"Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto". (Lc 3,29).
El desierto, lugar de encuentro con la Palabra, lugar de búsqueda. Desde donde se denuncia.
Montes y valles. La utopía de la igualdad.
El desierto, lugar de encuentro con la Palabra, lugar de búsqueda. Desde donde se denuncia.
Montes y valles. La utopía de la igualdad.
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MIRANDO AL CIELO (Lc 3,1-6)
El evangelista san Lucas comienza su relato sobre la vida adulta de Jesús poniendo fecha a lo que va a narrar para indicar así que el misterio de la salvación tiene lugar en el tiempo, en la historia, en el acontecer del mundo. Es ésta una de las convicciones más comprometidas del cristianismo, pues, si la salvación tiene lugar en la historia y en la vida de los hombres, ningún creyente puede situarse de espaldas a la misma. La realidad diaria nos interpela y nos exige una respuesta en consonancia con la fe que profesamos. Si los creyentes damos la espalda al mundo, nos quedamos sin Dios, porque Dios ha venido al mundo para encontrarse con nosotros.
Tras esta referencia histórica, Lucas presenta a Juan bautista como un profeta -"La palabra de Dios fue dirigida a Juan"-. Hacía siglos que no había profetas -los escribas y fariseos habían ocupado su lugar- y se echaba de menos una palabra iluminadora. El mensaje del último y, en palabras de Jesús, el más grande de los profetas, estaba en la línea de la tradición más estricta: predicó un bautismo de conversión para alcanzar el perdón de los pecados. El de Juan no es un bautismo de salvación -por el que renacemos a una vida nueva: como hijos de Dios-, sino de conversión y de purificación -que restaura al hombre en la justicia-. Juan pertenece todavía al Antiguo Testamento. Invita a los hombres a volver el corazón a Dios, es decir, a reconocer su realidad y su voluntad y a abandonar la vida de pecado. Tal vez a alguno le suene a trasnochada esta invitación, pero de una cosa estamos convencidos los creyentes: muchos de los males de este mundo tendrían buen remedio si los hombres, en lugar de encerrarnos en nuestras angustias y temores, en nuestras violencias y egoísmos, abriéramos el corazón al Dios de la Verdad, la Justicia, el Amor y la Paz. Y esto vale para todos porque el pecado, antes que un problema moral es un problema ético, es decir, antes que un problema religioso es un problema humano. Algunos, desde el agnosticismo reinante, niegan el pecado so pretexto de que es un concepto religioso. ¡Ojalá que, negando el pecado, lográramos erradicar la maldad!
La predicación de Juan es completada con una cita de Isaías que describe el retorno de los exiliados. La cabalgata de la salvación recorre el mundo para que todos los hombres gocen de ella. Pero es necesario preparar un camino recto y llano. Rebajar los montes de la soberbia y el egoísmo, rellenar los baches de la injusticia y del desamor y enderezar las curvas de la mentira. El mensaje de Lucas se reduce a una cosa: el mundo tiene arreglo, aún es posible ser feliz, los problemas se pueden resolver. Pero es necesario que los hombres, de una vez por todas, cambiamos el corazón. Acaba de empezar un siglo y, al mirar a la tierra, lo que vemos no nos acaba de gustar porque, lo que más sobresale es la violencia en todos los órdenes. ¿No ha llegado la hora de enderezarse y mirar al cielo sin miedos ni complejos? Dios no es una amenaza para el hombre -eso nos dijeron y muchos lo creyeron-. El peligro son los dioses. No es el Edén, sino Babel lo que enfrenta a los hombres.
El marco geográfico donde tiene lugar la inmersión es fiel intérprete del significado del Bautismo.
En este lugar, elegido por Juan: junto a la desembocadura del Mar Muerto, empieza a morir cualquier forma de vida que llevan las aguas, por la densidad y salubridad de este mar.
Quien entra en este río, como en cualquier otro, se lava con unas aguas que desaparecen al instante arrastradas por la corriente. Y lo que hay con ellas se lo llevan adelante.
Así se simboliza el Bautismo. El agua arrastra los pecados que se arrastren al mar y a la muerte. Y el que queda purificado de estos pecados puede comenzar una nueva vida.
En este sentido, los lavatorios del cuerpo y manos, a los que tanto acostumbraban los judíos, reflejan el deseo de una purificación interior.
Limpieza del cuerpo y limpieza de la conciencia se corresponden en la vivencia religiosa. La limpieza del cuerpo es siempre una llamada a la limpieza del alma, porque el agua que baña el cuerpo es imagen de la contrición que debe arrancar los pecados.
"Lávame y quedaré más blanco que la nieve" (Salmo 50)
Y Jesús da el sentido más profundo cuando hace del lavatorio de los pies a sus discípulos la entrada a la Eucaristía. Es importante reflexionar cuando vamos a celebrara nuestras Misas. Así lo hizo Jesús. Nosotros lo recordamos en el Jueves Santo. Sería bueno recordarlo cada día.
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