HECHOS: Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo...crecía el número de creyentes que se adherían al Señor.
APOCALIPSIS: “No temas: yo soy el primero y el último, yo soy el que vive”.
JUAN: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
APOCALIPSIS: “No temas: yo soy el primero y el último, yo soy el que vive”.
JUAN: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
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Juan García Muñoz.
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LAS DUDAS DE TOMÁS (Jn 19,19-31)
Estaban escondidos y asustados y Jesús se les mostró extendiendo ante ellos las manos y mostrando el costado. Eran los trofeos de su victoria. Ellos, al verlo, se llenaron de alegría. Es el sentimiento que invade a todo el que se encuentra -en medio de sus dudas y temores- con el Señor de la vida. El primer rasgo de un cristiano es, precisamente, la alegría, ya que ella es el brillo del amor. Pero una alegría que nadie puede quitar porque no procede de nada que alguien pueda darnos, sino de algo más profundo.
Después de tranquilizarlos, los envía a cumplir su misión en el mundo: la misión de perdonar. Para ello les entrega su Espíritu. Y es que la misión de perdonar excede con mucho las posibilidades humanas, como bien decían los fariseos a Jesús. La Iglesia no cree tener por derecho propio el poder de absolver o no la culpa. Sólo Dios es Señor del perdón. Pero ella ha recibido una misión que de anunciar el perdón. Esa fue la gran lección de la cruz: la violencia y el odio desatados contra él en su pasión no consiguieron descabalgar a Cristo de la montura sobre la que entró en Jerusalén: la paz y el amor incluso al enemigo. Por eso murió perdonando, aunque algunos, después de veinte siglos, aún sigan odiándole por ello.
Todo esto va precedido del saludo de la paz, el principal de los dones del Mesías. Paz, alegría y perdón: ¡Hermosa trilogía para un mundo demasiado carente de las tres! La misión del cristiano, como la de Cristo, es anunciar a un mundo, castigado por la violencia, la paz más profunda y valiosa: la del corazón; entregar la dicha más auténtica a un mundo entristecido, que oculta su insatisfacción en una compulsiva búsqueda de placeres; y liberar de la angustia de la culpa a quienes han olvidado el concepto de pecado, pero no se han podido liberar del sentimiento que conlleva la connivencia con el mal.
Tomás representa a todos los escépticos, a todos aquellos que sólo creen en lo que puede verse y tocarse, a los que hacen gala de ser prácticos y positivos. Sólo creen en la verdad de los sentidos. Lo cual es bien poco. A éstos Jesús les dice: “Dichosos los que crean sin haber visto”. No está hablando de falta de rigor o ingenuidades. Habla de que hay otra realidad tan presente y comprometedora como aquella que creemos conocer. Ignorar esto no es cosa de sabios, sino de engreídos. Más aún: sólo es verdadero sabio quien sabe ver siempre más allá, quien no se deja engañar por la apariencia, quien busca en todos y en todo el espíritu que anima a cada ser. Tal vez la fe no sea -como en otro tiempo se creyó- una debilidad del ignorante, sino una necesidad, un valor, para la supervivencia. Han pasado los años, al menos eso parecía, en que los creyentes casi teníamos que pedir disculpas por creer y ser aceptados sin ironías ni menospre¬cios. Hoy la fe es un don que ofrecemos al mundo con la paz, la alegría y el perdón.
¡Dichosos los que creen!
Cerrar las puertas por miedo o querer verificar la verdad, antes de confiar o creer, son dos actitudes muy humanas. Ante ambas reticencias, Juan (20, 19-31) subraya dos cosas:
1) El valor de la paz y la exigencia de transmitir esa paz, superado el miedo a los demás.
2) La importancia de la fe, capaz de transformarnos, se verifique o no la fuerza del espíritu y, en este caso concreto, la fuerza de la resurrección, esperanza de vida futura.
En consecuencia, la fe, cimentada en la paz y en la verificación, además de darnos esperanza, exige compartir con todos, especialmente con los que creen sin pararse a ratificar y sin tener miedo a nada, normalmente gente más sencilla que todos nosotros... Por eso, tal vez, se habla de la fe de la comunidad, y dejarse llevar por la doble fuerza natural y sobrenatural.
Ahora bien, en la pedagogía de Juan sobresale el gran respeto de Jesús ante el miedo fundado y ante la necesidad de constatar empíricamente la verdad. Pensar en eso y tenerlo en cuenta evitaría actitudes prepotentes, frívolas o hipócritas de ciertos responsables de la Iglesia, pero también de personas responsable (o irresponsables) de los poderes públicos, de los partidos, de las empresas, de las Universidades... o incluso de la vida familiar. Pensemos, por ejemplo, en lo importante que es verificar si se cumplen o no las promesas o los derechos humanos o los acuerdos tomados. Pero pensemos también en lo importante que es no tener miedo a dialogar con las personas más jóvenes, con los hijos y las hijas o con quienes piensan o viven de forma distinta a nosotros.
A veces, simplificar los evangelios y "mistificar" la vida de fe me parece una ingenuidad, cuando no una manipulación interesada. En cualquier caso el fanatismo no ha lugar…
Los hombres y las mujeres de las primeras comunidades eran gente hecha y derecha en las enseñanzas, en la vida en común y en los signos externos, acordes con su fe, lo que le llevaba a compartir el pan.
¡Dichosos, pues, los que creen en ese estilo de vida!
José Mora Galiana
Sevilla, 14.04.07
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