar a nadie. La pregunta que le hacen a Jesús es capciosa: si aprueba la ejecución, desautoriza la ley romana; si la rechaza, se opone a la ley judía. Los escribas y fariseos están haciendo del asunto un problema legal y quieren que Jesús se defina con los que defendían la aceptación de la legislación romana en contra de los intereses judíos o con los nacionalistas que rechazaban todo sometimiento a Roma.

Jesús tiene otro punto de vista: para él no está en juego la ley, sino la vida de una mujer. Su respuesta va en esa línea y viene a decir: "Si se trata de un problema legal ¿qué más da la legislación judía o la legislación romana? Una cosa sí es importante: que apliquen la ley hombres justos. Si de justicia se trata, seamos justos con todas las consecuencias". El resultado ya lo conocemos. Todos sintieron vergüenza de lo que estaban dispuestos a hacer.

Al final sólo quedan frente a frente la pecadora y Jesús, el pecado y el perdón. El único justo tampoco juzga ni condena. Frente al pecado de los hombres sólo caben dos posturas: la compasión o el castigo. El hombre verdaderamente justo conoce la debilidad del corazón humano y por eso es compasivo; el falso justo está cegado por su soberbia y por eso se erige en juez de los demás. El fariseo está internamente ciego y por eso no ve su culpa; sólo tiene los ojos abiertos para ver la culpa de los demás.

Como en la parábola del hijo pródigo, se enfrentan dos mentalidades o formas de entender la vida religiosa: una tiene como eje la misericordia que se manifiesta en el perdón del pecador; otra hace de la justicia la clave y sólo entiende de premio o castigo. Jesús opta por lo primero; sus enemigos, por lo segundo. En el corazón de cada uno, en la Iglesia y en la misma sociedad, hay muchas heridas abiertas. Si hacemos de todo un problema de justicia, nos metemos en un callejón sin salida porque es imposible ser rectamente justo. La aplicación de la justicia -debido a la limitación humana- se convierte en punto de partida de nuevas injusticias.

Si queremos hacer un mundo nuevo, hay que proclamar un año jubilar: un año en el que la justicia ceda el sitio a la misericordia, al perdón y a la reconciliación. El año dos mil fue una buena oportunidad para que los hombres empezáramos el milenio bajo el signo de la paz, no la que procede de la justicia -porque es tarde para ello-, sino la que brota del perdón. Ciertamente, no resulta fácil en el mundo porque hay demasiados resentimientos, enfrentamientos y odios, pero, al menos, debería ir sonando esta canción. Clasificar -los míos y los otros, derechas e izquierdas, orientales y occidentales, etc- conduce, tarde o temprano a la exclusión y, finalmente, al enfrentamiento. ¿Tan difícil es ser uno mismo sin necesitar, para ello, acabar con el que es diferente? ¿Tan difícil es vivir sin mordernos unos a otros?


Francisco Echevarría

Paco Pérez at: 01 abril, 2025 19:38 dijo...

