Sofoníases el profeta que escribe con especial ternura al pueblo pobre y humilde, el resto de Israel.
Pablo:Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe.
Evangelio: La gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué hacemos?»
Pablo:Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe.
Evangelio: La gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué hacemos?»
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¿QUÉ HACER? (Lc 3,10-18)
El pueblo que siguió a Juan Bautista no se limitó a escuchar, sino que se dejó impactar por sus palabras. De ahí que le pregunten: “¿Qué tenemos que hacer?”. Hoy padecemos de “incontinencia verbal” -como alguien ha dicho-. No hay más que asomarse a los medios para ver a indocumentados opinar y discutir, sin rubor, de todo lo divino y humano con el único propósito que aumentar la audiencia. Y no es que neguemos a nadie el derecho de opinar; sólo reclamamos el deber de reflexionar antes de hacerlo porque, no se trata de decir lo que uno piensa sino de pensar lo que uno dice. Todo esto viene a propósito de la pregunta que la gente le hizo a Juan: no le pidieron ideas sino líneas de acción. Buena lección para un mundo como el nuestro donde sobran opiniones sobre los problemas -palabras- y faltan manos que remedien esos problemas -hechos-.
Pero, del mismo modo que no vale cualquier palabra, tampoco vale cualquier obra. Juan Bautista apunta por dónde tienen que ir las cosas. Tres son las preguntas que formulan otros tantos colectivos: al pueblo le dice que sean solidarios, es decir, que cada uno ame al prójimo como a sí mismo; a los publicanos -a los funcionarios encargados de la hacienda pública- les dice que sean justos y no se aprovechen del cargo para enriquecerse a costa de los demás; y a los soldados -a los militares-, que no abusen del poder y de la fuerza para satisfacer su avaricia. Como puede verse, a ninguno le dice que cambie de profesión o de vida. Cada uno ha de responder desde la situación y profesión en que está. No se trata, por tanto, de hacer grandes actos de heroísmo, ni de llevar una vida ascética. Se trata simplemente de vivir el "ama a tu prójimo como a ti mismo".
Al oír su mensaje, la gente empezó a preguntarse si no sería Juan el mesías esperado. Con una gran humildad el Bautista aclara las cosas: él no era más que un heraldo.
Su misión era preparar el terreno al que venía detrás. El suyo era un bautismo de agua -un cambio exterior, de costumbres-; el Mesías, por el contrario, bautizará con Espíritu Santo y fuego, es decir, purificará el corazón y transformará interiormente al hombre. Juan se conforma con que los hombres cambien sus costumbres; Jesús exigirá que cambien los hombres. Es porque las cosas bien hechas se hacen con las manos pero se cuecen en el corazón, pues, la bondad de las obras depende de la bondad de los sentimientos. En otras palabras: es bueno hacer grandes obras, pero es mejor hacer grandes hombres y mujeres. Lo cual sólo es posible trabajando el corazón porque las personas, como los árboles, crecen desde dentro.
Esto es lo único que divide a los hombres. Lo que los hace diferentes no es el color de la piel, la cultura, la lengua..., sino el corazón. Sólo hay dos formas de vivir: una humana y otra inhumana. La primera es la de aquellos que tienen un corazón de carne; cuando aparece la segunda es que los hombres tienen el corazón de piedra.
Publicanos, soldados, rameras y gentes sencillas del pueblo dispuestas a hacer penitencia y rechazados por las sinagogas, dirigentes y fariseos. Juan abre las puertas a todos y acepta a cualquier culpable después de que se disponga a vivir una vida nueva.
Jesús ofrecerá la salvación antes de que se haga penitencia. El Dios a quien Jesús predica es el Padre de los ignorantes y extraviados y que se goza con que los pecadores regresen al hogar. Todos invitados al banquete porque llama a todos, lo mismo que una gallina acoge bajo sus alas a todos los polluelos, porque la Gracia de Dios es ilimitada.
"¿Qué tenemos que hacer?". Preguntaban a Juan. Y esta es la pregunta del Adviento. Si el deseo de vivirlo es sincero y va más allá de las palabras y las buenas intenciones, pregunta.
Pregunta a la Iglesia, a la comunidad, a los amigos creyentes... ¿Qué tenemos que hacer?
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