LAS PERSONAS CONDENAN. JESÚS NO… ¿QUÉ HACES TÚ?
Isaías les comentó que el Señor siempre estuvo junto a ellos intentando prepararlos para los acontecimientos venideros y aconsejándoles mirar al futuro con esperanza para no estancarse en el pasado porque no reconocerían su grandeza y no entrarían en el proceso liberador futuro que avecinaba.
Dios deseaba que la mujer y el hombre vivieran felices en el lugar ideal que les regaló cumpliendo su Ley. Cuando apareció el egoísmo la incumplieron, sufrieron las consecuencias y todos quedamos afectados… ¿Había en ella algún punto que desequilibrara sus responsabilidades?
Fueron creados para completar su obra ayudándose y no adjudicando a ella más obligaciones.
Más adelante, la sociedad y no Dios, reguló la convivencia familiar con un modelo patriarcal injusto porque perjudicaba a la mujer. Jesús lo conocía y un día, estando en el Templo, acudieron a él quienes guiaban la espiritualidad del pueblo para plantearle el adulterio cometido por una señora y que la sentenciara. Como sus intenciones no eran buenas Él los desarmó con una afirmación que contenía una verdad incontestable: ["El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra."]… ¿Por qué?
Porque el pecado de aquella mujer no era más grande que los de ellos. Jesús no la condenó, la perdonó y le aconsejó que cambiara.
Aquella sociedad era injusta pues si un hombre y una mujer habían cometido adulterio… ¿Por qué condenaban sólo a ella?
Jesús fue justo y no tuvo que pronunciarse contra las leyes de Roma y Moisés.
Debemos impedir que la sociedad convierta la cultura popular en normas religiosas, cultos equivocados y falsas historias.
Los cristianos, para que no nos confundan, tenemos la obligación de beber en nuestra fuente, la Biblia. Así aprenderemos que Jesús no vino a condenarnos sino a salvarnos.
También quiero reflexionar sobre la fuerza que tiene escuchar la “silenciosa voz de nuestra conciencia”, lo que hicieron aquellos hombres al recibir la propuesta de Jesús… ¡Reconocer que también eran pecadores y cambiar!
Pablo afirmaba que Jesús murió por todos, que lo efímero no vale porque nos empuja a cometer errores, les comentó los suyos y sus esfuerzos para acabar con los comportamientos equivocados que adquirió y que, cuando conoció las enseñanzas de Jesús, cambió para quedar enganchado a su causa y trabajar para estar junto a Él en el Reino.
También decía que nada lograremos de lo anunciado por Él si no abandonamos lo oscuro de nuestras vidas olvidando el pasado y mirando al futuro, no defendiendo la verdad contra la mentira, aunque nos cueste la vida, y dando ejemplo.

{ Maite } at: 02 abril, 2025 22:36 dijo...

APLICAR LA LEY O LA MISERICORDIA
El pasaje de la mujer adúltera nos resulta entrañable. Sentimos empatía hacia ella, nos solidarizamos con su situación, que se nos antoja injusta, denigrante, indigna. La contemplamos arrastrada a la fuerza después de haber sido sorprendida en un pecado grave, y rodeada de fieras sedientas de sangre que la utilizan cruelmente para condenar a Jesús. Porque esta vez, haga lo que haga, saldrá perdiendo. Está prácticamente en las fauces de sus enemigos, tanto o más que la pobre desgraciada que a duras penas se mantiene de pie frente a él.

La reacción de Jesús resulta tan sorprendente e inesperada que este pasaje, como apunta la hojilla, no encontraba acomodo en ningún evangelio, y durante muchos años en ninguna predicación cristiana. Y es que entonces, como ahora, el dilema entre aplicar la ley o la misericordia sigue siendo crudo. Somos tan proclives a juzgar y condenar, justamente a nuestro parecer, que olvidamos nuestra propia realidad, frágil y vulnerable, limitada e inclinada al mal, para cortar de raíz y sin miramientos toda actitud o comportamiento reprobable en los demás.

Jesús se presenta como el que no condena, como el que acoge a cada cual en su más profunda realidad, por penosa que sea, y desde ahí lo redime, lo sana y dignifica. Devuelve a la mujer la capacidad de tomar de nuevo su vida en sus manos y encaminar sus pasos de manera libre y responsable. Esa es la tarea de cada cristiano con los demás; y la de la Iglesia, que aparece muchas veces, demasiadas, más preocupada por condenar que por salvar; por cortar de raíz que por insuflar vida nueva.

Después de su encuentro con Jesús, la mujer puede experimentar lo que tan bellamente describe Isaías: “No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo. Mira que realizo algo nuevo, ¿no lo notas?” Puede volver a soñar, como el salmista, porque Dios ha hecho obras grandes con ella, y a su angustia de muerte puede suceder la alegría desbordante de una vida recuperada y renovada. Puede considerar ahora, como Pablo, pérdida todo lo que compara con el conocimiento y la experiencia de Jesús. Como él, ha sido alcanzada por Cristo y, olvidándose de lo que queda atrás está preparada para lanzarse hacia adelante. Ha sido justificada no con la justicia que viene de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo. La ley endurece, la misericordia salva y libera.